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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Quedarse por responsabilidad

Foto 1_AFP (1)

Por Pedro Trigo, s.j.

La emigración

Lo propio de la especie humana desde su nacimiento fue la movilidad. En efecto, los primeros seres humanos, al ser recolectores y cazadores, tenían que desplazarse constantemente adonde hubiera frutos comestibles y caza y pesca. Como diez mil años antes de Cristo se inventó la agricultura y la ganadería, la cerámica, el arte de hacer ladrillos, la cantería y el laboreo de los metales, y con todo ello la división de trabajo, la organización social y el nacimiento de ciudades, incluso la organización de naciones y de imperios. Así los seres humanos se volvieron sedentarios y, aunque se desplazaban, volvían siempre a la querencia.

Con el advenimiento de la globalización, los trabajadores especializados y, sobre todo, los grandes gerentes y financistas se puede decir que viven en todo el mundo y no salen de casa porque los grandes complejos de oficinas y bancos son iguales en todo el mundo, como lo son los hoteles y las grandes mansiones en los paraísos en los que descansan.

Pero como la globalización no ha tenido como sujetos a todos sino sólo a los de arriba, el resultado ha sido que muchísimos estén abajo y otros tantos o más afuera. Por eso y por la violencia física que provoca esta violencia económica, social y política, un número ingente y cada vez mayor de personas tienen que huir de su tierra, tanto porque se mueren de hambre y de enfermedades desasistidas, porque no hay oportunidades de trabajo —y menos aún cualificado— ni tampoco asistencia social, como porque están amenazadas de muerte.

El problema es que cada día son más duros los requisitos que encuentran estas personas para entrar a los países desarrollados y para encontrar en ellos trabajo; y más difícil todavía, trabajo digno congruentemente pagado y con seguridad social. Los migrantes se estrellan contra los muros, tanto físicos como administrativos, o mueren ahogados en el mar o al cruzar un río o en el desierto.

Ahora bien, a veces, como en nuestro país, los que gobiernan han provocado tal colapso y tal violencia que muchos tienen que salir para salvar sus vidas y muchos más para no morirse de hambre y no estar con las manos cruzadas y, sobre todo, los jóvenes porque sienten que tienen cerradas todas las puertas y que necesitan salir para encontrar futuro, porque para ellos es más importante el futuro que el presente.

Cada vez es más difícil para un venezolano entrar a cualquier país y casi imposible conseguir un trabajo estable. Por eso en el camino mueren muchos y un gran número de los que logran entrar viven en condiciones sumamente precarias y cada día más estigmatizados.

Sin embargo, no pocos de ellos no se olvidan de los suyos y dan de su pobreza, de tal manera que muchos pobres viven de las remesas.

Por todo lo dicho no tiene ningún sentido estigmatizar a los que se van. Muchísimos se han ido con inmenso dolor y esperan que la situación cambie para regresar. Y mientras tanto lo hacen lo mejor posible para no ser una carga para el país que los recibe, sino contribuir a él con el mejor desempeño posible y recuerdan entrañablemente a Venezuela y más, en particular, a sus familiares que se quedaron allí.

imagen 2Los que se quedan por responsabilidad

Sin embargo, tenemos que decir, igualmente, que la mayoría de los que se quedan no se quedan por ser unos quedados, carentes de toda iniciativa, ni tampoco por ser unos aprovechados, que se han corrompido y ganan muchísimo injustamente. Éstos existen, desgraciadamente, y cuando haya una alternativa superadora, van a constituir el mayor problema, porque el país no va a ser viable, si no llegan a rehabilitarse.

Tenemos que decir con alegría que no pocos que se quedan lo hacen por responsabilidad con el país. A unos nos pide Dios quedarnos porque hemos echado la suerte con el país y si hoy la suerte es mala, la vivimos dando lo mejor de nosotros mismos y trabajando por hacer posible una alternativa superadora. Otros se quedan porque sienten que ahora precisamente es cuando el país más los necesita. Otros se quedan para salvar todo lo que sea posible salvar. Otros para trabajar desde los cimientos por revertir la situación. Otros simplemente para vivir día a día con la mayor humanidad posible.

Muchos médicos y enfermeras, lo mismo que educadores y de otras profesiones básicas, se quedan porque sienten que ahora precisamente es cuando el país más los necesita. No quieren que, en cuanto de ellos dependa, nadie se muera por enfermedades desasistidas ni que niños y jóvenes se queden sin educación por falta de educadores y no tengan futuro.

Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia

Creemos que esta actitud positiva, humanizadora, llega a dar el tono al país o al menos a amplias zonas de clase media y más aún populares y suburbanas. Son personas que frecuentemente no tienen el mínimo para vivir y que viven en ambientes muy degradados por tanto abandono del Estado, y, sin embargo, no sobreviven con un deje de amargura y resentimiento y, menos aún, de avidez, sino que logran vivir en cada aspecto de la vida y lo hacen con serenidad, con paz, convivencialmente y muy abiertas a la realidad para que dé de sí y así aprovechan lo más posible sus posibilidades, tratando de cualificarse y cualificarla para que haya más posibilidades.

Estos ambientes me parece que son un verdadero milagro. Porque si donde no hay condiciones para vivir la gente se las ingenia para vivir y lo hace humanizadoramente y hasta da de su pobreza, es que esas personas viven dejándose llevar por el impulso del Espíritu, de quien decimos en el Credo que es “Señor y dador de vida”. Por eso nosotros los venezolanos podemos decir como Pablo que “donde abunda el pecado sobreabunda la gracia” (Rm 5,20) y muchos compatriotas nuestros pueden decir como él que “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,10).

El ejercicio de la deliberación, ejercicio eximio de responsabilidad

Por eso, si nos quedamos por responsabilidad, que viene del latín: responsa=respuesta, tenemos que esforzarnos por responder a la realidad de manera que en ella se vaya fraguando una alternativa superadora. Por eso lo más importante es lo que hemos dicho hasta ahora: dar lo mejor de nosotros en los ambientes donde trabajamos y hacemos vida, vivir humanizadoramente. Tiene que ser un punto de honor no dejar este empeño.

Ahora bien, desde este esfuerzo denodado, sí sería bueno que usáramos de la deliberación, esto es, del intercambio basado en razones y apoyado en la realidad, es decir, analítico, sobre lo que sucede en los ambientes en los que nos movemos: la familia, el trabajo, los grupos de amigos y de interés, las asociaciones y organizaciones a las que pertenecemos.

Si nos acostumbramos a la deliberación en esos ámbitos, podemos extenderla a lo que pasa en el país a nivel político y consiguientemente económico y social. Porque entonces ya no será simplemente desahogarnos, sino razonar sobre la situación y las causas concretas y los remedios. Entonces hablaremos razonablemente, tanto sobre el Gobierno como sobre la oposición; y a la larga será posible hablar razonablemente tanto al Gobierno como a la oposición y se irá construyendo una alternativa realmente superadora.

Sería bueno que nos hiciéramos cargo de que este ejercicio sistemático de deliberación forma parte, a la larga indispensable, de nuestra responsabilidad con el país, que nos ha llevado a quedarnos en él para compartir su suerte.

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