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Rusia: desafiando a Occidente

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Por Félix Arellano

Las tensiones entre Occidente y la geopolítica del autoritarismo se incrementan progresivamente en diversos escenarios. En tal sentido, al iniciar el nuevo año 2022, las alarmas de la comunidad internacional se están encendiendo ante los recientes acontecimientos de naturaleza militar que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, está promoviendo frente a Ucrania y en apoyo a la dictadura en Kazajistán. Jugadas que forman parte de una estrategia de expansión en la que destacan, entre otros, casos como: Georgia (2008), Crimea (2014), Donbás, la guerra hibrida de la conexión rusa contra las democracias, su activa participación en el Medio Oriente y la gradual presencia en nuestra región.

En un panorama cargado de incertidumbre, podría resultar esperanzador, pero sin generar mayores expectativas, el proceso de diálogo y negociación que se desarrolla durante esta semana con el Gobierno ruso para abordar temas de seguridad, tanto con Estados Unidos, que iniciaron el 10 de enero, como con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), previstas para el 12 de enero y la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), integrada por 57 países miembros, que se deben efectuar el día 13.

Ahora bien, debemos tener presente que el nuevo expansionismo ruso se va gestando desde que Vladimir Putin asume por primera vez el poder en la Rusia poscomunista en el año 2000. Sin embargo, este constituye un sentimiento que forma parte de la idiosincrasia rusa, de sus raíces históricas; se puede apreciar en la construcción del gran imperio de los zares, que además de abarcar un inmenso territorio, jugó un activo papel en el marco de la balanza de poder, durante el llamado “concierto europeo”. Luego, al caer la monarquía zarista de manos del comunismo, el expansionismo ruso alcanzó niveles globales llegando al nivel de segunda potencia mundial durante la llamada Guerra Fría.

El comunismo ruso, producto de las contradicciones inherentes a ese sistema, se fue desmoronando y, al desaparecer la vieja URSS, el bloque se fragmentó, quedando una Rusia sin mayor fortaleza económica y mucha pobreza, pero un gran poderío militar, en particular nuclear; no obstante, en la mentalidad del pueblo ruso se mantienen los sueños de grandeza imperial que Putin ha logrado hábilmente cultivar.

Controlar a su país y sus vecinos ha sido el objetivo fundamental de la estrategia de Vladimir Putin, de allí la importancia que representan, entre otros, Ucrania y Kazajistán. Pero, con el tiempo, en la medida que ha logrado consolidar su poder absoluto a nivel interno, va desarrollando un expansionismo internacional que ha logrado éxitos. Ha sido el caso de su activa presencia en el Medio Oriente, consolidando su posición militar en Siria y sus alianzas políticas con los diversos actores de la zona, incluyendo a Israel.

En la conformación de la estrategia de expansión a escala global se han fortalecido las relaciones con China y otros Gobiernos autoritarios como Bielorrusia, Irán, Turquía y, progresivamente, está desarrollando mayores vinculaciones con los Gobiernos autoritarios, radicales y populistas en nuestra región latinoamericana que resultan fichas útiles en su histórico enfrentamiento con los Estados Unidos. Por otra parte, no debemos olvidar que las sanciones que están aplicando varios Gobiernos de Occidente a Rusia tienen que ver con sus prácticas expansionistas, como se pudo apreciar en Georgia en el 2008 y, en particular, con la anexión de Crimea en el 2014.

En estos momentos el mundo observa la creciente militarización de la frontera rusa con Ucrania, donde se calcula la presencia de más de cien mil soldados rusos en actitud amenazante para su independencia. Adicionalmente, debemos recordar que el Gobierno ruso ha estado apoyando grupos secesionistas al Este de Ucrania, en la zona de Donbás, donde se están desarrollando constantes enfrentamientos. La retórica hostil del Kremlin ha destacado que occidente, en particular la OTAN, “quiere transformar a Ucrania en una plataforma militar contra Rusia”.

Por otra parte, ante solicitud del Gobierno autoritario de Kassin-Yomart Takaev en Kazajistán y, utilizando como excusa el formato del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) establecido en 1992, con la participación de seis de las exrepúblicas soviéticas –una débil copia del Pacto de Varsovia de 1955– el Gobierno ruso está enviando tropas a Kazajistán para reprimir con sangre las legítimas protestas del pueblo y con el propósito de perpetuar en el poder a Takaev. En este contexto, Putin también está apoyando a Alekzandr Lukashenko en Bielorrusia, que constituye la dictadura más longeva de Europa.

Ahora bien, la estrategia de expansión rusa es compleja e innovadora, entre otros, incluye el manejo de la guerra hibrida, particularmente la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación e información para manipular a la población en los países donde reina la libertad de expresión. Al respecto, caben mencionar las campañas de falsas noticias y descalificación que, desde los laboratorios de comunicaciones rusos, se han desarrollado contra el sistema democrático en los Estados Unidos en recientes procesos electorales o el apoyo a grupos nacionalistas y radicales en varios países europeos, con el claro objetivo de fragmentar la región y debilitar la integración.

Rusia y China constituyen los actores fundamentales de la geopolítica del autoritarismo y una creciente amenaza para Occidente y sus valores fundamentales, pero la estrategia para limitar su capacidad de acción no está muy clara. En el caso de los Estados Unidos, desde la administración de Donald Trump, se aprecia el interés de generar una mayor división entre los países del bloque autoritario, propiciando una postura más flexible frente a Rusia, que en el caso del presidente Trump llegó a niveles de vinculación personal con Vladimir Putin.

En lo que respecta a Europa, que enfrenta con mayor rigor las consecuencias de los conflictos en desarrollo, particularmente en lo que respecta al tema de las migraciones, tampoco ha logrado adoptar una estrategia coordinada y contundente frente a los desafíos de la geopolítica del autoritarismo.

Pareciera que la estrategia persuasiva de incentivos que trata de construir puentes entre ambos países, con el ánimo de lograr su incorporación más efectiva en el orden global, no pareciera resultar muy exitosa si observamos las posturas hostiles que están desarrollando tanto Putin como Xi Jinping.

Para algunos analistas, Vladimir Putin está incrementando la presión militar en Ucrania aprovechando las debilidades y contradicciones de Occidente, proceso que también está estimulando con sus acciones de guerra hibrida. Putin también aprovecha la actitud negociadora del presidente Joe Biden para ganar tiempo, reforzar su liderazgo internacional y su ego personal. En ese contexto, está radicalizando sus condiciones para negociar la paz en la región, al presentar propuestas que resultan innegociables, como ejercer el derecho a veto para la incorporación de nuevos miembros en la OTAN, una organización a la que no pertenece.

El panorama es complejo y desafiante, lo que exige la mayor coordinación de parte de las democracias occidentales; al respecto, resulta esperanzador observar que existen interesantes condiciones dada la importancia que están asignando, tanto el Gobierno de Estados Unidos como la mayoría de los Gobiernos europeos, a la renovación y fortalecimiento del dialogo transatlántico, pero no es tiempo para retórica, se requiere de acción concreta y efectiva de trabajo coordinado para lograr soluciones prácticas y estables ante el ascenso del autoritarismo.

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