Por Juan Salvador Pérez*
En esta oportunidad conversamos con Rafael Luciani, doctor en teología que se desempeña como profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Además, sirve como Perito del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), es miembro del Equipo Teológico Asesor de la Presidencia de la Confederación Latinoamericana de Religiosos/as (CLAR) y Experto de la Comisión Teológica de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. El Dr. Luciani participó como coordinador y conferencista del II Seminario Internacional de Teología titulado “La renovación eclesial en clave sinodal y ministerial”, que se llevó a cabo en Caracas entre los días 07 y 10 de septiembre. Mientras recorremos el camino hacia la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe y la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrarán en los próximos meses, este laico venezolano nos comparte un poco su visión sobre la vigencia de la sinodalidad en pleno 2021, y en el seno de una Iglesia “en salida” de la cual todos debemos ser partícipes.
–Se habla de una Iglesia “en salida”, pero en este contexto de celebración y reflexión sobre la sinodalidad ¿cómo sería la Iglesia “en llegada”?
– En América Latina hay una forma de ser Iglesia que ha dado paso a un espíritu de colaboración teológica y de visión pastoral en conjunto que facilita a la sinodalidad más que en otros contextos o regiones del mundo.
Aunque en algún momento requiere de estructuras, la sinodalidad apunta más que nada hacia dinámicas comunicacionales y maneras de relacionarnos como comunidad de bautizados. Una visión sinodal nos desafía a transformar los modelos clericales en los cuales un individuo decide sin consultar o sin escuchar, y sin considerarse parte del Pueblo de Dios. La sinodalidad invita a crear mecanismos de escucha atenta, pues escuchando y dialogando se establecen relaciones vinculantes que construyen iglesia a partir del discernimiento. Hago énfasis en la idea de una escucha vinculante. No se trata de sondear opinión o hacer encuestas. Se trata de abrirse a una relación vinculante al escuchar a la otra persona y a la sociedad a partir de los signos de los tiempos.
El consenso exige que haya un proceso de consulta, escucha, diálogo y discernimiento en conjunto. En cambio, los modelos clericales comienzan con una decisión y luego buscan consenso. Como tales reflejan un proceder monárquico anacrónico. En un modelo sinodal se construye el sensus ecclesiae y no el de unos pocos.
Un ejemplo está en la eclesiología que se impulsa con el Sínodo que se realizará desde Octubre del 2021 hasta Octubre del 2023. En la carta de invitación del Cardenal Grech, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, se destaca muy bien esta eclesiología, así como toda la metodología que se seguirá, partiendo de las Iglesias locales hasta llegar a la Asamblea sinodal celebrada en Roma en el 2023, como un modelo de convergencia de todas las Iglesias locales y de unidad con el primado de Roma. Esto es una novedad muy importante y digna de estudio en la recepción del Vaticano II. La concepción eclesiológica de este proceso es muy importante para comprender el cambio que está aconteciendo en la relación entre Roma y las Iglesias locales. Ya esto es una forma nueva de ser Iglesia en comparación con los últimos 40 años.
–Suele ocurrir en muchos entornos que aparecen conceptos que se ponen de moda, y luego pierden la novedad. Pasa con frecuencia en el mundo corporativo, pero también sucede en la Iglesia, por ejemplo: la “Nueva Evangelización”. ¿No podría pasar lo mismo con el concepto de sinodalidad?
–La sinodalidad es ante todo una manera de ser y de operar de la Iglesia. No es un método más de hacer cosas o un programa. Es un modo eclesial de proceder a la luz de la eclesiología del Pueblo de Dios descrita en el capítulo 2 de Lumen Gentium. Tampoco es una novedad del Papa Francisco y su pontificado.
Una de las prácticas sinodales más importantes de este primer milenio, relevantes para hoy, fue la del Obispo de Cartago, San Cipriano, quien decía: “no hago nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”. El orden de las acciones es importante: tomar consejo de algunos y construir consenso con todos como un único pueblo de Dios. Es decir, que aunque tuviera el consejo de los presbíteros, no tomaba una decisión final sin lograr el consenso previo de todo el pueblo de Dios.
El reto es que sigamos haciendo lo posible para que los procesos de escucha de todos estos acontecimientos sinodales que estamos viviendo, puedan generar una auténtica conversión del clericalismo aún reinante y producir reformas de estructuras eclesiales para que pueda existir un mayor involucramiento de todos los fieles en las elaboraciones de las decisiones en la Iglesia, pues sólo así podemos ir construyendo la Iglesia del tercer milenio, una Iglesia de consejos, diálogo y consensos.
–La sinodalidad nos habla de una Iglesia que somos todos, ¿realmente todos nos sentimos Iglesia? ¿todos actuamos y nos dejan actuar como un todo?
–Con el actual pontificado hemos recuperado la relevancia de la eclesiología de las Iglesias locales. Por ello, el papel de Roma no consiste en imponer un modelo eclesial. El Obispo de Roma sigue teniendo primacía como obispo de Roma, y como tal el resto de los obispos y de la comunidad católica están llamados a estar en comunión con él. La Iglesia es una Iglesia de Iglesias.
Sin embargo, en este proceso de reformas eclesiales en clave sinodal, el laico debe ser considerado como sujeto de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo o mero recipiente de las decisiones clericales. Hay estructuras que podemos rescatar para avanzar en esta práctica de inclusión de laicado, como son los consejos diocesanos pastorales pedidos por el Vaticano II, pero tristemente menos no llegamos al 50% de las diócesis del mundo que lo hayan implementado.
El camino sinodal, por ende, no busca eliminar el poder de decisión del Papa o de los obispos. Todo lo contrario, lo afirma y lo fortalece eclesialmente exigiendo que ese poder se ejerza de manera consultada y consensuada porque la autoridad en la Iglesia está al servicio de todo el Pueblo de Dios, como decía Mons. De Schmedt durante el Concilio Vaticano II. Se trata de potenciar al laico afirmando que por ser bautizados ya tenemos voz, y crear los espacios en donde tanto todos en la Iglesia, los laicos, religiosos, presbíteros y obispos sean escuchados y representados. Al hablar de representatividad no me refiero simplemente a números. Representatividad tiene que ver con inclusión de experiencias eclesiales tomando en cuenta a la diversidad de culturas que deben estar representadas en el proceder de la Iglesia. También a la diversidad de carismas, dones y ministerios.
Creo que hay que preparar a los futuros líderes pastorales, en seminarios y otros centros de formación, para que aprendan lo que significa esta nueva cultura eclesial sinodal donde se privilegie la escucha, el diálogo y el discernimiento en conjunto. Es una nueva cultura del consenso en la Iglesia.
*Director de la revista SIC.