Por Alfredo Infante s.j.
San Ignacio de Loyola insistía a sus amigos que «el decir ayuda al sentir». ¿Qué quería decir este gran Santo con esta frase? Era un consejo para la vida diaria, porque las conversas que tenemos cotidianamente nos pueden animar a afrontar la adversidad o, por el contrario, nos pueden quitar las energías y deprimir.
La palabra tiene poder, puede dar vida o quitar la vida. Nos puede ayudar a estar de pie, o a estar postrados con la cabeza gacha. Dicen, por ejemplo, que si se siembran dos plantas de la misma especie, y a las dos se les pone agua, abono, y todo lo que ellas requieran para su crecimiento, pero a una se le dicen cosas bonitas, de ánimo, y a la otra se le dicen cosas duras, agresivas, destructivas, el resultado será que al cabo de unos días a la que se le habló con cercanía, ternura y amor vivirá y embellecerá, y la otra, a la que se le habló con desprecio y violencia y se maltrató verbalmente, se marchitará y morirá.
Lo mismo pasa con nuestro corazón, se marchita, pierde energía vital, cuando se nos maltrata verbalmente, y, cuando nos repetimos a nosotros mismos cosas negativas, o cuando nos exponemos constantemente a conversaciones grises, oscuras, empantanosas, sin propósito constructivo.
En este tiempo de cuarentena, aprende a poner límites a las conversaciones no constructivas, alimenta los espacios de conversaciones gratas, que ayudan y fortalecen. San Ignacio de Loyola hablaba de «conversaciones edificantes» porque estaba convencido de que «el decir ayuda al sentir».
Sagrado corazón de Jesús, en vos confío.