Minerva Vitti
Desde el 2 hasta 7 de agosto de 2014, los huellistas de la etapa Doradas I realizaron el campamento misión-trabajo en Boca de Tocuyo y Boca de Mangle, comunidades ubicadas en el estado Falcón. Esta experiencia los confrontó con la realidad venezolana desde el servicio, pero también les permitió conocer seres anónimos cuyas vidas están repletas de cosas importantes e interesantes, pero sobre todo de luchas diarias. El primer relato es el de Ramona, una tronco de mujer que prepara unas deliciosas arepas de maíz pelado. Con ella iniciamos la serie #RostrosBocadeTocuyo, proyecto de relatos y fotografías que cuenta la historia de nuestra gente.
El día en que Ramona García estaba moliendo maíz sintió algo raro en el pecho. Mientras amasaba la mezcla con la que todos los días hacía sus arepas de maíz pelado la masa se puso agría y comenzaron a salirle grumos. Ramona no entendía qué estaba pasando. Minutos después alguien vendría a avisarle que su esposo había sufrido un accidente de tránsito y que lo habían trasladado al hospital. “Una visión que se les apareció”, algo muy recurrente en la carretera principal de Boca de Tocuyo, a la altura de la caramelera.
La vía es una recta sin mayor complejidad pero tiene muchas casitas por la cantidad de personas que han muerto por algo que llaman visiones. Jonny Díaz, acólito de la Iglesia y coordinador de cultura de la parroquia Boca de Tocuyo Monseñor Iturriza, cuenta que han bendecido la calle en muchas oportunidades pero que hay muchas ánimas. La última bendición fue en Semana Santa y han bajado los accidentes, pero prácticamente ocurría uno anualmente.
Un hombre que está acostado en la carretera, un perro que va creciendo o un animal que sale corriendo, son algunas de las visiones que hacen que el conductor pierda el control del vehículo y colisione contra algún árbol, moto o simplemente se voltee. El día en que el marido de Ramona murió le cayeron encima todos los cocos del camión donde se trasladaba.
Jonny también dice que el río Tocuyo siempre está marrón pero que cuando su tonalidad cambia a verde y alguien se mete casi siempre se ahoga. Entonces el río crece y se pone marrón chocolate y luego es muy difícil encontrar el cuerpo. Otra rareza es la laguna que nunca se ha secado, hubo siete años de verano y siempre estuvo igual. Ahí aparece un pesador gigante y un día un niño se ahogó y tampoco pudieron encontrar el cadáver.
Ramona tiene 63 años de vida y 42 años moliendo. También lava ropa para ayudarse. Dice que desde la muerte de su marido, hace siete años, debe moler más para mantenerse.
A las cinco de la mañana comienza su faena: hervir el maíz con cal o ceniza para conservar la celulosa de la cáscara y moler y moler para hacer la masa. Ramona vende las arepas peladas a 15 bolívares y el kilo de maíz le cuesta 20 bolívares.
—Yo siempre le compro cinco arepas—bromea una señora que aguarda mientras Ramona va al fogón para estar pendiente de las arepas ásperas que están montadas en el gran budare.
La cocina está construida por varias láminas de zinc y un mesón de cemento donde está el molino. Y vapor que emana el fogón dejaría ciego a cualquier menos a Ramona.
Pero quizás lo más impresionante de esta mujer es que todos los días va a buscar la leña, con la que cocina, a un manglar que está a varias cuadras de su casa.
Ramona, menuda pero fuerte, agarra su machete y su carretilla de madera. A veces María, su cuñada de 72 años, la acompaña: “Estoy moliendo desde los nueve años y me voy a morir moliendo”.
Machetazo tras machetazo María y Ramona se adentran en el montarral y van recolectando los pedazos de tronco que necesitan. Mis intentos de ayuda son infructuosos, ellas ríen, y entonces prefiero contribuir arrastrando los palos hasta la carretilla. Los muchachos del Grupo Juvenil Huellas, que se encuentran realizando el campamento misión- trabajo 2014 en esta zona, tienen mejor puntería y más fuerza que yo. Aunque luego Brando dirá que las manos le quedaron como si las hubiese puesto en un sartén. Porque no es tarea fácil cortar leña.
Mientras terminamos de organizar los palos en la carretilla Ramona y María fuman más de un cigarrillo, quizás su único premio tras una dura jornada.
Justo cuando vamos de regreso la carretilla se rompe. Uno de los muchachos de huellas se agacha para arreglarla, transcurren unos minutos y emprendemos de nuevo el camino. Cada cuanto sucede lo mismo con la carretilla. Ramona ríe. Estos muchachos locos le han traído algo de felicidad. Tendrá leña para un par de días y podrá descansar.