En una sociedad marcada por la polarización, la violencia y la desconfianza, la reconciliación se perfila como un elemento imperioso ante la necesidad de reconstrucción del tejido social venezolano. Frente a este escenario, la Compañía de Jesús en Venezuela, fiel a su misión y valores, apuesta por una iniciativa de reconciliación que abogue no solo por el encuentro de nociones e ideas, sino que también haga frente al complicado discernimiento sobre el perdón, la justicia y el poder, en un proceso que ineludiblemente será de largo aliento
Introducción
Las violencias reales y simbólicas, con sus respectivas características, aumentan la dificultad para el reconocimiento y el encuentro entre grupos humanos que se perciben como adversarios, estableciendo la estigmatización y la desconfianza conforme la conflictividad político-social recrudece y muta. Con esos elementos se ha configurado un escenario relacional que normaliza o cuando menos relativiza los efectos de una confrontación (abierta o soterrada) multimodal.
En dirección contraria a lo señalado, muchas personas y las organizaciones en las que hacen vida, continúan pensando la paz y la reconciliación; intentan, desde sus capacidades, saberes y alianzas, desarrollar programas de formación, atención y acompañamiento a comunidades que conscientes de su potencialidad y motivados por la necesidad de incidir transformadoramente en su entorno, han decidido no renunciar al compromiso de aportar en el fortalecimiento de un trabajo de ciudadanía que aspira dialogar con su historia y con sus verdades para intentar recrear espacios de convivialidad.
Ante lo señalado, la Provincia de Venezuela de la Compañía de Jesús, siendo fiel a los fundamentos de su misión, adelanta iniciativas para aportar, desde la fe que la dinamiza y en diálogo constante con otros actores, a la instalación de la reconciliación como un emprendimiento impostergable para nuestro país. En ese sentido, se valoran los saberes y los haberes adquiridos para sumar estrategias que robustezcan las nuevas reflexiones y los trabajos que de ellas deriven.
Con la finalidad de encontrar los canales institucionales que sustenten la labor en torno a la reconciliación, el Apostolado de Justicia Socioecológica ha conformado la Red de Reconciliación, instancia que está pensando, discutiendo y soñando los contenidos, las formas y la pedagogía para abordar el tema que nos convoca. Es importante destacar que, junto al trabajo de la Red de Reconciliación, se ha decidido, como punto de partida, desarrollar encuentros con las Redes Apostólicas Ignacianas Regionales para que, en un clima de confianza entre compañeros de misión, se comunique el horizonte que como cuerpo apostólico deseamos transitar.
La propuesta
Por la complejidad que entraña la reflexión acerca de la reconciliación, una intuición compartida por quienes han recibido la misión de impulsar y acompañar este proceso a nivel provincial, fue la de lo inconveniente de buscar un concepto cerrado y unívoco en el que se pretenda enmarcar totalmente a la reconciliación. Más que la conceptualización, se privilegia la posibilidad de enriquecer la noción de reconciliación que tienen las personas, y en un ejercicio de sistematización de los encuentros y jornadas formativas, elaborar una visión amplia que permita, posteriormente, identificar ámbitos en los que la capacidad de acción mediante procesos de distinta índole sea mayor.
Como se ha señalado en la introducción, no es objetivo, cuando menos en esta etapa inicial de la labor asumida, conceptualizar la reconciliación para luego establecer la ruta a seguir; no obstante, y pensando en la fortaleza de la propuesta, se reconoce la importancia de contar con un marco referencial que le dé solidez a las discusiones y actividades que van aconteciendo. En tal sentido, vale traer a colación lo siguiente: “el estudioso ha de habérselas con conceptos” (Román, 2019, p.30).
Sin negar el valor de lo anteriormente referenciado, se aspira que la base teórica con la que se trabaja no se convierta, de forma alguna, en un límite que reduzca la potencialidad de ir descubriendo aristas y enfoques que robustezcan la noción de reconciliación. La polisemia del término reconciliación es una invitación a reconocer la impertinencia de acoger una sola definición y pretender cerrar dentro de ella toda la complejidad que supone.
Sirva el ejemplo de Claude Lefort cuando, refiriéndose al fenómeno del poder, afirma que “… no será definiendo términos como nos desprenderemos de la cuestión del poder” (Lefort, 2004: p.24). La cita del autor francés plantea una manera distinta de acercarse a las realidades, reconociendo el valor que tiene desentrañar los contenidos de una noción y, por esa razón, representa una guía al momento de abordar la reconciliación y los elementos que en ella interactúan.
El acercamiento a la reconciliación, desde lo que se está presentando, apunta a fructificar la interacción entre las distintas disciplinas que pueden nutrir la noción de reconciliación, y se hará siempre con el convencimiento de que no existe una última palabra capaz de cerrar la discusión que incluye críticas a lo conocido y la presentación de estrategias que son el resultado de esfuerzos contextualizados y actualizados. En otras palabras, el diálogo fecundo que se espera ambientar requiere del binomio conformado por conocimiento y apertura.
Garantizar que lo que se sabe con anterioridad respecto a la reconciliación no constituya un impedimento para recibir los haberes y saberes de otras personas, es necesario para sortear los obstáculos que todo proceso trae aparejado. Pensar en un proceso es asumir que existen distintas fases, no siempre lineales y progresivas, en las que las aparentes certezas se pueden diluir, la sensación de agotamiento puede aparecer como caldo de cultivo para la desesperación y la meta propuesta puede no alcanzarse en lo lapsos esperados.
Ante la realidad emergen dos intuiciones: la importancia de los enfoques diferenciados y la importancia de comprender el entramado político, social y económico en el que ha de construirse la reconciliación. Más adelante se abordarán las variables mencionadas intentando esclarecer el peso específico de cada una de ellas y buscando, al mismo tiempo, exponer el modo simbiótico que caracteriza su constante interacción.
Como basamento teórico de la iniciativa que se está adelantando, se ha recurrido a una serie de autores que con sus trabajos y planteamientos invitan a sugerentes y significativas miradas sobre la reconciliación. En la diversidad de enfoques, áreas de conocimiento, trayectorias vitales y orígenes de las referencias seleccionadas, se evidencia la multiplicidad de factores a tomar en cuenta al momento de pensar la reconciliación.
Los especialistas seleccionados son: Juan Uriarte, Mauricio García, Martha Nussbaum, Galo Bilbao e Izaskun Sáez. Clérigos (Uriarte y García), filósofa (Nussbaum), teólogo (Bilbao) y especialista en Ciencias Políticas (Sáez), ofrecen un panorama rico y complejo para acercarse al fenómeno de la reconciliación, con experiencias situadas e investigaciones de las que se han tomado las orientaciones que se han considerado más pertinentes.
Mencionar a los autores no es, de ninguna manera, circunscribir los análisis de forma exclusiva a sus miradas y enfoques, ya que si bien es cierto que su pensamiento se ha constituido en punto de partida, también se ha recurrido a la obra y el trabajo de otras personas que llevan años aportando a la discusión sobre la reconciliación, en esa dirección apunta la siguiente afirmación de Mark Salter, citada por Mauricio García, cuando se refiere a la reconciliación como una escuela temática:
Está más asociada a un énfasis de reconstrucción de relaciones y para muchos implica la sanación, el perdón y la coexistencia; reivindica como sus componentes los procesos de contar la verdad, impulsar la justicia, promover la reparación y sanar las heridas que deja el conflicto. Se ha desarrollado tanto en ámbitos religiosos como seculares (García, 2018: p.28).
Con la alusión al planteamiento de Salter, que se enmarca dentro de las referencias teóricas-investigativas que dan sustento a la propuesta que sobre la reconciliación se viene adelantando, se cierra este apartado para pasar, inmediatamente, a mencionar algunas dificultades propias que tienen los trabajos en torno a la reconciliación, algunas de ellas ya esbozadas en la anterior cita y a las que conviene prestar atención para asumir, con adultez y honestidad, el complejo entramado que supone el derrotero a seguir.
Dificultades y límites
Una de las principales dificultades que comporta la reconciliación tanto en su enunciación como en la confección de propuestas formativas, es que por la amplitud de rasgos que se le pueden atribuir ha sido rechazada por grupos humanos que, legítimamente, ven con recelo lo que consideran insuficiente o nocivo para la construcción de modelos sociales. Al respecto se cita:
Mientras para algunos la reconciliación es un sinónimo de impunidad y una estrategia social opuesta a las víctimas, para otros es una dinámica social que permite avanzar en la sanación de las heridas producidas por la guerra y promueve avances hacia la verdad, la justicia y la reparación (García, 2018: p.18).
Se evidencia que hablar de reconciliación se inscribe, para muchos, en la lógica de la dicotomía, en el razonamiento del todo o nada, del blanco y negro que impide la construcción de espacios de encuentro y reflexión común. Quienes piensan que la impunidad será avalada por los mecanismos tendientes a la reconciliación no tendrán, probablemente, capacidad de entender a quienes piensan que la reconciliación es un avance hacia la justicia y la reparación. Quizá el problema no es lo que se entiende por reconciliación, está más emparentado con el lugar desde el que se toma posición respecto a ella.
Conviene detenerse en la posición de cada persona ante la reconciliación, entre otros motivos, porque es inevitable y hace patente “… la parcialidad de todo acercamiento a la realidad” (Bilbao; Sáez, 2020: p.4). Acogiendo esa parcialidad se humaniza al que adversa, incluso en lo ideológico-conceptual, lo que representa una condición de posibilidad para no profundizar el distanciamiento y tender, progresivamente, a la aceptación de la diferencia dentro del marco interpretativo que puede tener la reconciliación. En otras palabras, la referencia al trabajo de García es un llamado de atención sobre las oposiciones claramente manifiestas a los mecanismos de reconciliación.
Tal como existen oposiciones notorias, la reconciliación ha de lidiar, también, con veladas actitudes que la entorpecen. Se tratará exclusivamente una que, por su recurrencia y expansión, destaca ganando protagonismo. La pretensión de neutralidad que todo lo relativiza es la actitud de las personas que formulan que la situación mejorará, que no hay necesidad de tanta discusión, que a veces lo mejor es callar. Bilbao y Sáez opinan al respecto:
Entendida esta como la ausencia de toma de partido y de evaluación moral de los implicados en un conflicto, se ensalza como la postura más coherente y equilibrada, cuando en realidad no es sino un modo sutil –y esperamos que inconsciente– de apoyar al agresor o de admitir que tiene al menos la misma razón que su víctima (Bilbao; Sáez, 2020: p.17).
El breve repaso a la diferencia interpretativa relacionada con la toma de posición respecto a la reconciliación, y el señalamiento a lo que significa el riesgo, disfrazado de ecuanimidad que supone la neutralidad, se insertan en este apartado para mostrar las contradicciones que algunos especialistas colocan sobre la mesa de discusión y a las que hay que estar atentos para hacer un ejercicio de permanente revisión en cuanto a las motivaciones, límites y profundidad de los emprendimientos que tienen en la reconciliación su norte y su meta.
Otra dificultad patente para acercarse a la noción de reconciliación estriba en la polisemia del término. Al estar en presencia de un proceso que tiene diversos flancos para ser abordado, apostar por un énfasis particular que niegue o minimice otros enfoques, siempre instala la posibilidad de desencuentros en los grupos humanos que quieren adentrarse en un horizonte que, siendo compartido, no necesariamente es expresado de manera que genere consenso.
La polisemia a la que se alude en el párrafo anterior hace ver con claridad los dos extremos con los que muchas personas identifican la reconciliación, posturas que lejos de favorecer al entendimiento y la construcción conjunta, ambas se convierten en punto de conflictividad, creando la percepción de un falso dilema en torno a la reconciliación. La noción minimalista y la noción maximalista1 interpretan la reconciliación de modo polarizado gestando mayor tensión y enfrentamiento.
“Una noción minimalista puede reducir la reconciliación a una mera coexistencia donde las partes se ven obligadas a aceptar un nuevo estado de cosas” (Fernández, 2015: p. 36). En oposición, la noción maximalista “… puede llevar a exacerbar un deseo ilusorio y a realizar acciones voluntaristas que prescindan de la verdad de un pasado doloroso, pues considera que la memoria puede prolongar el odio” (Fernández, 2015: p.36). No conviene, como se observa, ceder a la tentación de aferrarse a ninguno de los dos extremos expuestos, razón suficiente para acoger la pertinencia de reelaborar la noción de reconciliación desde un trabajo horizontal, situado y abierto a la novedad de cada realidad.
El último de los aspectos considerados como dificultad en los emprendimientos de reconciliación (sabiendo que pueden y de hecho existen muchos más, pero las menciones obedecen a lo que se ha confeccionado como propuesta), es que la reconciliación es, al mismo tiempo, proceso y meta. Este binomio traduce problematicidad ya que enfrenta, inevitablemente, a la necesidad de los trabajos de largo aliento contra el deseo legítimo de obtener resultados específicos en un tiempo determinado.
En cuanto a la reconciliación como meta, uno de los riesgos que plantea dicha interpretación es preconfigurar las derivaciones en base a las expectativas sectorizadas o basadas solo en lo que hasta ahora se conoce. Bloomfield ahonda la dificultad que entraña percibir la reconciliación como proceso y meta, no obstante, vislumbra la lógica de pensamiento que puede explicar la relación:
Y aunque algunos pragmatistas podrían calificar esto de idealista (pues, ¿qué sociedad vive en perfecta armonía?) e inalcanzable en un mundo imperfecto, es, de todas maneras, un ideal que motiva a algunos de los actores clave y, por ende, no carece de importancia (Bloomfield, 2015: p.13).
Ciertamente, son los procesos concretos de reconciliación, con su planificación, ejecución y búsqueda de incidencia, los que suelen asociarse con posibilidad de obtener frutos, relegando la noción de meta, entendida esta como el logro de condiciones de armonía permanente, a un ámbito exclusivo de los idealistas. Es importante precisar que la meta de la reconciliación no es la utopía de uniformidad de pensamientos que anula toda tensión (eso no es deseable, ni posible); la utopía que puede aparecer en la búsqueda de la reconciliación como una meta está emparentada con lo que señala Bloch “La razón no puede florecer sin esperanza, ni la esperanza puede hablar sin razón” (Bloch, 1980: pp 491-492).
Luego de mencionar las principales dificultades que emergen ante la noción de reconciliación y la posibilidad de desarrollar trabajos en esa línea, es pertinente esbozar lo que cada una de esas dificultades representan hoy en Venezuela; hacer esto es condición de posibilidad para captar las resistencias y los obstáculos a sortear si es que se quiere lograr una discusión fructífera, una reflexión contextualizada, una capacidad de incidencia real.
La tensión entre mecanismos de justicia basados exclusivamente en la determinación de penas y sanciones, en oposición a la posibilidad de crear marcos jurídicos especiales para una transición que haga viable al país y conlleve a una sana convivencia, se evidencia en muchas conversaciones cotidianas y tiene su máxima expresión en el lenguaje y propuestas de algunos de los actores políticos más relevantes de la actualidad.
Por su parte, la diversidad de significaciones con las que se asocia a la reconciliación divide opiniones respecto a la conveniencia o no de pensarla y asumirla, ya que, entre otras cosas, las aspiraciones de algunos grupos pueden no verse reflejadas del todo, razón que parece ser suficiente para darle la espalda de forma automática, sin detenerse a valorar las bondades que puede traer aparejadas.
Si de los procesos se trata, identificarlos como una especie de lujo que profundiza afectaciones y tiende al desgaste, eso es observable no como patrimonio de la reconciliación, sino que es una característica que ha ganado terreno por el peso de la realidad nacional. En contraposición, alcanzar una meta que satisfaga la totalidad de las apetencias de un grupo determinado, con la invariable pérdida absoluta de cualquier prebenda de quienes se consideran adversarios y responsables de los daños causados, es el gran anhelo de muchos.
En síntesis, apostar por la reconciliación es, en sí mismo, un emprendimiento conflictivo. Es conflictivo porque va en contra de la lógica cultural del resarcimiento que reestablezca una suerte de equilibrio social que es capaz de prescindir de cualquier análisis sobre las causas del daño infringido y se centra, sin miramientos, en la necesidad de aplicar justicia a toda costa en un escenario de reacomodo por sustitución de actores protagónicos y secundarios, equiparable en un ejercicio de figuración, a víctimas y victimarios.
Claramente, no se puede afirmar que toda la sociedad venezolana responde a las características que se han trazado anteriormente; no obstante, sí hay numerosos grupos que piensan de esa manera. No se busca moralizar ni cargar éticamente los procesos de reconciliación; se aspira, procesualmente, a que quienes rechazan a la reconciliación como mecanismo para superar la conflictividad y sus efectos, puedan abrirse, a su tiempo y desde su propia realidad, a una dimensión que humaniza y reestructura el modo relacional que se ha instalado, tanto en la práctica como en el imaginario.
A continuación, se expondrán dos rasgos de la reconciliación que pueden ser tratados con especial interés, de cuyo manejo acertado y comunicación asertiva en cuanto a las posibilidades que ofrecen, derivarán acciones, planes, estrategias y ejecuciones formativas o de acompañamiento que redimensionarán la comprensión sobre la noción de reconciliación. En otras palabras, se expondrán dos ventanas de oportunidad para intentar sumar voluntades.
Potencialidades que dinamizan
El enfoque diferenciado es un tipo de acercamiento a los procesos de reconciliación que es aceptado y reconocido por el método que supone y privilegia la contextualización delimitada como punto de partida. Entre los que sugieren este enfoque destacan Bilbao y Sáez2. “Esta reflexión es necesariamente encarnada, particular, aunque aspira a ofrecer elementos que trasciendan lo temporal y lo local, abriéndose a desarrollos –nuevamente parciales y también diferentes–. (Bilbao; Sáez, 2020: p.3).
Captar las distintas sensibilidades en función de los acervos y realidades de un determinado entorno es, siempre, aumentar la probabilidad de aprendizaje e interacción positiva con los grupos humanos que allí hacen vida. Las sensibilidades, generalmente mediadas por historias y necesidades específicas, no han de tomarse como una suerte de burbuja que aísla esperando solucionar exclusivamente los problemas propios, ha de entenderse, en todo caso, como una mirada a lo local que permita establecer la conexión con otros ámbitos más amplios y complejos.
Dentro del horizonte de reconciliación que se pretende compartir en la Provincia de Venezuela de la Compañía de Jesús, este enfoque diferenciado se ha garantizado con las visitas a las Redes Apostólicas Regionales que se indicaron en la introducción del artículo. Estos encuentros vienen siendo espacios de conocimiento de realidades concretas, narradas por sus protagonistas y expuestas con la idea de enriquecerlas para sumarlas a un marco común (el país) sin perder especificidad (lo local-regional).
Otras potencialidades que hay que destacar y rescatar, según sea el caso, son el valor de la educación y la densidad que representa la espiritualidad. Ambas están vinculadas con la misión de la Compañía de Jesús y, en Venezuela, se erigen como dos ámbitos de acción en los que se pueden perfilar, aplicar y acompañar iniciativas tendientes a reconstruir los lazos de confianza y convivialidad que se han roto o han mutado en recelo y distanciamiento.
Mediante la educación, la reconciliación puede ser tratada como prevención (evitar que se continúe desgastando el tejido social) y como reparación (ejecutar campañas y planes que tengan como norte la participación colectiva en procesos de relectura de la historia y el establecimiento de los compromisos necesarios). El sector educativo de la Provincia cuenta con las suficientes herramientas que, sin olvidar lo frágil que es su labor por las decisiones políticas que le han impactado reduciéndolo considerablemente, le permite ser un hipotético abanderado en la reflexión que convoca al país.
Desde la espiritualidad se puede profundizar en la relación de los sujetos con el Dios que da la vida e invita a vivir como hijos que aprenden a ser hermanos entre sí. Del mismo modo, es un camino abierto para aproximarse a la complejidad del corazón y los deseos, asumiendo a la persona en su integralidad y poniéndola de cara a lo que va descubriendo que es la voluntad de Dios para su vida, reactualizando la expresión ignaciana de tiempos, lugares, personas, formulación que llevada a la cotidianidad, es un instrumento hermenéutico de lo importante que es entender las condiciones vitales, propias y de otros, para que la misericordia sea una nueva forma de relación entre los pares.
Valorar el enfoque diferenciado, potenciar la capacidad y el rol del hecho educativo y ofrecer opciones de profundización de la vivencia espiritual que transforma, son potencialidades que pueden configurar realidades en las que la reconciliación obtenga legitimidad y se multiplique como tema de reflexión, conduciendo –idealmente– a instalarla en la agenda de discusión como tema ineludible en el momento histórico por el que atraviesa Venezuela.
Delineados algunos rasgos tocantes a la reconciliación, con los que se puede ampliar la mirada y la incidencia, la siguiente parte del artículo presentará una serie de interacciones que acontecen en los procesos de reconciliación. Estas interacciones, presentadas generalmente como binomios, han venido siendo expuestas en las diferentes jornadas con los miembros de las Redes Regionales y socializadas en otros espacios afines.
Nociones, conceptos e ideas que interaccionan con la reconciliación
Perdón y paz, integralidad e interdependencia: para que los procesos de reconciliación aspiren a dar los frutos esperados, siendo sostenibles en el tiempo más allá de las dificultades que le son propias, requieren la retroalimentación constante entre estas dos esferas. Ahora bien, no cabe la ingenuidad que intente disimular la densidad presente en las nociones de paz y perdón. La suma de esas densidades con todo lo que las instituye, aumenta exponencialmente la complejidad de la interacción entre ambas.
Parece acertado el acercamiento que sobre este intrincado panorama realiza Mauricio García, planteando una serie de preguntas cuyas respuestas, aparentemente obvias en cuanto a declaración de principios, no son tal en tanto factibilidad de construir consenso en torno a ellas. “Es posible avanzar hacia una paz sostenible sin perdón y reconciliación? […] ¿La reconciliación implica el perdón? […] ¿Se puede perdonar obligadamente?” (García, 2017: p.25).
Conviene mantener el enfoque diferenciado en función de grupos humanos y experiencias concretas. Es útil no olvidar que tanto perdón como paz están vinculados a decisiones personales, y estas decisiones se nutren y se configuran desde una dimensión espiritual, que en muchas ocasiones no coincide, al menos inicialmente, con las pautas y estructuras pensadas para la reconciliación como proceso y estrategia colectiva. La relación entre perdón, paz y reconciliación sugiere una reflexión constante para abordar las tensiones presentes.
Justicia: condición necesaria para el desenvolvimiento de las iniciativas de reconciliación. La dificultad que comporta está referida a la concepción que se tenga del término que, generalmente, suele presentar dos extremos: uno que alude a la aplicación de normas y jurisprudencias, convirtiéndola en un instrumento retaliativo; otro que intenta abrir caminos para implementaciones puntuales, contextualizadas y en función de realidades específicas.
La disyuntiva respecto al protagonismo y modo de aplicar la justicia es un punto neurálgico de los emprendimientos en reconciliación, esto queda demostrado en la experiencia de otros países que han tenido que invertir ingentes recursos humanos y económicos para llegar a implementaciones relativamente equilibradas. Como alternativa a una implementación de justicia basada exclusivamente en el establecimiento de penas, sin la capacidad de crear enfoques de aplicación contextualizados, Bloomfield señala: “Pero un sistema de justicia reconciliatoria aspira a lograr algo más que la disuasión” (Bloomfield, 2015: p.22).
Consciente de lo que supone un planteamiento de esta naturaleza, el propio investigador afirma “La aspiración a este tipo de justicia es invaluable en contextos no conflictivos. Sin embargo, en los contextos de post-violencia esto se vuelve problemático” (Bloomfield, 2015: p.22). Evidentemente la relación justicia-reconciliación está signada por tensiones y sospechas, por los legítimos temores que nacen al pensar que hechos de violencia y atentados contra la dignidad humana pueden quedar impunes. En este sentido, y como una afirmación que invita a no cesar la búsqueda de alternativas, sirva esta aseveración “El fin inmediato de la justicia es una sociedad justa. Pero el fin supremo de la justicia es una sociedad reconciliada” (Uriarte, 2013: p.22).
Poder político y Estado: factores claves para que los trabajos en reconciliación logren sus objetivos. Espacios donde las organizaciones sociales y la sociedad civil tienen poca capacidad real de incidencia, razón que contribuye a que, en la mayoría de las ocasiones, las iniciativas de reconciliación y el apoyo institucional que requieren para avanzar y conquistar espacios se diluyan o desaparezcan del horizonte.
Si quienes detentan el poder político se relacionan con él desde la imposición de criterios y la agresividad para concretar dicha imposición, basados en el triunfo de su propuesta (sin importar qué tan acertada y aceptada es conforme la realidad muestra sus diversos ángulos), se continuarán desdibujando las significaciones y contenidos que logran explicarlo no solo desde la fuerza. El reto se ha instalado, ¿cómo actualizar la condición de ciudadanía en un escenario en el que la asimetría marca la relación de las personas con las instituciones del poder político del Estado?
La vinculación del poder político con el poder económico también es un factor para tener en cuenta. Si se logra incluir, activa y comprometidamente a grupos económicos en los procesos de reconciliación, aumentará la posibilidad de la toma de decisiones orientada al sostenimiento de iniciativas de reconciliación. Reestructurar la naturaleza de la yunta poder político-poder económico (en el aspecto señalado y tantos otros que le atañen) es, sin lugar a duda, un punto nodal en el que hay que insistir.
Mostrar las interacciones en torno a la reconciliación obedece a la intención de reafirmar que no es conveniente ni deseable presentar la reconciliación como una idea independiente de los otros componentes de la realidad que se ha configurado y establecido. Tampoco resulta útil pretender edulcorar a la reconciliación, sacándola del intrincado andamiaje institucional y relacional en el que está llamada a acontecer; sin ese andamiaje, o no sería reconciliación, o no habría necesidad de reflexionar en torno a ella.
El siguiente apartado se centrará en las orientaciones de la Compañía de Jesús como cuerpo apostólico que tiene en la reconciliación parte irrenunciable de su misión. Se hará un breve paneo que ayude a la comprensión del valor de la reconciliación abordada desde distintas dimensiones, en las que se privilegia la fe y lo que ella motiva, pero no como una opción confesional, sino en constante diálogo con un mundo que interpela, cuestiona y, por qué no decirlo, obliga a nuevas respuestas sin perder la fidelidad del carisma y la vivencia cristiana.
Reconciliación como misión
Para acercarse a las propuestas de la Compañía de Jesús sobre reconciliación, sus enfoques y modos concretos de elaborar procesos en esa dirección, resulta útil, en primer lugar, hacer referencia a la Congregación General 32 (C.G. 32), de la que destaca el Decreto 4, titulado Nuestra misión hoy: servicio de la fe y promoción de la justicia.
En la motivación del Decreto 4 se vislumbraba la preocupación por los perjuicios que derivaban de la injusticia, observables en las dinámicas relacionales interpersonales, en las realidades políticas y económicas. Las consecuencias de la interpelación que suponían las marcadas desigualdades que crecían y afectaban a las mayorías, condujeron a un compromiso por “… hacer una decisión fundamental. En palabras de San Ignacio ‘hacer redención’, en palabras de Ignacio Ellacuría ‘bajar de la cruz a los pueblos crucificados’” (Sobrino, 2009: p. 26).
Las imágenes escogidas por Sobrino para analizar el Decreto 4 tenían una intencionalidad bien definida: remarcar la necesidad de identificar la injusticia, hacerse cargo de sus efectos y tratar de incidir de forma reconciliadora en los entornos afectados. La reconciliación se erige, entonces, en una doble dimensión: como prevención y como capacidad de restaurar.
Identificar y denunciar los perniciosos efectos de las injusticias, otorgando protagonismo a la reconciliación como fundamento dinamizador de la misión de la Compañía de Jesús, fue el sustento del numeral 2 del Decreto 4, formulación que reorientó el accionar apostólico de los jesuitas y sus obras:
Dicho brevemente: la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios. (C.G. 32, d4, n2)
En la base del Decreto 4 se reconoce la influencia de San Pablo y su llamado a la reconciliación, interpersonal y con Dios, que permea, particularmente, a la segunda carta a los corintios: “En efecto, Dios estaba reconciliando al mundo consigo por medio de Cristo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, al tiempo que nos confiaba la palabra de reconciliación” (2 Cor 5, 19).
El binomio vivencia de la fe-promoción de la justicia, además de proporcionar un marco de comprensión de la misión, allanó el camino para lo que, en 2008, la C.G. 35 abordaría respecto a la reconciliación. “El nuevo contexto en el que vivimos hoy nuestra misión está profundamente marcado por cambios, conflictos agudos y nuevas posibilidades” (C.G. 35, d3, n8).
Lo que se desarrolló en torno a la relación misión-reconciliación identificó, como campo de posibilidad, los conflictos y los cambios que estaban aconteciendo en la humanidad, ante los cuales la Compañía de Jesús optó por fortalecer lo que ha estado en su carisma fundacional: reconciliar, tender puentes y acoger reflexivamente las realidades de ruptura y complejidad.
Ya en 2016, la Congregación General 36 ahondó lo que su antecesora había elaborado, formulando en el Decreto 1, titulado Compañeros en una misión de reconciliación y de justicia, que la reconciliación es el corazón mismo de la misión de la Compañía de Jesús. Se presenta bajo el esquema de tres llamadas (siguiendo las líneas trazadas en la C.G. 35); tres espacios que, estando interconectados, no pierden su especificidad propia y, en cambio, arrojan luces para estrategias de acción diferenciadas. De manera que la reconciliación con Dios, la reconciliación de la humanidad y la reconciliación con la creación (C.G. 36, d 1) son las llamadas a las que la Compañía de Jesús busca dar respuesta desde sus haberes y sus límites.
Reconciliación con Dios teniendo como mediación privilegiada el carisma propio: “Una contribución especial que los jesuitas y la familia ignaciana ofrecen a la Iglesia y su misión de Evangelización es la espiritualidad Ignaciana” (C.G. 36, d1, n23). Reconciliación de grupos humanos que viven en territorios y sociedades afectadas por la violencia y los conflictos: “En estas situaciones, los jesuitas, junto con todos aquellos que buscan el bien común, están llamados a contribuir, desde su tradición religioso espiritual, a la construcción de la paz a nivel local y global” (C.G. 36, d1, n28). Reconciliación con la creación desde la planificación y adopción de nuevos modos: “El desafío polifacético de ocuparse de nuestro hogar común, exige de la Compañía una respuesta también polifacética” (C.G 36, d1, n30).
Las llamadas a las que alude la C.G. 36, cuando se plantea la reconciliación y su relación con la justicia para redimensionar la misión de los jesuitas, condensan varios de los postulados e intuiciones que se han querido evidenciar en este artículo. La integralidad y multidisciplinariedad de los esfuerzos, la necesidad de acoger la reconciliación como un proceso que involucra a todos, en distintos niveles, la pertinencia de diferenciar ámbitos sin enfrentarlos dicotómicamente y la fe que moviliza e invita a dejar las seguridades para abrirse a la aventura confiada, son componentes inherentes a todo emprendimiento de reconciliación.
Luego del somero recorrido por la importancia de la reconciliación en las Congregaciones Generales mencionadas, se puede percibir que si los escenarios y las lógicas que activan las conflictividades mutan para complejizarse, causando más dolor, exclusión y quiebres sociales, la respuesta de la Compañía de Jesús también intenta mutar sin perder su horizonte de fe y justicia que fortalezca la noción de reconciliación y dé claves para contestar a los siguientes interrogantes: “¿Cuál es la materia de tantos miedos y desprecios? ¿Cómo tender puentes allí donde se construyen muros? ¿Cómo acoger personas allí donde ellas son expulsadas o despreciadas?” (Cruzado, 2017: p. 10).
Sintetizando los lineamientos generales que se han expuesto para describir lo que representa la reconciliación en la misión de la Compañía de Jesús, su deseo de leer la realidad de forma esperanzada mas no ingenua, y el compromiso que deriva de las opciones que ha decidido tomar, se recurre a la siguiente afirmación:
Ignacio de Loyola un icono de reconciliador, un hombre que imprimió un estilo de ‘unir lo que está desunido’, que sirvió de referencia a sus primeros compañeros y que dejó una profunda huella en los documentos fundacionales de la Compañía de Jesús y en su misión posterior. La experiencia de la reconciliación parte de una experiencia profunda de reconciliación consigo mismo y su pasado, con Dios y con toda la creación. (Ares, 2017: p. 37)
El discernimiento sobre el poder, camino hacia la reconciliación
Antes de concluir el artículo, es menester dedicar un segmento de este a un elemento que, si bien ya se introdujo en la dimensión política y de gobernabilidad que lo acompaña, resulta pertinente volver sobre él: el poder. El imaginario que se tenga del poder configura la forma de ejercerlo, razón que invita a construir nuevas comprensiones respecto a lo que significa el poder y, especialmente, a discernir respecto a cómo utilizarlo para que sea potencialidad de servicio y fuente de vida.
Según Fries: “Una de las experiencias fundamentales del hombre es la referente al poder, ya que lo encuentra en todas las cosas” (Fries, 1966: p.395). Si se coincide con el autor, al estar en todas las cosas se puede inferir que no hay relación que escape al ejercicio del poder que configura, entonces, un marco relacional que puede ser de solidaridad, ayuda y libertad; o también, y dependiendo de cómo se conciba, de individualismo, negación del otro y opresión.
Para abonar el terreno a la reconciliación, es importante dejar claro que toda afectación de la convivialidad viene antecedida por una comprensión y un ejercicio del poder en clave de imposición y conflictividad. Asumiendo lo anterior, resulta esencial traer a colación la siguiente afirmación:
El restablecimiento de la armonía y la construcción de la fraternidad sólo son posibles cuando las partes en conflicto nos abrimos al diálogo y al discernimiento, dispuestos a dejarnos cuestionar por la concepción del poder y la comunidad que Jesús mismo nos ha legado. Pero esto rebasa la mera reflexión individual y nos obliga a todos a resituarnos a la luz del Espíritu, que se abre camino en la ambigüedad a golpe de pregunta, sin violentar la historia, tratando de ofrecernos siempre brotes nuevos. (Arrieta, 1996: p. 44).
De la anterior cita se desprende, en primer lugar, la importancia radical del discernimiento sobre el poder, con su lógica connotación espiritual y de fe sin que eso niegue que la búsqueda del bien mayor al que tiende el discernimiento tenga, también, sus vertientes meramente político-sociales. En segundo lugar, Arrieta señala que el Espíritu no violenta la historia y ofrece siempre brotes nuevos. Quizá, la fructificación de los procesos de reconciliación esté vinculada a esta reflexión en la que se llama a reconocer la novedad esperanzadora en donde parece que la historia no tiene más por ofrecer.
Si se hace fundamental discernir el poder es porque, entre otras cosas, no es ni bueno ni malo en sí mismo; es un dinamizador de las relaciones humanas e institucionales, ante el que no conviene ni desdeñar automáticamente ni absolutizar de forma irreflexiva. Una aproximación interesante a la concepción y el uso del poder es la que realiza Rafael Aguirre: “El poder es un lugar de tentación, de peligro, por la asimetría y desigualdades que conlleva, pero puede serlo también de servicio. Es materia sensible que hay que usar con muchas cautelas, pero que no se puede demonizar” (Aguirre, 2020: p.18).
A manera de cierre
La noción de reconciliación es, indefectiblemente, de carácter relacional. Comprometidos con esta aseveración, la propuesta del horizonte que se ha compartido a lo largo de este artículo trata de privilegiar el establecimiento de relaciones más humanas y humanizadoras en una Venezuela que hoy lo requiere, aunque no se hayan encontrado los caminos para que estas acontezcan visiblemente. Las personas, comunidades y organizaciones que continúan siendo germen de esperanza y que han encontrado formas alternativas de vivir la situación actual, son inspiración y aliados con los que se quiere construir conjuntamente.
Es importante afinar la colaboración, el trabajo en red entre las regiones y las distintas instancias a través de las que se lleva la misión de la Compañía de Jesús en Venezuela, para optimizar una reflexión que, teniendo en el centro al país y su gente, invite en diálogo franco y humilde a otros que encuentren eco en lo que se está abriendo como camino hacia la reconciliación en sus variadas aristas.
Hay que recordar constantemente que la factibilidad de establecer una política provincial para la reconciliación no pasa, ni fundamental ni exclusivamente, por el desarrollo de una conceptualización cerrada que dé recetas para llegar a la reconciliación. El ejercicio que se plantea es el de la escucha atenta, la construcción colectiva y el enriquecimiento con experiencias de muchos hombres y mujeres que hacen de su cotidianidad un espacio reconciliador.
Manejar la tensión, tan legítima como entendible, entre el deseo de condiciones de convivencia pacífica y lo dilatado que puede ser el establecimiento de estas, no ha de conducir al desgaste y al desaliento. Es útil poder hacerse cargo de las dificultades propias de los procesos de reconciliación, sin que eso desdibuje la pertinencia de apuntar en esa dirección.
La provincia de la Compañía de Jesús en Venezuela, fiel a los fundamentos de su misión y en sintonía con los lineamientos de la Compañía Universal, intenta abrir, proponer y acompañar un camino en el que la espiritualidad y la fe que la dinamiza sean los pilares que, lejos de edulcorar la realidad, se conviertan en la fortaleza para asumirla tal cual es, dialogar con ella, incidir transformadoramente y agradecer por la oportunidad que hoy tiene para seguir trabajando por un país viable.
Notas:
- Términos utilizados por Carlos Fernández en su trabajo Comprensiones en torno a la reconciliación y algunas implicaciones para el caso de Colombia, 2015.
- Estos autores abordan la reconciliación como posibilidad y respuesta en medio del conflicto del País Vasco y su repercusión en España –principalmente– y en Francia, en menor medida. Recurrir a la experiencia que presentan obedece a que, como lo indican “Esta sirve como inspiración y de ella se sacan conclusiones que puedan ser aplicadas a otros conflictos y contextos en los que ha habido violencia y víctimas” (Bilbao; Sáez, 2020: p.4).
Referencias
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