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¿Qué Venezuela queremos?

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Por Antonio Pérez Esclarín 

Es sorprendente cómo el discurso de quienes nos gobiernan   adolece de falta de creatividad y resulta cada vez más repetitivo, cansón y sin credibilidad. Una retórica, supuestamente épica, pero vacía de contenido, cargada  de mentiras e insultos, sustituye las propuestas concretas para salir de la crisis. Por ello la mayoría del pueblo le ha retirado su apoyo.

Es  evidente que el  Gobierno  perdió la brújula y optó por el  populismo y el  capitalismo de Estado,  al que los altos precios petroleros le posibilitaron implantar ciertas políticas sociales y crear  una imagen  de bienestar sobre pies de barro. El derrumbe de los precios junto a una voraz corrupción, la preferencia de personas fieles pero incompetentes, mostró lo muy equivocadas que eran  las políticas emprendidas que terminaron por hundirnos  en el caos,  escasez, e hiperinflación.

Para mí, el mayor fracaso del   chavismo-madurismo  es que con su discurso redentor, su olvido  de la ética y su ineficacia en crear modelos alternativos y resolver los problemas, especialmente  los de los pobres,   socavó   la posibilidad  de construir un país más justo y próspero. Pero, en  momentos en que  renace en  Venezuela la esperanza y se vislumbra una posibilidad  de cambio mediante elecciones,  debemos hacernos con rigor la pregunta de ¿qué Venezuela queremos y estamos dispuestos a  construir? Y la respuesta debe juntar prosperidad y equidad. La prosperidad se logrará combatiendo con vigor  la corrupción y la incapacidad y con unas políticas   que privilegien la educación de calidad para todos  y la   productividad, que premien el esfuerzo  y posibiliten a las mayorías vivir dignamente de su  trabajo. La equidad va a suponer mantener,   mejorar  y supervisar las  políticas sociales para que en verdad lleguen a  la población más vulnerable,  que les permitan  vivir con dignidad  y les ayuden a conseguir trabajo para  así, con su esfuerzo, salir de la pobreza. No olvidemos que la genuina democracia sólo es posible en el marco de la justicia social, pues el primer requisito de la democracia debe ser asegurar la vida y el bienestar de todos.

 No construiremos una nueva Venezuela mirando hacia atrás. Hay que desterrar de una vez el clientelismo, la corrupción,  el populismo, el mesianismo y el rentismo. La reconstrucción de Venezuela y la revitalización de la democracia va a necesitar de  líderes muy bien formados, eficientes y trabajadores, con una comprobada e inquebrantable conducta ética,  que hayan demostrado verdadero compromiso por Venezuela y disposición a colocar el bien de la República sobre sus aspiraciones personales o del partido. Dirigentes que nos hablen claro y nos convoquen con su ejemplo al trabajo, el esfuerzo  y la honestidad. Dirigentes con una muy fuerte vocación social, compromiso y entrega; humildes  pero creativos, capaces de devolverle a la gente con el ejemplo de su conducta y de su vida  la esperanza y la confianza en la política, en los políticos  y en Venezuela.

Para ello, es necesaria  una gran humildad, autocrítica sincera y despiadada y espíritu generoso y solidario que supere los prejuicios, las envidias y las visiones pequeñas e interesadas, para sumar y no restar y dividir. No se puede aspirar a construir un nuevo futuro reproduciendo y agigantando los errores y conductas del pasado. En las próximas elecciones, tanto en la  que busca un candidato unitario como en las elecciones presidenciales del próximo año, tenemos una excelente oportunidad de cambiar el rumbo del país.

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