María Molinos
Los ataques a centros de acogida disparan el número de episodios violentos hasta los 900 casos en 2015, cuatro veces más que en 2014
El millón de refugiados que en 2015 llegó a Alemania ha desenterrado un fantasma que muchos creían superado: la xenofobia. La lacra, que evoca el episodio más oscuro del país, ha salido de los reductos neonazis donde permanecía enquistada, ha emponzoñado el debate público en torno al asilo y ha alentado que en un año se disparen los ataques contra centros de acogida de extranjeros.
Alemania es un país dividido. La misma nación que en 2015 dio una lección a sus socios europeos al acoger a cientos de miles de sirios e iraquíes, de afganos y eritreos, de emigrantes de los Balcanes y personas procedentes del Norte de África, registró también su mayor cifra de ataques xenófobos contra estos mismos recién llegados. Según la Oficina Federal para la Investigación Criminal (BKA), hasta principios de diciembre se produjeron 817 delitos contra centros para peticionarios de asilo, de los que en al menos 733 ocasiones se probó una motivación xenófoba. Extrapolando estos datos, el ejercicio habría acabado con cerca de 900, frente a los 170 de 2014
Los «autores intelectuales»
Entre estos incidentes hay delitos de incitación al odio racial y de difusión de propaganda neonazi, pero también se incluyen más de medio centenar de ataques incendiarios -los últimos en Nochebuena y Navidad- contra centros de refugiados o edificios que estaban siendo acondicionados para acogerlos. En la mayoría de los casos, los hechos ocurrieron por la noche en locales aún vacíos de pequeñas poblaciones del este y el sur del país. En ocasiones se registraron heridos, pero ninguna víctima mortal.
Las fuerzas de seguridad alemana tuvieron asimismo conocimiento de otro tipo de ataques, como los disparos contra un albergue habitado en agosto en Böhlen; el saqueo de un edificio recién acondicionado en Mengerskirchen en julio, en el que los agresores esparcieron cabezas y tripas de cerdo por el suelo; y el lanzamiento de piedras y petardos contra un autobús lleno de refugiados en Jahndorf hace apenas tres semanas.
Pese a que los casos han ido en aumento -conforme surgían por todo el país nuevos albergues y la acogida de peticionarios de asilo azuzaba la controversia-, las alarmas ya saltaron el pasado abril, cuando en Tröglitz, un pueblo de 3.000 habitantes del este, unos desconocidos prendieron fuego a un edificio recién remozado para acoger refugiados. Unas semanas antes había dimitido el alcalde de la localidad, el independiente Markus Nierth, asustado ante las marchas neonazis convocadas frente a su domicilio por su decisión de acoger a apenas unas decenas de inmigrantes.
«Alarmante»
En este contexto de violencia xenófoba hay que enmarcar también el ataque a cuchilladas que sufrió en octubre la entonces candidata a la alcaldía de Colonia Henriette Reker, de 58 años, que se había destacado por su defensa de la acogida de refugiados. La víspera de las elecciones, en un acto de campaña, un desempleado de 44 años que militó en los noventa en las filas neonazis le asestó varias cuchilladas en el cuello, poniendo en peligro su vida. A la semana, cuando salió de peligro, se enteró de que había ganado los comicios.
La canciller alemana, Angela Merkel, que ha tildado la crisis de los refugiados el mayor reto de su país desde la reunificación de hace ya un cuarto de siglo, ha condenado todo tipo de violencia contra los refugiados. Su ministro de Interior, cristianodemócrata, Thomas de Maizière, ha advertido del repunte «más que alarmante» de los ataques xenófobos y el titular de Justicia, socialdemócrata, Heiko Maas, ha añadido que cada incidente es «un ataque contra nuestra democracia».
Los expertos coinciden en señalar que el racismo y la xenofobia están latentes en ciertos sectores de la sociedad alemana y, en condiciones extraordinarias, resurgen con fuerza y llegan a recurrir a la violencia. En el recuerdo colectivo destaca aún la célula terrorista ‘Clandestinidad Nacionalsocialista’ (NSU) que entre 2000 y 2007 asesinó a nueve extranjeros y una agente de policía. Y hace ya más de dos décadas, Alemania experimentó un rebrote similar de la violencia xenófoba.
A principios de los años 90, cuando llegaban al país unos 150.000 refugiados al año debido a las guerras en los Balcanes, se produjeron casos como el de Hoyerswerda, una localidad que en noviembre de 1991 tuvo que evacuar un centro de acogida ante el acoso de los neonazis. Al año siguiente, un ataque incendiario contra una casa de familas turcas en Mölln, cerca de Hamburgo, mató a tres mujeres. En 1993, en la cercana Sollingen, otro atentado de motivación racista dejó cinco víctimas mortales.
Fuente: La Rioja