Por F. Javier Duplá, s.j.
¿Para qué queda poco tiempo? Para que se extinga la raza humana si no cambian las cosas. A gente como Donald Trump y Putin les importa poco eso, porque están metidos de lleno con su mirada miope en sus propios intereses. ¿Les importa a gentes como esas la vida de sus hijos y de sus nietos? Teóricamente sí, prácticamente no. Al papa Francisco, que no tiene hijos ni nietos, sí le preocupa grandemente el futuro de la humanidad, porque si no cambia en sus relaciones con la Tierra, sucumbirá en breve plazo. Ese es el tono de su exhortación apostólica Laudate Deum, del 4 de octubre reciente.
Impresiona en la exhortación los muchos datos que aporta, proporcionados sin duda por muchos expertos angustiados por el cambio climático. Han pasado ocho años desde que publicó la Carta Encíclica Laudato Sì, su primer aviso a toda la humanidad, pero las cosas han empeorado desde entonces. “Sentiremos sus efectos (del cambio climático) en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.” He aquí algunos datos que presenta la Exhortación Apostólica:
Sabemos que cada vez que aumente la temperatura global en 0,5 grados centígrados, aumentarán también la intensidad y la frecuencia de grandes lluvias y aluviones en algunas zonas, sequías severas en otras, calores extremos en ciertas regiones y grandes nevadas en otras […] Si llega a superar los 2 grados, se derretirían totalmente las capas de hielo de Groenlandia y de buena parte de la Antártida, con enormes y gravísimas consecuencias para todos (n. 5).
No todos aceptan esos datos o les dan una interpretación burlona: que en la Tierra siempre ha habido períodos de enfriamiento y de calentamiento. Pero esos períodos ocurren en miles de años, mientras que los fenómenos actuales de altísimas temperaturas en algunos lugares, de sequías y de inundaciones están ocurriendo en pocos decenios. Los que hemos sido montañeros hemos contemplando la total pérdida de nieve perpetua en los Andes venezolanos en un lapso no superior a 30 años.
En cuanto a la contaminación, “un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial” (n. 9).
La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, que por ese efecto provocan el calentamiento de la tierra, se mantuvo estable hasta el siglo XIX, por debajo de las 300 partes por millón en volumen. Pero a mediados de ese siglo, en coincidencia con el desarrollo industrial, comenzaron a crecer las emisiones. En los últimos cincuenta años el aumento se aceleró notablemente, como lo ha certificado el observatorio de Mauna Loa, que toma medidas diarias de dióxido de carbono desde el año 1958. Mientras escribía la Laudato Si se alcanzó el máximo de la historia —400 partes por millón— hasta llegar en junio de 2023 a las 423 partes por millón. Más del 42% del total de las emisiones netas a partir del año 1850 se produjeron después de 1990. (n. 11)
“Lamentablemente la crisis climática no es precisamente un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda.” (n. 13) Este es precisamente el nudo gordiano del problema, que los que pueden hacer mucho para que el cambio climático no ocurra, están solamente orientados a ganar más y más dinero, aunque no lo necesitan y no se lo van a llevar cuando se mueran.
El aumento de la temperatura de los océanos, su acidificación y disminución de oxígeno están llevando a la muerte de grandes extensiones de algas marinas y a la extinción de muchas especies acuáticas. Este es un fenómeno imposible de revertir en el curso de centenares de años, según dicen los expertos, de forma que por ahí también se está poniéndola soga al cuello el ser humano.
Los prodigiosos avances tecnológicos recientes, como el de la inteligencia artificial, llevan a pensar que tal vez se podrán encontrar soluciones científicas y técnicas al cambio climático. Pero mientras este pensamiento no pasa de ser un deseo, los problemas causados por el hombre se multiplican. Como dice el Papa, “nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo” (n. 23). Para utilizar bien tanto poder tiene que haber un crecimiento muy grande en responsabilidad, valores y creencias religiosas. Este crecimiento nos lleva a vernos como parte de la naturaleza, no como un ser ajeno que dispone de ella a su antojo.
En la cultura que vivimos al ser humano le cuesta hacerse preguntas fundamentales: ¿qué sentido tiene mi vida, qué sentido tiene mi paso por esta tierra, qué sentido tienen, en definitiva, mi trabajo y mi esfuerzo? ¿qué voy a dejar a mis descendientes en modelo de vida, en solidaridad, en proyectos y logros en favor de los demás?
El papa Francisco es el único jefe de Estado preocupado por el futuro de la humanidad. Hacer nuestra su visión es necesario y luego comunicarla constantemente a los que tenemos cerca en la familia, el trabajo, la vecindad, el país. Solo así podremos alejarnos de esta amenaza terrible que significa el fin de la raza humana.