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Radicalismo en ascenso

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Por Félix G. Arellano

Vivimos tiempos de radicalismos a escala mundial y en nuestra región se aprecia con especial intensidad, generando serias consecuencias en términos de estabilidad política, convivencia ciudadana, crecimiento económico y bienestar social. La gran mayoría de países latinoamericanos están enfrentando la conformación de una atmosfera política caracterizada por fuertes tensiones, donde se están imponiendo las visiones y agendas extremas, desplazando las posiciones de centro, pero también la prudencia, el diálogo y la concertación política.

En este contexto, la gran mayoría de los cuerpos legislativos en la región se están transformando en los espacios de enfrentamiento, “el ring de boxeo”, concentrándose en debates permanentes de narrativas y malabarismo jurídicos, que desgastan y deterioran a la institución; toda vez que paralizan el cumplimiento de sus funciones fundamentales, como órgano de formulación de las normas, supervisión y control de la gestión gubernamental. Adicionalmente, van perdiendo su capacidad de representación y generación de soluciones a los problemas del país.

El nivel de la diatriba se presenta como un juego suma cero, que paraliza la institución y todos pierden, en particular los sectores más vulnerables de la sociedad, que sufren las consecuencias del aislamiento de los políticos concentrados, en su mayoría, en las agendas personales y luchas estériles, sin dedicar la atención necesaria a las necesidades de sus electores a quienes básicamente reconocen durante los procesos electorales.

Los radicalismos que avanzan en la región se caracterizan, entre otros elementos, por desarrollar narrativas cargadas de pasión y fanatismo; donde la racionalidad y el fin básico de la política, que supone estar al servicio de la sociedad, se desvanecen, sustituidos por un acentuado nacionalismo, xenofobia y exclusión; adicionalmente, con propuestas fantasiosas de progreso y cambio, carentes de viabilidad, que chocan con las realidades de la interdependencia que vivimos a escala mundial.

Las perspectivas tanto de la región en su conjunto, como de la mayoría de países, se presentan poco alentadoras. El radicalismo está ocasionando la pérdida de oportunidades. Países paralizados por gobiernos y políticos concentrados en enfrentamientos maniqueístas y anacrónicos, reproduciendo viejos debates ideológicos que no resuelven los problemas y crean nuevos, en particular el aislamiento de la política y los políticos frente a la realidad social.

El deterioro y debilitamiento de la institucionalidad democrática constituyen otras de las negativas consecuencias de los radicalismos que nos acechan. Crece la desconfianza y el rechazo contra los partidos y los políticos, pero también contra las instituciones democráticas.

La geopolítica del autoritarismo aprovecha las debilidades de la democracia en la región para impulsar sus proyectos expansivos de liderazgo y hegemonía globales, manipulando sus políticas de apoyo, asistencia y cooperación, pero también promoviendo un discurso que busca resaltar las supuestas bondades del autoritarismo para generar orden y progreso.

Sobre las estrategias del autoritarismo debemos estar atentos y enfrentarlas con hechos concretos, resaltando que el orden que pregonan se sostiene bajo las prácticas de represión y sistemática violación de los derechos humanos y, en lo que al progreso respecta, se transforma en burbujas de privilegiados, sustentadas en políticas clientelares y discrecionales, sin mayor estabilidad jurídica, promovidas para beneficiar a los amigos del poder.

Los sectores vulnerables, que enfrentan condiciones históricas y estructurales adversas, –ahora agravadas por los perversos efectos de la pandemia del COVID-19– se convierten en presas fáciles de los movimientos populistas y radicales y sus falsas propuestas, con fantasiosas y faraónicas transformaciones, algunas de ellas cargadas de violencia, pero en esencia de muy dudosa aplicación práctica, que terminan agravando la pobreza, un objetivo estratégico a los fines de lograr un mayor control social.

El radicalismo con sus falsas promesas estimula el voto y, por tanto, aprovecha las bondades de la democracia para llegar al poder, lo que le confiere legitimidad de origen; empero, en el ejercicio de gobierno desarrollan un libreto autoritario es decir, el desmantelamiento de la institucionalidad democrática y la conformación de una dinámica que tiende a consolidarse con el uso de la represión.

Para extinguir los equilibrios y contrapesos institucionales que deben caracterizar a la democracia, los radicalismos avanzan en el control y debilitamiento de instituciones fundamentales, como los medios de comunicación y la academia, pero también las fuerzas militares que van cooptando con beneficios y presión.

A los fines de incrementar el control social y dar señales de cohesión, el nacionalismo y la constante creación de un enemigo, una invasión o un magnicidio, son recursos manipulados con tal intensidad que van perdiendo sentido. Son parte de un libreto vacío que, al resultar ineficiente, abre camino a una mayor represión como alternativa para silenciar la crítica y la presión interna.

La polarización de la sociedad representa otro recurso fundamental para fortalecer la estrategia del poder, fragmentar la organización social en sus diversas expresiones: sindicatos, gremios, academia, iglesias y, en particular, movimientos y partidos políticos. El radicalismo desde el poder, hace suya la estrategia de “dividir para vencer”. La exclusión y progresiva destrucción política del contrario, de los críticos; sometidos a la descalificación, la persecución y la violación de sus derechos fundamentales.

Las expresiones del radicalismo que hemos mencionado, con diverso grado de intensidad, se hacen presente en la vida política de la mayoría de los países de la región, el inventario puede resultar largo, pero conviene destacar algunos casos relevantes. En Brasil crece la polarización de la sociedad en dos proyectos radicales que poco tienen que aportar para la efectiva solución de sus problemas nacionales y ambos insisten en manipular a la población promoviendo pasiones, divisiones y violencia.

Chile, hasta hace poco tiempo la Suiza política de la región, está enfrentando una fase de incertidumbres, radicalismo y violencia que no prometen buenos tiempos. En Argentina, la tradicional ambigüedad de las diversas expresiones del peronismo, está abriendo paso a radicalismos polarizantes, incluso se espera que, en las elecciones parlamentarias, surja en la escena política, en particular en el Congreso, una representación de la ultraderecha.

En Perú, donde se ha vivido una marcada inestabilidad política en los últimos años, particularmente visible en el poder legislativo, pero manteniendo una burbuja relativamente estable y prospera en el ámbito económico, se proyecta el radicalismo luego de que en las pasadas elecciones nacionales, donde participaron 18 candidatos, los partidos más radicales lograron la mayor votación popular y el partido Perú Libre, con su doctrina anacrónica y manipuladora, logró finalmente la victoria; situación que está exacerbando las tensiones políticas y amenaza con destruir la burbuja económica.

Ecuador, que inicialmente se presentaba como una interesante excepción en la medida que Guillermo Lasso asumió, en la fase final de su campaña electoral, una posición de centro más equilibrada que resultó exitosa, en los últimos días está radicalizando su posición, perdiendo aliados y estimulando el enfrentamiento con el correísmo que activa su capacidad de manipulación y oposición obstruccionista.

En Colombia el actual debate político, con miras a la definición de candidaturas para las próximas elecciones nacionales, se presenta complejo e incierto y el radicalismo se posiciona en la agenda. Las recientes protestas han alimentado una atmosfera de cuestionamiento, sin mayores propuestas de soluciones viables y sustentables.

Por otra parte, se esperaba que el joven presidente de Bolivia, Luis Arce, se liberara del radical proyecto de Evo Morales, propiciando un gobierno de unidad y equilibrios, pero los hechos evidencian lo contrario, lo que está estimulando una creciente ola de protestas, con unos partidos que por sus divisiones pierden espacios y liderazgo.

Todo pareciera indicar que el presidente Arce de Bolivia, Andrés López Obrador en México y Nayib Bukele de El Salvador están creando las condiciones para incorporar a sus países en la senda del radicalismo que tiene como principales exponentes los casos de Venezuela y Nicaragua.

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