Por Félix Arellano
El Parlamento Europeo, una de las instituciones fundamentales de la Unión Europea (UE), está trabajando en el proceso de reforma de la arquitectura institucional de la integración y, a tales fines, acaba de concluir luego de un año de trabajo, la llamada Conferencia Europea, un exhaustivo proceso de consultas con los ciudadanos de bloque que inició en Estrasburgo el pasado 09 de mayo del 2021. En una nueva fase, se encamina a promover la convocatoria de una Convención para la reforma de los tratados fundacionales, con el objetivo de “acercar las instituciones a las expectativas de la ciudadanía”
Según la información que circula, los resultados de la Conferencia:
Incorporan propuestas en campos temáticos que van desde el cambio climático o la salud, pasando por la economía y el empleo, la educación, la transformación digital, la migración, las cuestiones de democracia europea, los valores y derechos o la UE en el mundo (El País de España, 2022).
Cabe resaltar que no es la primera reforma del proceso de integración europea desde su creación con el Tratado de Roma en 1957, y seguramente no será la última, pero en esta oportunidad el proceso de cambios se presenta con un conjunto de factores innovadores y creativos y en un contexto complejo, pero estimulante, que podrían garantizar un resultado efectivo, sustentable y de mayor legitimidad.
Iniciar el proceso de revisión institucional desde el Parlamento, que es la instancia política por excelencia, en principio podría garantizar una mayor vinculación con los ciudadanos. Teniendo en cuenta el papel de representatividad que ejercen los partidos políticos en los sistemas democráticos, tal vinculación puede favorecer una mayor participación, garantizar el más amplio espectro de sectores y opiniones que estimulen los debates y las propuestas y, en consecuencia, debería facilitar la aceptación y aplicación de los resultados.
Asumimos que la conferencia, con el bajo perfil que le ha caracterizado en este año de trabajo, ha propiciado una amplia participación de diversos sectores, lo que debería contribuir a superar la desconexión que está caracterizando, tanto a los partidos, como a los órganos comunitarios, frente a los pueblos. Seguramente se ha propiciado el debate de las ideas, para enfrentar los falsos discursos y manipulaciones que promueven los grupos populistas y radicales que, por intermedio de las redes sociales y las telecomunicaciones, difunden falsos discursos estimulando el nacionalismo, la exclusión y el rechazo a la integración.
Esperamos que en el proceso de consulta y reflexión haya sido relevante la participación de los jóvenes, muchos de ellos indiferentes, desinformados o escépticos; en consecuencia, resulta necesario promover la información y formación sobre el espectro multidisciplinario de temas que conforman la integración, temática compleja, pero que forma parte de la cotidianidad de los ciudadanos.
Por otra parte, resulta interesante observar que el proyecto de reforma de la integración europea se desarrolla en un contexto complejo, pero estimulante para la creatividad. Por una parte, se conoce ampliamente el fracaso del retiro del Reino Unido de la integración europea (Brexit), que ha perjudicado a todas las partes.
También se debe tener presente la eficiente labor de los órganos comunitarios en el manejo del complejo tema de la pandemia del covid-19 y, adicionalmente, los desafíos de la geopolítica del autoritarismo, en especial del expansionismo ruso con la invasión de Ucrania y la potencial amenaza a Moldavia e incluso a Finlandia y Suecia, que han evidenciado la importancia de la acción integrada de los países europeos.
Tales circunstancias deberían contribuir a concienciar a la población europea sobre la importancia de consolidar el proceso de integración, dinamizando la toma de decisiones e incorporando diversos temas que se han mantenido pendientes como la seguridad y defensa común. Ahora bien, la situación no se presenta fácil, pues ha venido creciendo con intensidad el euroescepticismo o eurofobia como un profundo desafío para el proyecto comunitario.
El euroescepticismo o eruofobia se posiciona como una tendencia en ascenso en varios países Miembros y ha logrado su expresión más impactante con el retiro del Reino Unido, definido como el Brexit; un proceso que no ha beneficiado al pueblo inglés y mucho menos a Europa en su conjunto, pero los radicales lo manipulan como la mejor opción para superar los problemas sociales que están enfrentando.
En los últimos años la institucionalidad europea ha enfrentado las tendencias autoritarias y nacionalistas de los gobiernos radicales de Polonia y Hungría; pero, en la mayoría de los países Miembros, los movimientos radicales están logrando mayor respaldo popular y ocupando espacios políticos.
La situación es compleja, pues no obstante las amenazas externas —entre las que debemos incluir la incertidumbre que genera el liderazgo que actualmente mantiene el expresidente Donald Trump en los Estados Unidos, cuya gestión prácticamente rechazó la unidad transatlántica— que exigen de una mayor y más sólida integración, siguen avanzando los movimientos populistas y radicales con sus narrativas euroescépticas.
En este orden de ideas, las recientes elecciones en Francia representan una alerta sobre el progresivo fortalecimiento de las visiones populistas y radicales. Cabe destacar, que la Sra. Marine Le Pen, tradicional promotora del euroescepticismo en Francia, quien incluso ha sugerido el retiro del país del proyecto comunitario (Frexit), ha logrado un importante respaldo popular con el 41 % de los votos.
Si bien es cierto que, ante la amenaza de expansionismo ruso y el importante papel que han desempeñado los órganos comunitarios en la lucha contra la pandemia del covid-19, la Sra. Le Pen ha moderado su discurso y ha optado por promover la tesis de reformar la arquitectura de la integración desde adentro, varias de sus propuestas conllevan la progresiva destrucción del proyecto comunitario.
Entre las propuestas de reformas que llegó a presentar la Sra. Le Pen durante la campaña electoral destacan: reintroducir los controles en las fronteras internas, retomar la primacía del derecho interno sobre las normas comunitarias, reducir las contribuciones de Francia a la integración europea, revisar la libre circulación de personas y la política comunitaria frente a los inmigrantes, privilegiar a los franceses frente a los socios comunitarios en temas de empleo, prestaciones, vivienda y salud y reorientar la política exterior común.
Con tal agenda de reformas, Francia rompería su alianza con Alemania y otros países que tratan de fortalecer la Unión Europea y se vincularía al grupo euroescéptico que actualmente dirigen Hungría y Polonia.
Ahora bien, que el proceso de reforma se inicie desde el Parlamento podría ser una oportunidad para enfrentar el desafío que representa el euroescepticismo o eurofobia que promueven sectores radicales y populistas en varios países miembros, algunos de ellos con representación en el Parlamento Europeo. La tarea es compleja toda vez que el fanatismo que caracteriza los movimientos radicales pierde la capacidad de racionalizar los problemas, pero el Parlamento constituye una plataforma natural para el diálogo y la negociación.
Según el esquema previsto, ahora se avecina un trabajo que debería estar coordinado entre los gobiernos de los países miembros, los órganos comunitarios y el Parlamento con miras a la convocatoria de la convención, la cual estaría orientada a la negociación para la revisión de los tratados fundacionales y, de esa forma, avanzar en la adecuación de la institucionalidad que permita hacer frente a los nuevos y crecientes desafíos.