Por Alfredo Infante s.j
San Alberto Hurtado (Chile 1901-1952), hijo espiritual de San Ignacio de Loyola, fue un hombre entregado radicalmente al servicio de los pobres en nombre de Cristo Jesús.
En el contexto chileno que le tocó vivir invirtió todas sus energías al servicio del sueño de Dios: hacer de este mundo un «hogar de Cristo», donde reine la justicia, el reconocimiento y la fraternidad.
Para esta ingente misión, en medio de un mundo herido, no encontró recetas, ni soluciones fáciles, pero sí se dedicó a buscar y a hallar la voluntad de Dios en las periferias existenciales y sociales de este mundo herido.
Se consagró a un servicio inteligente a favor de la justicia, para lo cual se dedicó con mucho esfuerzo a estudiar los desafíos de su tiempo y, tomando en cuenta la recomendación de San Ignacio, de «actuar según personas tiempo y lugar» «buscando la mayor gloria de Dios», emprendió muchos proyectos para la gente sin techo, los niños-niñas de la calle, así como también formó a estudiantes universitarios, a líderes obreros y líderes políticos para que asumieran un compromiso político desde la Doctrina Social de la Iglesia a favor de un país justo y fraterno.
Cristo era el centro de su praxis, por eso, decía: «Ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras ¿qué haría Cristo en mi lugar?»
La respuesta a esta pregunta fue muy fecunda y dio muchos frutos para los pobres, porque como en las bodas de Cana de Galilea (Jn2,1-12), cuando hacemos lo que el Señor nos dice transformamos el agua en vino bueno, y el sufrimiento en esperanza, porque nuestro Señor quiere que la vida de todos sea plena (Jn 10,10).
«Sagrado Corazón de Jesús en vos confío»