Daniel García Marco
“Lo único que nos queda es que nos den la cédula mexicana”, me dice Gladis, rescatando aún una mueca de humor.
Su despensa en el popular barrio de Catia, en el oeste de Caracas, podría ser la de una persona en Veracruz, Guadalajara o Ciudad de México.
Acaba de recibir la caja CLAP y en todos los productos se lee lo mismo: “Hecho en México”.
Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) son la solución que ideó el gobierno de Venezuela hace un año para combatir la escasez de alimentos, de la que culpa a la “guerra económica” y a las empresas privadas de distribución.
Las bolsas y cajas CLAP suponen la entrega de alimentos a domicilio a un precio justo. De momento solucionan más el abastecimiento, que es desigual y muy politizado, según la crítica de la oposición.
La producción nacional de maíz blanco, con el que se hacen las arepas, el alimento típico del país, apenas cubre el 31 % del consumo, según los datos de Fedeagro (Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios).
En el caso del arroz, otro producto básico en la dieta de los venezolanos, la producción cubre el 37 % de la demanda.
Por eso, hay que recurrir en gran medida al producto extranjero.
Todo de México
“Esta masa es malísima”, se queja Gladis de la harina de maíz mexicana de la caja. Ella prefiere la venezolana, con la que salen mejor las arepas.
Gladis tuvo que ingresar en el banco 10.500 bolívares (unos US$14,5 al cambio oficial y US$1,8 al cambio en el mercado paralelo, el más usado) para recibir la caja, que contiene:
6 paquetes de spaghetti
2 paquetes de harina de maíz
4 paquetes de pasta en forma de tubo
2 paquetes de pasta en forma de espiral
4 paquetes de leche en polvo
2 botellas de aceite
1 paquete de azúcar
1 bote de salsa de tomate
1 bote de mayonesa
1 paquete de frijol negro
1 paquete de lentejas
5 latas de atún en conserva
3 paquete de arroz
Todo ello por ese precio es realmente económico. Sobre todo, teniendo en cuenta que el paquete de la harina de maíz más popular en Venezuela puede costar hasta 6.000 bolívares en el mercado negro, casi la única alternativa para adquirir tan preciado producto.
Gladis recuerda con nostalgia cuando con su salario y el de su marido, ahora desempleado, iban al supermercado y compraban lo que querían.
Asegura que ha perdido 20 kilos en seis meses y que muchas noches se acuesta sin cenar. Y se queja de una dieta cada vez más monótona. Los altos precios hacen difícil acceder a la proteína animal (pollo, carne, pescado, huevos).
En su nevera sólo hay algo de carne de res troceada que le ha traído su hija del interior del país. Nada más.
Con eso y con el contenido de la caja, básicamente carbohidratos, deberá aguantar varias semanas. Hacía mes y medio que no le llegaban los CLAP, cuyo reparto es desigual.
Me dice que para los cuatro de la casa preparará pasta con una lata de atún y tomate. La caja comienza así a menguar.
La caída de las importaciones
Venezuela ha sido un país que tradicionalmente ha importado la mayor parte de sus productos, incluidos los alimentos.
Lo hacía gracias a una renta petrolera que en los últimos años ha caído. Y con ello las importaciones.
De casi US$39.544 millones en importaciones en 2014 pasó a US$28.623 millones en 2015 y a sólo US$14.787 millones en 2016.
En dos años, una caída de más del 60 %, de acuerdo a los datos del International Trade Centre, que recopila las cifras de todos los servicios aduaneros del mundo.
En enero el presidente Maduro cifró las importaciones de 2016 en US$18.000 millones.
Las causas son, sobre todo, la rebaja de la producción petrolera y la fuerte caída de los precios del crudo.
Eso, unido a una caída de la producción interna del sector privado, que ya no recibe dólares para importar materias primas, se ha traducido en escasez de alimentos en Venezuela y en el encarecimiento de precios.
Todos los países de la región han visto cómo han dejado de hacer negocios con Venezuela.
México, de donde proceden todos los productos de la caja de Gladis, vio cómo el valor de sus exportaciones a Venezuela caía de US$1.551 millones a US$600 millones de 2014 a 2016.
Pero hay ramas de la industria alimentaria que están haciendo ahora más negocio con Venezuela. Por ejemplo, el sector de productos lácteos en México pasó de exportar por US$380.000 en 2014 a casi US$5 millones en 2016. Y de no exportar nada de pasta, ahora lo hace por valor de US$8 millones.
Esfuerzo privado
En los supermercados, donde cada vez hay menos productos básicos a precio regulado porque se destinan a los CLAP, se ve siempre mucha pasta extranjera, algo normal en un país que no produce trigo.
Un spaghetti de la brasileña Galo, del país vecino, cuestan 3.600 bolívares. El mismo paquete de medio kilo de una marca italiana, 4.200.
El salario mínimo actualmente en Venezuela está en 65.000 más un bono de alimentación.
Son precios elevados para unos productos importados a dólar libre y que por tanto se venden también dolarizados.
“En 2016 prácticamente no se le dio ni un dólar al sector privado, ellos están trabajando con esfuerzo propio”, admitió recientemente Miguel Pérez Abad, exministro de Industria y actual presidente del banco estatal Bicentenario.
Los precios aún son más altos en el mercado negro para productos básicos que son imposibles de encontrar en los supermercados, como el arroz o el azúcar. La leche y el pan llevan semanas desaparecidos de los anaqueles y tienen una presencia muy estacional.
Beneficio en la crisis
En ese contexto de reducción severa de las exportaciones de países a Venezuela, la industria alimentaria de México no es la única beneficiada.
Colombia ha aumentado su exportación de azúcar de caña al país vecino, igual que Costa Rica con la pasta, y Brasil con productos como las salsas, los jugos de frutas, el arroz, la pasta y la harina de trigo.
Hasta Estados Unidos, rival de Venezuela en la dialéctica política pero no en la económica, ha elevado sus ventas de arroz y pasta en el último año a Venezuela.
En realidad, son cifras pequeñas para el total de la economía de un país, pero significativas ante la drástica reducción de importaciones de Venezuela. Y ponen de manifiesto también la caída de la producción en la industria de la alimentación.
Fedeagro califica el actual momento del sector como “recesión agrícola” y “crisis agroalimentaria”.
El propio Pérez Abad admite que Venezuela “atraviesa por una de las crisis económicas más fuertes de los últimos 50 años”. Y asegura que en 2017 se busca la expansión productiva.
Mientras llega, empresas del sector alimentario de países de la región encuentran beneficio en la crisis de Venezuela.
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-39995928