Antonio Pérez Esclarín
Estos días de Pascua de Resurrección son días de júbilo y esperanza, pues celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre la violencia, del perdón sobre la venganza.
Los cristianos no sólo guardamos el recuerdo de un ser extraordinario que vivió hace unos dos mil años, pero que ya no está porque murió o, mejor dicho, lo mataron, pero cuyas enseñanzas siguen a través de los siglos inspirando formas novedosas de vida. Nosotros afirmamos que seguimos a un Jesús vivo, que el Padre resucitó avalando por completo su forma de vida. Para los cristianos, la cruz no es la última palabra. Es paso, pascua, a la vida. El Padre resucitó a Jesús y quedaron derrotados la muerte y sus heraldos. Aceptar la resurrección significa creer que la forma de vida de Jesús es el modo de vencer radicalmente la muerte y salvar definitivamente la vida. Con frecuencia, afirmamos que creemos en Jesús resucitado, pero seguimos manteniendo los valores y formas de vida de los que lo crucificaron. Si nuestras vidas se guían por la ambición, por las ansias de poder o de tener, por el rencor y el odio, estamos con los que crucificaron a Jesús y hoy siguen llenando de cruces a Venezuela. La cruz es el no definitivo de Dios a la violencia, al mesianismo, a la manipulación, al engaño.
Aceptar la resurrección es darle un sí definitivo a los valores de Jesús, resucitar a una nueva vida, optar por el servicio, la mansedumbre, el amor y el perdón, en lugar del poder, la violencia, el egoísmo y la venganza. La fe de los apóstoles alimenta la nuestra no tanto porque vieron la tumba vacía, o tuvieron algunas extrañas visiones, sino fundamentalmente, porque sintieron en sus corazones la fuerza del espíritu de Jesús, que los lanzó a ser testigos de su vida y su misión, anunciando su evangelio y viviendo sus valores hasta la fidelidad radical de dar la vida por ellos. Creyeron en un Jesús vivo porque pasaron del miedo a la fortaleza, de la ambición al servicio. Se llenaron de su espíritu, de su fuerza y se convirtieron en testigos de su mensaje y de su vida.
Pero no olvidemos que Dios no resucitó a cualquiera, resucitó a un crucificado. Resucitó a alguien que se solidarizó con todas las víctimas de la violencia, de la impunidad, de los jueces complacientes, de los que utilizan el poder para aplastar y dominar. La resurrección de Jesús es pues, la resurrección de una víctima. En la resurrección se nos manifiesta el triunfo de la justicia sobre la injusticia, la victoria definitiva del amor sobre la violencia. Por fin, y de manera plena, triunfa la víctima sobre el verdugo. Esta es la gran noticia: Dios se nos revela en Jesucristo como el Dios de las víctimas. Los que son perseguidos, golpeados, gaseados y encarcelados han de saber que no están hundidos en la soledad y el desamparo. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección, su lucha en victoria. Los verdugos deben conocer que Dios no está con ellos, y que en cualquier víctima inocente están golpeando y crucificando al mismo Dios.
Pascua de Resurrección: Tiempo para alimentar la esperanza, para resucitar a una nueva vida, para hacer del miedo fortaleza, para derrotar con amor el rencor y los deseos de venganza. Jesús sigue vivo y necesita de valientes que continúen su proyecto de establecer una Venezuela reconciliada, próspera y fraternal.