Por Alfredo Infante s.j.
San Alberto Hurtado asumió con responsabilidad el consejo de San Ignacio de que «el bien cuanto más universal, mejor» y, por eso, se dedicó a formar líderes que pensaran la política al servicio del bien común y del bien público, y no como «para-sí-to» (parásito)
Entendió que las pequeñas obras de caridad, aunque necesarias, no bastaban, que ameritaba transformar las estructuras sociales y políticas, y, para ello, era preciso la formación de líderes sociales y políticos con vocación de servicio, sentido del otro y amor por el país y, muy especialmente conectado con los pobres.
Analizando el ejercicio de la política en el contexto que vivió, decía:
«Muchos van a la política para brillar, para surgir, para destacarse.
¡Motivos pobres!
Otros, para defender intereses de un gremio obrero o capitalista; o lo que es más triste todavía, puramente personales: para disfrutar de una influencia que se puede hacer pagar. ¡Motivo indigno y bochornoso!
Otros van a defender intereses de su partido
¡Motivo justo, pero insuficiente!, porque sobre los intereses del partido están los intereses nacionales.
Otros, Dios quiera que sean muchos, van a la política para servir al país…»
Después de esta radiografía del quehacer político de su tiempo, interpretando el anhelo de la sociedad, confrontaba a la clase política con estas palabras:
«A los políticos quisiéramos los simples ciudadanos, verlos de cabeza en los intereses de la Patria, estudiando con pasión los medios de hacerla progresar, de solucionar sus hondos problemas»
Y fiel al ejercicio de una auténtica vocación política al servicio del bien común y el bien público, exigía no desligar la política de la ética, porque el divorcio de la ética y la política corrompe la vocación política y destruye a las naciones:
«Y precisamente porque los políticos están más altamente colocados, porque tienen una labor directiva, de ellos ha de venir al país un ejemplo de la moralidad privada y pública, de honradez, de sobriedad de vida, de trabajo, de consagración al bienestar nacional».
San Alberto estaba convencido que un ejercicio político con vocación y ética es una forma de «hacer el bien más universal».
El papa Francisco lo confirma «La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad”
Y nosotros, ¿Qué fotografía hacemos de la política y los políticos? ¿Es necesaria la política? ¿Cómo recuperar la política?
Notas: