Por Alfredo Infante s.j. | Boletín Signos de los Tiempos
El régimen, con sus teorías conspirativas, ha centrado su foco de atención en los retornados, señalándolos de “terrorismo bacteriológico” y acusándolos de ser “bioterroristas” responsables del crecimiento de la pandemia de Covid-19 en el país. Esta semana, ha intensificado estos señalamientos específicamente contra quienes regresan por pasos irregulares o trochas, a quienes ha identificado como “trocheros” y contra quienes ha desplegado una campaña de persecución, llamando incluso a delatarlos ante las autoridades.
De esta manera, no sólo ofende y excluye, sino que criminaliza a los migrantes que están regresando al país en condiciones difíciles. Pareciera tratarse de un mensaje cocinado en los laboratorios con la respectiva asesoría cubana, pues, casi simultáneamente, los principales voceros e instituciones del Estado lo posicionaron. También le siguieron sus acólitos, entre ellos el padre Numa Molina, quien inciensa y sacraliza las políticas de este poder de facto.
Lo primero que hay que dejar claro es que la migración y el retorno son derechos humanos consagrados en el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que reza: “1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. En Venezuela, la migración, derecho humano, se ha convertido en una necesidad para la mayoría, pues, dada la emergencia humanitaria compleja que vivimos, alrededor de un 90 por ciento de los migrantes entra en la categoría de migración forzada; dicho de otro modo, quienes han abandonado el territorio no salen porque quieren, sino porque se ven obligados para salvar su vida y la de sus familias, ante el deterioro estructural de las condiciones de vida. La más reciente ENCOVI revela que, nada más entre 2017 y 2019, 2.3 millones de venezolanos abandonaron el país en busca de un mejor empleo y calidad de vida. Según la ONU, 5.2 millones de connacionales han salido del territorio y están esparcidos por el mundo.
De igual modo, la Constitución Nacional, en su artículo 50, establece que “toda persona puede transitar libremente y por cualquier medio por el territorio nacional, cambiar de domicilio y residencia, ausentarse de la República y volver, trasladar sus bienes y pertenencias en el país, traer sus bienes al país o sacarlos, sin más limitaciones que las establecidas por la ley”; por tanto, ninguna norma de rango legal o sublegal puede limitar su ingreso y lo que se impone, por parte del Estado, es la obligación de asistencia a sus ciudadanos al momento de ingresar al territorio. La pandemia no es excusa para restringir el tránsito y recepción de connacionales; por el contrario, garantizar la acogida y el buen trato, con sus respectivos protocolos de bioseguridad, es deber de las autoridades. Los retornados han puesto en evidencia, una vez más, que este régimen y sus acólitos están de espaldas a la vida.
En cuanto al indignante mensaje del padre jesuita Numa Molina, quien emitió conceptos peyorativos contra los retornados en su cuenta de Twitter, desde Signos de los Tiempos refrendamos las reflexiones que al respecto hizo monseñor Mario Moronta, obispo de la diócesis fronteriza de San Cristóbal, quien señaló que “quien detenta el Poder Ejecutivo ha señalado que son instrumentos ‘bioterroristas’ mandados a nuestro país por otras naciones hermanas…Pero que un sacerdote se haga vocero de esa calumnia llamando a los migrantes que retornan como ‘trocheros infectados y bioterroristas’ colma no la admiración, sino la vergüenza…No entiendo cómo un hermano sacerdote puede llegar a decir todo eso de unos seres humanos que vienen con indefensión y que tenían, al menos, la ilusión de ser atendidos con caridad por quienes tienen la obligación de atenderlos”.
También aplaudimos el comunicado que emitió el padre Rafael Garrido, provincial de los jesuitas de Venezuela, quien afirmó, entre otras cosas, que “la Compañía de Jesús rechaza los términos peyorativos utilizados por un religioso de esta congregación, con los que se ha referido a los migrantes en situación de retorno al país, pues ofenden la dignidad humana de los hermanos que regresan al país en condiciones irregulares, debido a los controles desmedidos impuestos por el Ejecutivo Nacional, incluso antes de la pandemia del COVID-19”.
Jesús no inciensó el poder; por el contrario, combatió la idolatría al poder. En el Evangelio, Jesús deja claro que los pequeños son sus preferidos, y en el Evangelio, “pequeños” significa pobres, vulnerables, los que sufren, los enfermos, los rechazados, los excluidos. A ellos se consagró Jesús y, desde ese lugar, anunció para todos la buena noticia de su reino.
Por eso, en la parábola del juicio final, el Rey de reyes, Señor de señores, dice: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicieron’”. (Mateo 25,31-46)
Hermanos retornados, bienvenidos a esta Venezuela herida, enferma, hambrienta, sangrante, torturada, pero como el crucificado, no vencida, resiliente, con espíritu libre, a espera de la resurrección y confiada en aquel que nos dice “he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. (Juan 10,10)
Fuente: https://mailchi.mp/64e68c735b19/signos-de-los-tiempos-n-67-10-al-16-de-julio-de-2020