Antonio Ecarri Bolívar
Este régimen que hemos estado padeciendo los venezolanos, en las últimas dos décadas, ha pretendido retrotraer a Venezuela a etapas que creíamos superadas de atraso político, ideológico, cultural y social. Si aún no lo logra por completo, es gracias a la vigencia del pensamiento de los padres fundadores de la democracia que lidera, sin lugar a dudas, el pensamiento y la acción de Rómulo Betancourt, quien cumplió 109 años de nacido este 22 de febrero de 2017.
El profesor Germán Carrera Damas tiene razón al afirmar que no le hacemos honor a Betancourt llamándolo “padre de la democracia”, porque al llamarlo así lo disminuimos, pues es mucho más que eso, es el constructor de la sociedad civil, de la ciudadanía venezolana. El eminente historiador define- resumo yo- el aporte trascendente de Betancourt a la creación de ciudadanía cuando afirma que su aporte fue, nada más ni menos: “(…) La radicación de la fuente de la legalidad originaria del Poder Público en la ciudadanía organizada, con la instauración de una democracia de partidos. Significaba dotar al ciudadano, que ejercía la soberanía popular, de medios que permitieran lograr que su unicidad se convirtiera en una fuerza colectiva permanente; capaz de enfrentar, a través de la representación parlamentaria, los eventuales desvaríos autocráticos o despóticos del Poder Ejecutivo. La conversión del ejercicio de la ciudadanía en una fuerza política con capacidad reguladora del desempeño del Poder Público cifraría su potencialidad y eficiencia en la vigencia de los procedimientos de la democracia moderna como garantía de la ciudadanía”. Y es que, concluye el profesor Carrera: “Rómulo Betancourt consideraba la incapacidad estructural del militar para gobernar, derivada de los condicionantes de su formación profesional”.
Otra de las más importantes contribuciones de Betancourt, a la democratización de Venezuela fue la despersonalización del poder, pues no otra cosa fue la que alentó y logró materializar, con el famoso consenso político conocido como el “Pacto de Puntofijo”, pues por primera vez en este país no se hablaría más, al decir de Manuel Caballero, de los “ismos” personalistas que definían las etapas políticas desde la independencia hasta 1.958. En efecto, ya no se hablaría más de “Paecismo”, “Guzmancismo”, “Monaguismo”, “Gomecismo”, “Perezjimenizmo”, sino de “Puntofijismo”, que a pesar de ser un cognomento empleado por los actuales gobernantes para denostar y pretender desprestigiar ese acuerdo, logra exactamente lo contrario, es decir, su reivindicación, al exaltar la despersonalización del poder y poner de bulto un logro excepcional como fue la transformación de Venezuela, de una era de caudillos y líderes providenciales, en una sociedad moderna, integradora y no excluyente.
En definitiva, el pensamiento y la acción de Rómulo Betancourt, en función de la institucionalidad democrática; de la integración del individuo en el cuerpo social a través de la educación y el trabajo, que permitió a los hijos de los campesinos y los obreros escalar los peldaños sociales que convirtieron a Venezuela en el país con la clase media más importante de América Latina; de la construcción de un partido policlasista, el más importante y de mayor influencia en la vida de la sociedad venezolana, como Acción Democrática, dio una inestimable contribución a la modernización de Venezuela.
Resulta incomprensible que 109 años después del nacimiento de Rómulo Betancourt, los demócratas de Venezuela tengamos que regresar a ondear consignas que aireaba, a principios del siglo XX, la generación del 28: voto universal directo y secreto para elegir nuestros gobernantes, democracia política, libertad económica y justicia social.
La actual dirección política de AD, dirigida por Henry Ramos Allup, se propone rescatar nuestro país y decimos con Rómulo Betancourt: “convencidos de que el canibalismo político, la encendida pugna política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la República, es por lo que ratificamos una línea de partido, del partido Acción Democrática, adelantada desde su primer manifiesto a la nación”. Esa línea política no es otra que la unidad de los demócratas, porque por encima de cualquier aspiración subalterna está nuestro compromiso de comenzar, al fin, a transitar el siglo XXI venezolano, para que regresen nuestros muchachos, aventados en mala hora por este régimen fracasado, a ayudarnos a la inmensa tarea de reconstruir la obra de Rómulo Betancourt.