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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.
Crédito: Meridith Kohut

Por Ángel Oropeza

“Puedo hacer cosas que tú no puedes; tú puedes hacer cosas que yo no puedo; juntos podemos hacer grandes cosas”.

Santa Teresa de Calcuta

Uno de los principios básicos y más antiguos de estrategia política es tratar siempre de dividir al bloque del adversario mientras se fortalece el propio. Y cuando el bloque propio es de naturaleza heterogénea y diversa, como es el caso del universo de quienes aspiran y luchan por un país distinto, este fortalecimiento pasa por una tarea esencial e ineludible que es el diseño y construcción de instancias efectivas de unidad.

Por los años 50 del siglo I, Saulo de Tarso —mejor conocido en la historia como San Pablo— llegó a Corinto, ciudad portuaria griega de gran poder económico y comercial para la época. La comunidad cristiana, que había dejado luego de 2 años de estadía, tuvo una primera fase de entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele pasar con los procesos sociales colectivos, comenzó a experimentar desaliento y conflictos internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división, producto de la discusión sobre cuáles tareas eran más importantes, y cuáles acciones resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes estaban haciendo lo correcto y quiénes no.

Tratando de orientar, Saulo les dirige una carta en la que les recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después nos resultan obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas:

Las partes del cuerpo son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler? Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por muchas que sean las partes del cuerpo, todas forman parte de él y todas hacen falta.

En Venezuela, la inmensa masa humana que aspira a un país mejor lo hace desde varios sectores y agrupaciones, a veces tan disímiles y distintos como la propia naturaleza de los venezolanos. Ninguna de estas organizaciones ni tampoco sus modalidades de acción puede decirle a la otra que es inferior, que no es importante ni mucho menos que sobra.

Es psicológicamente normal y previsible que los miembros de cada parcialidad y los ejecutantes de cada modalidad de acción consideren que la suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado, o no esté haciendo lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra cosa que lo que se conoce en Psicología Social como una “ilusión perceptual de endogrupo”, una distorsión explicable, pero errónea, que lleva a pensar que las actividades y naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y más acertadas que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide que se aprenda a actuar distinto.

En política, como en el cuerpo, cada quien tiene un rol que cumplir. Es inconveniente, además de falso, desdeñar alguna de las partes porque no es necesaria, o pensar ilusoriamente que solo con una de ellas haremos que el cuerpo funcione.

El concepto de “estrategia” hace referencia a un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para lograr un determinado fin. La estrategia política, por definición, incluye varias modalidades de lucha social y de acción pública, lo que a su vez supone la coexistencia e integración de organizaciones y sectores que, aunque diferentes en su naturaleza y especificidad, compartan un mismo objetivo. En el mundo democrático venezolano, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable diversidad, el “qué” es el mismo, lograr un cambio en la conducción política del país como única forma de resolver la inmensa crisis humanitaria y global que sufren nuestros hermanos.

Esta deseable diversidad necesita para su coordinación de instancias unitarias, sociales y políticas, que partiendo de los consensos mínimos que nos unen, y desde el respeto a la especificidad y naturaleza de cada organización o sector, trabaje por lo que es un mismo y común objetivo. Pero las construcciones unitarias que existen y las que son necesarias conformar, deben estar constantemente enfrentando no solo las amenazas de quienes disfrutan del poder, sino los obstáculos que surgen del propio campo opositor.

Entre esos principales obstáculos están la crónica desconfianza de los venezolanos hacia sus compatriotas, las agendas particulares de algunas personas y grupos, el estéril afán de protagonismo de ciertos actores, la dificultad para actuar en equipo (lo cual supone ceder en ocasiones y coordinar acciones con los otros), y la tentación de poner el centro de la acción política en asuntos ajenos a la realidad de los problemas y sufrimientos de la gente.

A pesar de estos obstáculos, la construcción progresiva de la unidad de los venezolanos y de sus organizaciones es tanto una necesidad como una demanda histórica urgente. Unidad sin la cual ninguna victoria es posible, Unidad que nace y se alimenta de la diversidad, y que es ajena a cualquier cosa que parezca uniformismo. John F. Kennedy afirmaba con razón que “la unidad de la libertad nunca se ha basado en la uniformidad de la opinión”.

Por tanto, no es una unidad que pretenda la eliminación de las diferencias por la vía de una aberrante uniformidad, sino que parte de la convicción de que todos somos necesarios desde nuestra insoslayable particularidad.

Así como a nadie le sobra un ojo porque ya tiene uno, o renuncia a un pie porque la mano es más importante, es crucial no olvidar que en esta tarea todos valemos, cada uno y cada grupo desde su particular naturaleza y función. La lucha, como el país, es plural y es de todos. Sin que nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir del otro, solo porque la haga desde su propia y distinta especificidad.

El compromiso, en síntesis, es construir juntos siendo distintos, porque el objetivo radica, a partir precisamente de la riqueza que significa la diversidad y amplia heterogeneidad de nuestra gente, en articular esas diferencias en la consecución del objetivo que nos une, que no es otro que la liberación democrática de Venezuela.

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