Por Félix Arellano
Resulta difícil abordar un tema cargado de sentimientos e indignación toda vez que, al escribir estas líneas, debe correr sangre de gente inocente que lucha por su libertad en Ucrania, enfrentando una dramática situación por las obsesiones de un autócrata que trata de justificar lo injustificable con manipulaciones, desinformación y falsos discursos. La invasión está destruyendo la capacidad de acción de Ucrania, pero también impacta en el orden internacional y en la economía global, en particular en los sectores energético, agrícola y financiero.
Me disculpan los lectores que en este momento asuma el texto en primera persona, pero debo reconocer que, por convicción, me he sumado a quienes promovían la negociación como salida para la compleja crisis creada por el Presidente de Rusia, Vladimir Putin; empero, los hechos están avanzando por otra vía. Sigo creyendo en la negociación como la opción más eficiente, pues las guerras solo generan muerte, destrucción y miseria, pero el presidente Putin ha decidido que negocia con tanques y sangre en la calle.
En ese contexto, resulta cuestionable el abandono que está enfrentando Ucrania por parte de Occidente; una decisión que fundamentan en lo formal, por no ser miembro de la OTAN y, en lo estratégico, para evitar una conflagración mayor, pero resulta una posición peligrosa, ya que tiende a empoderar el expansionismo ruso y puede estimular otros planes de China.
Una vez más nos enfrentamos con las arbitrariedades del autoritarismo que, al consolidarse con represión, hambre y manipulación asume que, al no existir limitaciones en el ámbito interno, puede promover guerras. Los autócratas toman las decisiones en términos de poder y beneficios individuales, no del bienestar del país y, por lo general asumen la negociación como una capitulación y no como un proceso en el que se pueden alcanzar equilibrios y beneficios para cada una de las partes.
Ahora bien, en las últimas décadas se estimaba que existían algunos limites definidos por el orden internacional. Al abordar el tema del orden internacional, conviene precisar que su primera presentación, definida como “orden westfaliano”, se caracteriza por el respeto de los Estados a la soberanía, la autodeterminación y un multilateralismo limitado, que no interfiere en los asuntos internos de los Estados, no ejerce controles y mucho menos sanciones.
Luego, en la medida que se fortalece el liberalismo internacional, el orden global se fue tornando más exigente y se han adoptado algunas instituciones más ambiciosas, lo que se ha denominado como el orden liberal internacional 2.0 donde, entre otros elementos, podemos destacar que: la normativa de la Organización Mundial de Comercio (OMC) es vinculante y cuenta con la posibilidad de la aplicaciones de sanciones en el mecanismo de solución de diferencias, la normativa de los derechos humanos es de carácter universal y no prescribe y varios esquemas de integración económica adoptan normas de carácter supranacional vinculantes, que trascienden las normativas internas de los países miembros.
Ese orden internacional, en particular el llamado 2.0, ha estado enfrentando en los últimos años fuertes desafíos, en particular de los Gobiernos autoritarios, indiferente de su tendencia ideológica, que privilegian la soberanía y la autodeterminación y rechazan los controles o límites provenientes del ámbito internacional. Con la invasión de Rusia al Estado independiente y soberano de Ucrania, enfrentamos una implosión del orden internacional en sus diversas manifestaciones.
La invasión constituye una flagrante violación del derecho internacional público y de los valores, principios y reglas que, con mucho esfuerzo, se han adoptado después de la Segunda Guerra Mundial para garantizar un mínimo de convivencia y seguridad internacional. Para hacer más evidente el menosprecio por la institucionalidad internacional, el presidente Putin inició la invasión a Ucrania en el momento en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas deliberaba sobre el conflicto.
Como parte del golpe al orden westfaliano, fundamentado en el principio del respeto a la soberanía, la invasión rusa violenta, entre otros, el Memorándum de Budapest que reconoce la integridad territorial e independencia de Ucrania, suscrito por los Gobiernos de Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido en 1994; el Gran Tratado mediante el cual Rusia reconoce las fronteras de Ucrania, suscrito en 1997 y los Acuerdo de Minsk, que definen el cese de las hostilidades en la zona de Donbas, promovidos por el Cuarteto de Normandía integrado por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, firmados en el 2015.
Por otra parte, los argumentos que esgrime el presidente Putin para justificar lo injustificable proyectan una posición imperialista, terrófaga, cargada de profundo historicismo; manipulando valores nacionalistas y hechos históricos, con el objetivo de lograr cohesión ante el creciente deterioro de su imagen a nivel nacional. Por otra parte, el discurso del Presidente representa una amenaza para las repúblicas que surgen de la caída de la vieja URSS.
Si los viejos imperios asumen la narrativa del presidente Putin y aspiran a retomar territorios ancestrales que dominaron, básicamente mediante el uso de la fuerza, el mundo entrará en una vorágine de anarquía impredecible. En ese contexto, sorprende que un país en desarrollo asuma la defensa de tal posición imperialista, la cual abre las puertas para una dinámica en la que los más poderosos deciden las reglas de juego, en detrimento de los más débiles.
Al respecto, llama la atención la situación que se presenta en nuestra región pues, con la excepción del gobierno de Colombia, ha reinado un silencio frente a las declaraciones de altos funcionarios del gobierno ruso, incorporando la región en sus estrategias expansionistas y militares. Ahora, consumada la invasión, impacta que varios gobiernos, de tendencias ideológicas diferentes, apoyen la posición rusa, menospreciando las peligrosas consecuencias que puede generar.
Algunos de los fanáticos radicales que apoyan la invasión argumentan que en Occidente se han presentado situaciones análogas y asimilan con ligereza diversos casos sin cuidar las especificidades. Al respecto, la necesidad de poner límites a la amenaza que representó Sadam Hussein en Irak, que también violentó la soberanía de un país al invadir a Kuwait, no se puede comparar con Ucrania, cuyo desafío ha sido avanzar en la consolidación de su democracia y los valores libertarios que naturalmente atentan contra la lógica del autoritarismo.
Revisar las condiciones de seguridad en la zona euroasiática debe ser un tema de negociación, pero utilizar la presión militar e invasión de Ucrania para lograr los cambios de forma inmediata, en particular, pretender asumir el papel del veto en la OTAN, está generando efectos paradójicos.
En principio, el presidente Putin ha logrado revitalizar a la OTAN, que se encontraba debilitada. En ese contexto, los países vecinos de Rusia y Bielorrusia miembros de la OTAN (Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Polonia, Hungría y Rumanía) deben estar evaluando la necesidad de activar el artículo 4 del tratado para garantizar su defensa y seguridad ante la posición expansionista y agresiva de Rusia.
La obsesión de Putin frente a una potencial amenaza de Occidente, que estratégicamente promueve como un trapo rojo, lo ha llevado a lanzar serias amenazas a sus vecinos Suecia y Finlandia, que no pertenecen a la OTAN, y con los que Rusia ha tenido buenas relaciones en las últimas décadas.
El presidente Putin rechaza el orden internacional, incluso en su versión limitada al orden Westfaliano y, por sus discursos y acciones, pareciera promover un nuevo orden basado en la lucha de poder que puede proyectar un mundo en anarquía permanente o la conformación de un “club de poderosos”, particularmente en términos militares, que imponen las reglas que les convienen según las circunstancias. El peor de los mundos para los países en desarrollo, que participarían como simples fichas en los juegos de las potencias.
No podemos desconocer que Occidente no ha mantenido una conducta coherente en la defensa y promoción del orden liberal internacional. Un caso lamentable, que se mantiene como amenaza latente, ha sido la política aislacionista y disruptiva del presidente Donald Trump, pero los fracasos de esa política y las crecientes tendencias expansionistas de la geopolítica del autoritarismo, que logran su máxima expresión con la invasión a Ucrania, hacen evidente la urgencia de fortalecer el orden liberal y sus instituciones fundamentales.