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Reza y haz lo que quieras

reza-y-haz-lo-que-quieras

Así pues, ya sea que comáis, que
bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa,
hacedlo todo para la gloria de Dios
1 Co 10:31

San Agustín decía: “ama y haz lo que quieras”, como queriéndonos recordar que la medida de cualquier acción debe ser el amor. Reflexionando sobre algunos acontecimientos ocurridos en estos últimos días, me atrevería a completar la infalible fórmula del gran sabio de Hipona, para llevar una vida plenamente cristiana, con la perla de la oración, que al final no es otra cosa que un acto de fe y de amor a Dios. 

Hay quienes dicen que el deporte se ha convertido en la religión de nuestro tiempo, mientras que para otros la religión no es más que un pasatiempo. Muy pocos son los que han llegado a entender la verdadera relación que puede existir entre dos actividades tan característicamente humanas y tan aparentemente disímiles, aunque no lo sean tanto. “Jesucristo era un deportista”, llegó a afirmar un predicador en uno de los servicios deportivos regulares que se celebraron durante la primera mitad del siglo XX en las iglesias protestantes de toda Gran Bretaña, en pleno apogeo de la glorificación del deporte1. Lo cierto es que para muchos el deporte se ha convertido en un sucedáneo de la religión. Unos pocos, sin embargo, han sabido encontrar en el deporte el camino para vivir su religión.

En este mundo secularizado y materialista, en el que la vida espiritual llega a lo sumo hasta la meditación o el mindfulness –dos prácticas contra las que no tengo nada, dicho sea de paso–, resulta toda una rareza escuchar a un seglar hablar de fe y oración, sobre todo si lo hace en una conferencia de prensa en el marco de un torneo deportivo. Según la cultura imperante, la fe es algo que debería esconderse, que no interesa a los demás y casi que no debería interesarnos a nosotros mismos, de allí que resulte tan escandaloso cuando alguien la manifiesta públicamente.

Luis de la Fuente, seleccionador de una España recientemente coronada campeona de la Eurocopa de fútbol, ha causado un gran impacto no solo por sus incuestionables talentos para dirigir sobre el terreno, sino por lo que ha dicho fuera de él: “Soy un hombre de fe, creyente fervoroso. De mucha fe”, contó al poco de llegar al banquillo de la selección2. “A mí me viene bien. Me da mucha fortaleza a la hora de tomar decisiones también con cierta iluminación, con el apoyo de Dios”. 

En una reciente rueda de prensa un periodista, ateo confeso, quiso pasarse de listo con una pregunta capciosa, diciéndole que no acababa de entender la relación de los que tienen fe con Dios, a lo que De la Fuente, impasible y con una pizca de humor, respondió que a él le pasaba exactamente lo mismo con los ateos, añadiendo que su inteligencia y sus experiencias lo invitaban a creer en Dios y a encontrar en su fe católica seguridad y fortaleza, para terminar diciendo que reza todos los días. El problema de algunos ateos no es que no crean, sino que quisieran que los demás tampoco creyéramos, y mucho menos hiciéramos alarde de nuestra fe.

Hace unos días, mientras rumiaba las palabras de De la Fuente y alternaba la cena con un documental sobre la Fórmula Uno en la televisión, me puse a buscar casualmente en Internet datos sobre los corredores que iban apareciendo. Me tropecé con una foto de Lewis Hamilton, el siete veces campeón mundial, mientras celebraba su cuarta corona lograda en México junto a su madre. Lo que saltó inmediatamente a mi vista fue un muy visible crucifijo que el piloto llevaba sobre su pecho. Me enteré de que Hamilton es también un católico practicante3, que asiste al templo y es capaz de decir: “Dios tiene su mano sobre mí”. Algunos años después de aquella foto, cuando disputaba con una cómoda ventaja la posibilidad de obtener el octavo campeonato, algo jamás logrado, un controversial incidente en la pista provocó que perdiera la carrera y el título. La noticia, sin embargo, no fue el título perdido, sino la cortesía y la deportividad con la que se tomó la derrota.

Algunos quieren ver una contradicción o una incompatibilidad entre la vida material y la vida espiritual. Nada más lejos de la realidad. Los creyentes, sin perder de vista que habrá momentos dedicados exclusivamente a Dios, sabemos –o deberíamos saber– que nuestra vida de fe es una sola cosa con nuestra vida ordinaria, tal y como lo recordaba Juan Pablo II: “También el concilio Vaticano II dice que ‘una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios’ (Lumen gentium, 41)”4.

La vida espiritual no se trata pues, no debería tratarse, de lo que hacemos cuando no estamos haciendo lo que habitualmente hacemos, sino de lo que deberíamos hacer mientras lo hacemos, siguiendo aquel sabio lema de los monjes benedictinos: ora et labora; o la sabia pauta de San Ignacio de Loyola de ser contemplativos en la acción. De eso se trata rezar antes, durante y después de un partido de fútbol, gane o pierda nuestro equipo, o llevar un crucifijo en el pecho para que nos proteja mientras conducimos a 300 kilómetros por hora, o comportarnos con gallardía cuando seamos derrotados. También podemos y deberíamos hacerlo al levantarnos de la cama, al comenzar a escribir una página, antes de comer, de acostarnos o al hacer todo lo que hagamos.

Pero De la Fuente y Hamilton no son los únicos. Todos habremos escuchado a Messi hablar de su fe5. No son pocos los deportistas que se hacen la señal de la cruz y elevan la mirada al cielo en momentos importantes de los partidos, y está también Denzel Washington, que no es católico, pero quienes sean admiradores de sus dotes actorales no deberían dejar de ver sus magníficas charlas motivacionales, en las que insiste una y otra vez, de una manera poderosa y elocuente en fondo y forma, en que el secreto de la vida consiste en poner a Dios primero6.

El papa Francisco ha resumido todo lo que intento decir en una frase magistral, que todos los católicos deberíamos tener siempre presente: “¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión (…). No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida”7. Ojalá fuéramos capaces de preguntarnos, ante cada pequeña o gran tarea que vayamos a acometer, lo mismo que se preguntaba San Bernardo de Claraval: Quid hoc ad aeternitatem (¿Qué tiene esto que ver con la eternidad?).

Notas:

  1. https://theconversation.com/how-sport-became-the-new-religion-a-200-year-story-of-societys-great-conversion-199576
  2. https://elpais.com/deportes/eurocopa-futbol/2024-07-16/luis-de-la-fuente-el-anti-divo-que-acabo-por-seducir-al-planeta-futbol.html
  3. https://www.premierchristianity.com/opinion/gracious-in-defeat-the-christian-faith-of-lewis-hamilton/5842.article
  4. Juan Pablo II, Audiencia General, 24-X-1993.
  5. https://youtu.be/dj4j_Ohez7g?si=o0_JPZviAW1XhqQ8
  6. https://youtu.be/BxY_eJLBflk?si=Iu7mX–_wauElC6z
  7. Francisco, Ángelus, 18-VIII-2013.
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