Por Antonio Pérez Esclarín
El pasado 22 de octubre fue una fiesta democrática, donde la sociedad civil expresó su voluntad de cambio. Fue un día en que se fortaleció la esperanza y la confianza. Pero debemos seguir insistiendo con tesón y con ilusión en fortalecerlas, pues siguen todavía débiles y tienen enemigos poderosos dispuestos a todo para que no cambie la situación.
Si queremos labrar un futuro próspero para todos y en paz, debemos recuperar la confianza en el país, en las instituciones, en las leyes, en los poderes públicos, en la Fuerza Armada Nacional, en los gobernantes, en los líderes de la oposición y en nosotros mismos. De no hacerlo, no lograremos vencer la anomia, y esa especie de desesperanza muy generalizada que les ha robado a muchos el coraje y la capacidad de reaccionar para reconstruir el país y enrumbarlo por los caminos del progreso, la dignidad y la paz.
No podemos acostumbrarnos y resignarnos a la ineficiencia, a la intolerancia, a la falta de autonomía de los poderes públicos, a las limosnas, a los apagones, a la falta de gas y de gasolina, al colapso de la educación, de la salud y de prácticamente todos los servicios públicos, a la impunidad, a la anarquía, a la inflación y especulación que aumenta los precios sin control, a los abusos de poder, a las mentiras y promesas falsas, a la inseguridad. Es urgente que mejoremos las condiciones de vida de las mayorías para detener esa hemorragia de ciudadanos que está desangrando y descapitalizando al país y lograr que los que se fueron vuelvan, y termine de una vez ese dolor de desgarradura que supone la ruptura de tantísimas familias.
La pérdida de la confianza se asienta y se sostiene en la pérdida de la dimensión ética. En Venezuela se impuso la inmoralidad y el cinismo. Pretendieron adormecernos con discursos grandilocuentes que no fueron acompañados por acciones y políticas coherentes; y trataron de robarnos la dignidad con bonos y limosnas. Si un buen sistema económico se sustenta sobre un sistema político estable, la buena política se sustenta sobre un capital de confianza que debe, a su vez, construirse sobre reglas claras y conductas éticas. Pero estas fueron escaseando cada vez más y se impuso la antiética y la inmoralidad más desvergonzada. Las recientes declaraciones de connotados voceros del Gobierno, que trataron de desacreditar las elecciones demuestran que entienden la política como un ejercicio de vivismo y manipulación. Junto a la grandilocuencia discursiva y las amenazas, vemos cómo se impone la política mezquina, que busca esencialmente las conveniencias personales y grupales.
¿Qué debemos hacer para recuperar la confianza? No es tarea fácil. La confianza toma tiempo en ser construida y muy poco en ser destruida. Pero es urgente que trabajemos por recuperarla, si queremos en verdad salvar a Venezuela. Recuperar la confianza en las instituciones pasa por cumplir la Constitución y exigir estándares éticos más altos a los que nos representan.
Es hora de que los poderes públicos, las instituciones y la Fuerza Armada Nacional empiecen a dar muestras concretas y evidentes de que están al servicio de la Constitución y de la nación y no del proyecto de unos pocos. Esperamos que los nuevos liderazgos surgidos de estas elecciones den muestras de humildad, respeto, valor, inclusión, preocupación eficaz por los que más sufren, y moralidad a toda prueba. Es la hora de la reconciliación y la justicia, pero no de la retaliación y venganza. La hora de un verdadero liderazgo de servicio.