Por Luisa Pernalete
San Romero de América:
No podemos olvidar aquel 24 de marzo de 1980, cuando una bala en plena misa acabó con tu vida, pero no te calló. Hoy seguimos recordando tu historia, tus acciones, tu última homilía, esa que habías dado el domingo 23, cuando pediste a los uniformados desobedecer las órdenes de no matar a los hermanos, de su mismo pueblo.
Habías nacido en 1917, en medio de una familia humilde. En varias ocasiones tuviste que abandonar tus estudios para trabajar y ayudar a tu familia. Quisiste ser sacerdote y te ordenaron en 1942.
Durante esos años de sacerdote impulsaste en San Miguel obras como la Legión de María, Cáritas, Alcohólicos Anónimos… Se te consideraba tímido y callado, pero sensible.
En 1966 fuiste elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Ya para ese entonces, en tu pequeño país, existían fuertes movimientos populares. Mucha pobreza, mucha desigualdad. Ya se mostraban dos sectores en la jerarquía eclesial, los considerados “de avanzada” y los “conservadores”, tú entre estos últimos.
En 1977, 10 años después, te nombran arzobispo de San Salvador. Fue una sorpresa para los más progresistas, creían que iban a nombrar a Monseñor Rivera, de avanzada. Para aquellos años la represión en el país era muy grande. Tú comenzaste a recorrer el país, y ese año, sucedió algo que te conmovió profundamente: el 12 de marzo de ese año asesinaron al padre Rutilio Grande, s.j. que trabajaba con campesinos, a quien, además, conocías; un hecho que cambió tu vida… Le pediste al entonces presidente de la república que averiguara quiénes le habían asesinado y pediste justicia. Como veías que el gobierno no hacía nada, llegaste a amenazar con cerrar escuelas y con no asistir a invitaciones oficiales. Tu sensibilidad te fue dando valentía para enfrentarte a los abusos de las autoridades.
Fundaste el Socorro Jurídico en la arquidiócesis para defender los derechos humanos, un organismo que empezó a monitorear las violaciones de DDHH en tu pequeño país. Comenzaste a difundir el número de víctimas y así iniciabas tus homilías dominicales… Escuchabas, acompañabas, meditabas, actuabas.
Tu fama de defensor de los pobres y oprimidos de El Salvador, se fue divulgando por el mundo en aquellos tiempos sin redes sociales. Así, por ejemplo, en 1979 fuiste nominado al Premio Nobel de la Paz y, en febrero de 1980, te dieron el doctorado honoris causa por la Universidad de Lovaina, Bélgica.
Ya para entonces recibías amenazas de muerte, pero tú seguiste acompañando a tu pueblo. Para 1980, se calculaba entre enero y marzo unos 900 civiles asesinados por organismos de seguridad… Y tú seguiste denunciando las violaciones y las injusticias.
Llegó el domingo 23 de marzo. Decían que te transformabas cuando subías al púlpito a predicar. ¿Qué dijiste ese domingo?: “Se pretende estorbar el proceso que el pueblo quiere (…) Sin las raíces del pueblo ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos cuando quieren implantar (reformas) a fuerza de sangre y dolor” … Y seguiste con tu llamado –histórico– a los uniformados:
Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y ante una orden de matar que de un hombre debe prevalecer la Ley de Dios que dice ‘no matarás’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios que dice: no matar. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo… les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!
Inmediatamente, recibiste muchos aplausos en la catedral y entre la gente que te escuchaba por radio, en tu país y en parte de América Latina. Pero, como ya sabemos, fue tu última homilía. Al día siguiente, oficiando misa en la capilla del hospitalito donde vivías, un francotirador te disparó.
La Iglesia te canonizó el 14 de octubre de 2018, pero la verdad es que el pueblo latinoamericano ya te había hecho santo desde 1980. “San Romero de América”, como te llamó Monseñor Pedro Casaldáliga, en su poema que lo leíamos en todas las comunidades cristianas de base:
Romero de la paz casi imposible… el pueblo te hizo santo/
los pobres te enseñaron a leer el Evangelio//
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie podrá callar tu última homilía!
Luego de esta tragedia, la guerra en El Salvador se incrementó, hasta que, en 1992, años después, se firmó un acuerdo entre el gobierno y el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), después de registrarse más de 100 mil muertos.
Hoy, sigues acompañando a los pueblos que sufren represión de sus gobiernos, hoy seguimos pidiendo a los uniformados, siguiendo tu ejemplo, que no maten a sus hermanos, seguimos luchando por la vida. Hoy se sigue oyendo el clamor de los oprimidos…
San Romero, nadie calló tu última homilía.