Por Rafael Luciani*
El mensaje del Papa en ocasión de la beatificación del laico José Gregorio Hernández
José Gregorio Hernández nace en 1864, un año después de la firma del tratado de Coche que puso fin a la guerra federal. El país quedó en una situación económica precaria y la población estaba dividida en dos bandos no reconciliados. Parte de su vida transcurrió en medio de una dictadura, los venezolanos no gozaban aún de la democracia y la institución eclesiástica era duramente perseguida. En ese contexto, José Gregorio ejerció su profesión de médico, investigador y profesor universitario viviendo su cotidianidad al servicio de los pobres, a quienes recibía en su consultorio o visitaba en sus casas para sanarlos y acompañarlos en su enfermedad. También contribuyó con el desarrollo de la medicina en Venezuela. El nuevo beato es una de las figuras más emblemáticas de la unidad nacional del pueblo venezolano.
Médico del “pueblo”
El 29 de abril de 2021 el Papa envió un video mensaje a los venezolanos refiriéndose a José Gregorio Hernández como el médico del “pueblo”. A lo largo de su magisterio, Francisco ha usado tres nociones de pueblo. El pueblo-pobre, el descartado y excluido de los canales de participación sociopolítica y el bienestar económico; el pueblo-nación, que expresa un proyecto común y una identidad sociocultural por construir; y el pueblo-fiel, los creyentes, quienes desde su fe y sus valores cargan con los padecimientos cotidianos. Al llamar al nuevo beato médico del pueblo se nos propone un modelo de “ciudadanía y vida creyente” que anima a recuperar los vínculos fracturados en un país que necesita de sanación sociopolítica y atención humanitaria.
El video mensaje de Francisco a los venezolanos responde al llamado que había hecho en Fratelli Tutti a salvar la democracia, pues ésta se basa en la construcción del bien común y no en el “ejercicio demagógico del poder” por unos pocos (FT 157), lo cual es propio del “populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder” (FT 159).
“El pueblo somos todos” (FT 199), dice el Papa. No hay una diferencia entre ser-persona y ser-pueblo, porque nos unen identidades socioculturales compartidas y la necesidad de construir el bien común. Además, “en el pueblo todos son iguales” (FT 99) con los mismos derechos y deberes, con igual dignidad (FT 106). Con razón, el “médico del pueblo” ha entrado de un modo especial en el corazón de cada venezolano. Al reconocer su santidad de vida, la Iglesia ofrece un símbolo de esperanza y de reconciliación nacional que impulse nuevos procesos para la recuperación de Venezuela.
La opción del “buen samaritano”
Francisco reconoce en José Gregorio a un “modelo de santidad comprometida con la defensa de la vida y los desafíos de la historia“. Lo califica como un “paradigma de servicio“, como “el buen samaritano, que vive sin excluir a nadie”. En este laico se hacen vida las palabras del Concilio Vaticano II: “nuestra humanidad se define principalmente por la responsabilidad hacia nuestros hermanos y ante la historia” (Gaudium et Spes 55). En el fondo, el médico del pueblo fue “testimonio de servicio ciudadano” y nos invita a “lavar los pies del otro y dejarse lavar los pies por el otro”, a fomentar la lógica de la acogida, el perdón, la no venganza y el amor a todos sin ningún tipo de exclusión.
En el Te Deum celebrado en la Catedral de Buenos Aires en 2003, diez años antes de ser elegido Papa, Bergoglio usó la parábola del buen samaritano para proponer la imagen del pueblo-herido. Podemos decir que esta es una cuarta noción de pueblo que identifica la acción política con el samaritano que acoge y sirve al herido, al caído, y no voltea la mirada ante los sufrimientos del pueblo. Durante la homilía comentó: “no tenemos derecho a la indiferencia y al desinterés o a mirar hacia otro lado. No podemos pasar de largo como lo hicieron los de la parábola. Tenemos responsabilidad sobre el herido que es la nación y su pueblo. Se inicia hoy una nueva etapa signada muy profundamente por la fragilidad: fragilidad de nuestros hermanos más pobres y excluidos, fragilidad de nuestras instituciones, fragilidad de nuestros vínculos sociales… ¡Cuidemos la fragilidad de nuestro Pueblo herido!”.
Francisco vuelve sobre esta imagen samaritana y propone a José Gregorio como modelo para la redención de la política venezolana a partir del “amor preferencial por los últimos” (FT 187), los caídos en estos últimos veinte años de nuestra historia. Su figura emblemática se nos dona como motor de la promoción humana y luchador por el bien común (FT 282), con el fin de sanar a ese pueblo-herido, al pueblo venezolano, que padece la “fragilidad de las instituciones y la fragilidad de los vínculos sociales” (FT 66).
En su discurso La Nación por construir del 25 de junio de 2005, el entonces Cardenal Bergoglio habló del “buen samaritano como opción de fondo para reconstruir la patria”. Explicó que “la inclusión o la exclusión del herido al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Todos enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y disfraces se caen: es la hora de la verdad, ¿nos inclinaremos para tocar nuestras heridas? ¿Nos inclinaremos a cargarnos al hombro unos a otros? Éste es el desafío de la hora presente, al que no hemos de tenerle miedo”.
Por todo esto, la beatificación de José Gregorio se presenta como un acontecimiento único para el país, tanto por el momento histórico que vivimos, como por el estilo de vida de alguien que, aún viviendo en dictadura, puso siempre el bien común por encima del propio. Como dice el Papa, esta beatificación es una oportunidad para reconstruir la “unidad nacional en torno a la figura del médico del pueblo”. Pero esto “exige dar pasos concretos en función de la unidad nacional” y “ser capaces de reconocernos como iguales, hermanos, hijos de una misma patria”.
Sintonía con los obispos
El 8 de junio de 2017, el Papa dijo personalmente a los miembros de la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana que “en la voz de los obispos venezolanos también resuena la mía”. Luego de esta declaración, el Cardenal Baltazar Porras ratificó el 6 de febrero de 2019 en una entrevista en Argentina que “hay una unidad de criterio y de actuación plena y total, y un relacionamiento entre el Vaticano y los obispos venezolanos”. Hoy, en su mensaje al pueblo venezolano, Francisco recuerda nuevamente que “con los hermanos obispos conozco la realidad venezolana”.
Para hablar de la realidad venezolana, el Papa hace referencia a la actualidad de José Gregorio y llama a reconocer que “todos son compatriotas del beato”, lo que para el pontífice significa que, en Venezuela, “todos deben tener los mismos derechos”. Con la expresión todos se refiere a tres grupos de personas que representan tres realidades a sanar: “quienes han dejado el país, quienes están privados en libertad y quienes carecen de los medios necesarios para vivir”, es decir, la inmensa cantidad de personas que han huido del país, los presos políticos y los pobres que sufren la crisis humanitaria. En ellos se representan tres dimensiones fundamentales a las que hay que atender: la migratoria, la política y la socio-económica. Se trata de hacer una gran “inversión social”, la de “producir entre todos el respeto por el bien común” para “que el país renazca con espíritu de reconciliación”.
Junto a los obispos venezolanos, el pontífice es coherente con las cuatro condiciones que el Vaticano puso el 2 de diciembre de 2014 para lograr una verdadera negociación con el gobierno. Pero hoy agrega una nueva: que los problemas se resuelvan “internamente, entre venezolanos y sin ninguna intervención extranjera”, aludiendo a la alineación geopolítica del Vaticano con las posiciones asumidas por la Unión Europea y los EE.UU. en relación a una hoja de ruta electoral que abra un proceso de transición pacífica para recuperar la democracia en Venezuela.
Francisco es categórico al decir que “no hay punto final en la construcción de la paz social de un país” (FT 232) porque la alternativa es la guerra y “hay quienes buscan soluciones en la guerra, que frecuentemente se nutre de la perversión de las relaciones, de ambiciones hegemónicas, de abusos de poder, del miedo al otro y a la diferencia vista como un obstáculo” (FT 256). En este sentido, la posición del magisterio eclesial ha sido siempre un rotundo “no a las guerras” (FT 258), y un llamado a ser “artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225). No olvidemos la actualidad del llamado que hicieran los Obispos venezolanos el 8 de mayo de 2000 en el documento Unidos en la verdad, la esperanza y el compromiso. Ahí pidieron “rehacer el país con una democracia real. Con una convivencia en paz, libertad, pluralidad y participación, capaz de reducir la pobreza y lograr una gobernabilidad para el desarrollo y el bienestar compartido”.
Hacia una unidad operativa para “recuperar a Venezuela”
En el mensaje no se propone reiniciar un diálogo. El mismo Papa reconoció el fracaso de intentos anteriores cuando dijo durante el regreso de su viaje apostólico a Egipto, el 29 de abril de 2017, que el diálogo “no resultó porque las propuestas no eran aceptadas” no sólo por la oposición política que, en ese momento, carecía de “unidad política y estratégica”, sino fundamentalmente por el gobierno, cuya falta de seriedad y coherencia la describió como un “sí,sí… pero no,no…”, y le hizo un “llamamiento al gobierno para que se evite cualquier ulterior forma de violencia, sean respetados los derechos humanos y se busquen soluciones negociadas a la grave crisis humanitaria, social, política y económica que está extenuando la población”. Lo que Francisco propone es recuperar “la unidad nacional en torno a la figura del médico del pueblo” y, para ello, hace un nuevo llamado a los dirigentes políticos a que sean “capaces de reconocerse como iguales, hermanos, hijos de una misma patria”.
En el 2010, siendo Cardenal en Buenos Aires, Bergoglio dio una conferencia titulada Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad. Nosotros como ciudadanos. Nosotros como pueblo. Ahí explicó que un verdadero diálogo acontece cuando la “cultura política de confrontación” se sustituye por otra de acuerdos políticos puntuales a la luz de un “proyecto integrador, un proyecto en torno a definiciones de valores y a objetivos concretos en las distintas áreas de la economía, la política, lo social, lo cultural”. Hoy, como Obispo de Roma, ofrece cinco ejes inspiradores sobre los cuales construir una cultura política de acuerdos que permita “recuperar a Venezuela”. Estos son la restitución de “la normalidad, la productividad, la estabilidad democrática, la seguridad, la justicia y la esperanza”. Se trata de un proyecto de país que vuelva a ofrecer el disfrute de la vida cotidiana, el bienestar económico, la democracia como modelo político, el cuidado de la vida, la lucha en contra de la impunidad y la posibilidad de ver futuro. Todo lo que hemos venido perdiendo en estos años de luchas ideológicas.
Francisco tampoco habla de una “unidad nacional” genérica, sino de algo muy concreto. Lo que propuso en el 2017 como “unidad política y estratégica”, ahora lo precisa y denomina “unidad operativa”. Esta se basa en generar una nueva cultura política de acuerdos a la luz del modelo de ciudadanía de José Gregorio, quien vivió los horrores de una dictadura y de la gripe española. Tal cultura se construye por medio de una acción mancomunada de “todos los dirigentes —políticos, empresarios, sindicatos, religiosos— en el logro de una unidad operativa”, porque “nos salvamos todos o no se salva nadie”. Sin esta unidad operativa no habrá nunca un verdadero diálogo y “la falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar. Así las conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere bien común” (FT 202).
Para muchas personas pareciera que no hay salida a la crisis, que vivimos bajo la dura sentencia de Hannah Arendt: “vivimos en tiempos oscuros donde las peores personas han perdido el miedo y las mejores han perdido la esperanza”. Sin embargo, no nos dejemos robar la esperanza, no perdamos la fe en las personas e instituciones que están trabajando, nacional e internacionalmente, por un cambio en Venezuela. Perder la esperanza es darle la razón al victimario que quiere convertirnos en víctimas y sobrevivientes de un sistema opresor y deshumanizador. Recordemos las palabras de Francisco en Paraguay en el 2015: “las ideologías terminan mal, no sirven, las ideologías tienen una relación incompleta, enferma o mala con el pueblo porque no asumen al pueblo; siempre terminan en dictaduras”. Aún más claro, fue lo que le dijo a Raúl Castro en la Plaza de la Revolución de la Habana: “el servicio nunca es ideológico; ya que no se sirve a ideas, sino a las personas”. Aprendamos de José Gregorio, el médico del pueblo, el buen samaritano venezolano.
Esperamos pronto su visita Papa Francisco. Como nos dijo en su video mensaje: “quiero visitarlos para acompañarlos en este camino de unidad nacional”.
*Teólogo laico venezolano. Experto del CELAM y miembro del Equipo Teológico de la CLAR. Coordinador del Grupo Iberoamericano de Teología