Por José Manuel Vidal
Teólogo laico venezolano, Rafael Luciani está en el Sínodo de la Amazonía como perito del CELAM y es una de las voces de mayor prestigio en el ámbito teológico sinodal. En esta entrevista exclusiva, muy esclarecedora, aboga por un cambio de mentalidad en la Iglesia, pasando de la parroquia a la misión, y del clericalismo a la Iglesia Pueblo de Dios. Con ministerios que sirven a la comunidad, como ya están haciendo catequistas y coordinadores/as. “Falta solo crear estructuras y canales que permitan su institucionalización y les concedan autoridad”, explica.
¿Cree que el Sínodo va dar luz verde solo a los ‘viri probati’ o va a ir más allá?
Si seguimos pensando la reforma desde una perspectiva clerical, poco avanzaremos hacia una Iglesia que sea toda ella ministerial. En muchos lugares se habla de teología pastoral, pero toda pastoral debe estar realizada a través de ministerios reconocidos, lo cual significa, a su vez, que hay que salir del confín de las parroquias y recuperar el sentido de la diaconía o los muchos servicios al mundo, a la sociedad. Hablar de ministerios no es hablar de lo que se hace dentro de una parroquia, sino de las muchas maneras en que podemos servir a la misión de la iglesia en nuestras sociedades. En el fondo, bastaría con recordar dos llamados del magisterio latinoamericano. En Medellín, en 1968, se nos dijo que había que pasar de una pastoral de sacramentalización a otra de evangelización. Luego, en Aparecida en el 2007, se pidió superar la pastoral de conservación centrada en parroquias y sacramentos, e iniciar un proceso de conversión pastoral y misionera. Es aquí donde podemos comprender la importancia histórica de este Sínodo para toda la Iglesia —y no sólo para la Amazonía—, pues propone rescatar la unidad entre conversión ministerial y conversión ecológica.
¿La aprobación de los ‘viri probati’ significa anular el celibato?
Muchas personas, opositoras al actual proceso de reformas, han querido reducir el tema del Sínodo a los viri probati y, además, parecen no salir del argumento del celibato sacerdotal. Esto no es lo que está en juego hoy, sino el giro de una Iglesia clerical a una ministerial como lo pidió el Concilio Vaticano II. Claro que esto no lo puede entender un clérigo o un obispo que tenga años sentado en una oficina, ocupando cargos administrativos, sin conexión real y cotidiana con el Pueblo de Dios y sus problemas, como lo estableció el Concilio cuando sostuvo que los obispos tienen razón de ser en tanto representan y sirven a una parte del Pueblo de Dios, a una diócesis, y no a un cargo o función administrativa.
La Iglesia, a través de sus regulaciones canónicas, entiende que «ser varón casado» constituye un impedimento para ser ordenado. Pero esto no es una irregularidad, sino un impedimento de «derecho eclesiástico» y no «divino». Por tanto, no toca al dogma ni a la doctrina, sino a la disciplina eclesiástica. Ante los impedimentos, el propio código de derecho canónico de la Iglesia latina provee la concesión de una «dispensa» que puede ser otorgada por la Sede Apostólica.
¿En qué condiciones?
Para conceder esta «dispensa», el código establece que debe haber una «causa justa y razonable». En tal sentido, los sacramentos no son una concesión de la Institución eclesiástica a un grupo de fieles, sino un «derecho» que tienen y deben recibir todos los fieles y miembros del Pueblo de Dios. Además, al ser derecho, las autoridades eclesiásticas tienen el «deber» de escuchar a los fieles y proveerles sus derechos. Por tanto, quienes hoy se oponen a la aprobación de los viri probati están en una contradicción inmensa. Peor aún, tienen un problema grave de consciencia porque, por una parte, exigen a los fieles católicos que deben recibir los sacramentos, pero, por otra parte, en tantas comunidades donde no hay tal posibilidad por la falta de presbíteros, no quieren proveer lo que establece la ley eclesiástica existente para responder a este «derecho» que todos tenemos de recibir los sacramentos. Es decir, no ejercen —de facto— el «deber» de velar y proveer los derechos de todos los fieles. En otras palabras, estas personas están obstaculizando a la misión de la Iglesia, porque toda comunidad cristiana se funda y edifica sobre la Eucaristía y la Palabra. De ahí la gran interrogante, de si estos opositores están pensando desde ideologías o desde el sentido de la Iglesia y la edificación de las comunidades cristianas.
¿Se van a aprobar nuevos ministerios? ¿Cuáles serían?
Si pensamos en una Iglesia que sea toda ella ministerial, estaríamos entrando en una nueva fase de la recepción del Concilio porque, en lo práctico, concederíamos a la comunidad la primacía que ésta tiene como congregación y edificación de todo el Pueblo de Dios. Más que hablar de nuevas formas de ministerios, que ciertamente vendrán durante y después del Sínodo, hay que ver el cambio de fondo que está aconteciendo en la Iglesia. La razón de ser de todo ministerio, ordenado o no, es el servicio a la comunidad. Ella es la que debe llamar, como lo era en la antigüedad. Ella es la que debe convocar y ser servida. La vocación es una respuesta a una forma de servicio a una comunidad, y no una relación unilateral y exclusiva entre un individuo y Dios.
La Iglesia como Pueblo de Dios
Recentrar nuevamente a la Iglesia en la eclesiología del Pueblo de Dios es el único camino para superar «el clericalismo, la jerarcología y la papolatría» como lo dijo con toda claridad Mons. De Smedt durante los debates conciliares. Por tanto, más que exigir nuevos ministerios específicos, que luego puedan clericalizarse, hay que rescatar el modelo eclesiológico del Concilio que logró invertir la famosa pirámide jerárquica para colocar al centro a todos los fieles en relaciones horizontales en torno a la Eucaristía y la Palabra. Obispos, clero, vida religiosa y laicado, todos juntos.
Eso implica superar el clericalismo
Efectivamente, el camino sinodal actual está orientado a la superación de ese terrible mal del clericalismo, del cual hoy seguimos padeciendo tantas consecuencias como una larga cadena que parece no tener fin. Los nuevos ministerios tendrán sentido si se construyen y viven desde y en las comunidades. Es el caso de los coordinadores y coordinadoras de comunidades que ya existen, pero que deben ser reconocidos(as) como ministerios instituidos, con un mandato eclesial y, por tanto, dotados de autoridad.
Podemos referirnos al modelo de comunidad de comunidades al que Medellín aludió pero que la cultural clerical terminó devorando porque el presbítero tenía la función de ser el presidente o decano, más no el centro de la vida de las comunidades. Cada comunidad, en sinergia sinodal con las demás, iba construyendo la vida eclesial desde abajo hacia arriba, hasta permear a la diócesis entera. En fin, más que pensar sólo en cuáles serán los nuevos ministerios que saldrán, ojalá cambiemos primero la mentalidad parroquial existente por una ministerial y misionera. Hace falta una estructura eclesial descentralizada, como lo ha pedido el Papa Francisco, que permita a las diócesis crear sus propios ministerios respondiendo a las necesidades de sus comunidades y contextos específicos.
¿Se podría abrir una rendija para el diaconado femenino?
Pudiéramos dar aquí muchos argumentos a favor. Sean textos que atestiguan dicha práctica, como Rom 16,1-2 y 1 Tim 3,11; o incluso fórmulas litúrgicas como la presente en el Eucologio Barberini que refleja prácticas de ordenación existentes en los primeros siglos por manos de un obispo, distinguiéndolas de las sacerdotales e introduciéndolas como ministeriales, en la línea de Lumen Gentium 29. De este modo no se trataría de un grado, como en los casos del presbiterado o del episcopado, y estarían respondiendo a funciones muy específicas para la misión de la Iglesia, como son la salus animarum y el bonum ecclesiae. No podemos plantear el tema como una suerte de reivindicación que respondería a una simple lógica del poder. No tiene sentido superar el poder con poder, sólo que esta vez estaríamos cambiando de sujetos.
Por ello, al igual que en el caso de los viri probati, no podemos caer en la tentación de aludir a las mismas razones clericales que queremos superar para exigir nuevas formas de ministerios. No estaríamos cambiando la estructura eclesial ni la teología de fondo. El problema es más de fondo. Responde a la opción por una Iglesia que sea toda ella ministerial y, por tanto, a un problema de conciencia en quienes tienen el poder de decidir en la Iglesia. Habría que saber si realmente están pensando en la edificación o no de las comunidades cristianas y, por tanto, repito, en la salus animarum y el bonum ecclesiae, antes que defender los propios espacios de poder y status que han gozado hasta ahora.
¿Es probable que, después del Sínodo, la Amazonía cuente con una conferencia episcopal propia, como ya proponía el documento de Iquitos de 1973?
Como se ha dicho en las intervenciones de estos días, —respondiendo al Instrumento de Trabajo—, se camina hacia la creación de una estructura regional que facilite la activación de nuevos ministerios. Sin embargo, no se trata sólo de crear una nueva estructura, sino que ella pueda dar paso a una forma de ser y vivir la Iglesia capaz de activar procesos y dinámicas de sinergia ministerial. Esto es lo que la tradición latinoamericana ha vivido, aunque muchas veces no ha sido reconocido de un modo institucional, como ha sido testimoniado por tantas religiosas que han hablado en estos días durante el Sínodo. La Iglesia en América Latina cuenta ya con numerosos laicos(as) y religioso(as) que llevan adelante y ejercen una serie de ministerios no reconocidos. Falta crear estructuras y canales que permitan su institucionalización y les concedan autoridad, pero en el marco de un proyecto de pastoral en conjunto que logre superar, finalmente —y no sólo en la región— un modelo eclesial anclado en la clericalización de toda forma ministerial existente o nueva. Este será el peligro a evitar.
Fuente: https://www.religiondigital.org/vaticano/Rafael-Luciani-Muchas-opositoras-Sinodo-viri-ministerios-diaconisas-amazonia_0_2168183174.html