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¿Qué nos enseña la Doctrina Social de la Iglesia sobre la democracia?

Foto 1_Arquidiócesis de Santiago de Compostela (1)

Por Juan Salvador Pérez

La constante preocupación de los obispos por la condición social y política de Venezuela, reiterada durante décadas de comentarios, denuncias y exhortaciones acerca del país en comunicados y cartas pastorales, se corresponde y tiene su asidero en una doctrina de la naturaleza humana, social, del Estado y sus responsabilidades. Esta doctrina se desarrolla y fundamenta en el pensamiento y las enseñanzas sociales de la Iglesia católica

El surgimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un hecho determinante en el catolicismo contemporáneo. Hasta finales del siglo XIX la Iglesia católica era identificada con las viejas monarquías europeas, y no solo se identificaba, sino que prácticamente era en sí misma una vieja monarquía europea. Los papas se habían convertido en distantes monarcas, ataviados, atareados y dedicados a demasiados asuntos temporales.

Sin embargo, los tiempos cambiarían con la promulgación de la encíclica Rerum Novarum en 1891, de la mano de un Papa más sensible, preocupado y ocupado en los graves problemas de su tiempo. León XIII abría la puerta y marcaba la pauta de los siguientes pontificados, dejando además de lado –junto al corto papado de Benedicto XV– los últimos dominios de papas provenientes de familias aristócratas y nobles.

Los demás papas del siglo XX, así como los del presente siglo, provendrían de orígenes –digamos– “plebeyos”1. Campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial (como Pío XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), o descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco).

La Iglesia ha cambiado mucho en el último siglo, como vemos, en sus formas y en sus orígenes de procedencia, y como es de esperarse estos cambios también influirán en su enfoque2.

¿Qué nos enseña la Doctrina Social de la Iglesia sobre la democracia?
Crédito: Papa León XIII hacia 1898. Fotografía de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

Esta orientación está consagrada en la doctrina más allá del comentario social. De las encíclicas a las cartas pastorales, el Catecismo de la Iglesia Católica ha definido la Doctrina Social de la Iglesia como criterio normativo de la visión católica hacia la sociedad. Y en este “cuerpo de doctrina”, vendrá la admisión de la superioridad de la democracia como forma de gobierno en los Estados seculares. Cuando en su radiomensaje de víspera de Navidad, en el año 1944, el papa Pío XII centra su discurso en la elección que la Iglesia hacía de la democracia como forma de gobierno preferida, no solo lo hace desde la constatada, vivida y sufrida experiencia de la Guerra Mundial, ni de haber presenciado el desastre que supuso la experiencia dictatorial de los años precedentes, sino que lo hace desde la “… cuidadosa meditación de las complejas realidades de la existencia humana, en sociedad, y en un contexto internacional, a la luz de la Fe y de la tradición viva de la Iglesia”3. Por ello, Pío XII en aquella ocasión, no apuesta a la democracia como fin, sino como medio.

La tragedia del fascismo europeo, el contexto de la posguerra, y el inicio del enfrentamiento bipolar, enmarcado en La Doctrina Social de la Iglesia entiende que la democracia consistiría en:

[…] un ordenamiento y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter ‘moral’ no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve4.

Esa “conformidad moral”, es decir, esos medios de los cuales se servirá, son los siguientes:

La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la ‘subjetividad’ de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad5.

De este modo, una “auténtica democracia” es “… fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del ‘bien común’ como fin y criterio regulador de la vida política”6, concluyendo que “… si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad”7.
La democracia, como bien lo advierte Sartori8, tiene diversas acepciones, y debe necesariamente delimitarse a cuál tipo de democracia se refiere la Iglesia, con cuáles características y condiciones. Así pues, para hablar de democracia en los términos de la Doctrina Social de la Iglesia, debe existir: Estado de derecho, división de poderes, control social, rendición de cuentas y participación ciudadana; y todo esto en la base de una recta concepción de la persona humana.

Es importante resaltar que la Doctrina Social de la Iglesia, desde el punto de vista sistemático, es una “doctrina” en tanto que conjunto de enseñanzas, de ideas, conocimientos, dados para instruir. No tiene la pretensión de ser un dogma ideológico de aplicación obligatoria desde el Estado, sin interés directamente confesional. Ni tampoco debe pensarse como un planteamiento utópico, angelical, ideal, para la Ciudad de Dios; sino como una suerte de guía que permita al hombre vivir mejor en este mundo nuestro, preocupados por la viabilidad humana en la sociedad presente y futura.


Notas:

    1. GARCÍA, F. y LORENZO, J. M. (2005): Los papas y la Iglesia del siglo XX. Editorial Debolsillo.
    2. Para una visión sobre el catolicismo contemporáneo, léase: MARIENBERG, E. (2015): Catholicism today: an introduction to the contemporary catholic church. Londres: Routledge. Para una visión crítica de la historia de la Iglesia, léase: KUNG, H. (2005): La Iglesia católica. Caracas: DEBATE-El Nacional.
    3. S.S Pío XII (1944): Benignitas et Humanitas. Radiomensaje en la víspera de Navidad. 24 de diciembre de 1944.
    4. Pontificio Consejo “Justicia y Paz” (2005): Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. A petición de Juan Pablo II, Maestro de Doctrina Social, Testigo Evangélico de Justicia y de Paz. Libreria Editrice Vaticana.
    5. Ibídem.
    6. Ibídem. La doctrina del bien común es explicada por Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra (sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana) (1961): “Este concepto [del bien común] abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección” (§65). Esto implica una distinción frente a versiones utilitaristas o mayoritarias del bien común, implicando una noción de armonía entre la pluralidad de sectores sociales, afianzado también sobre las necesidades materiales de los individuos que actúan con interdependencia en la sociedad.
    7. Ibídem.
    8. Para Giovanni Sartori, la democracia es difícil de definir, por todas las acepciones del término a lo largo de los siglos. Sin embargo, plantea una definición: un sistema político, en donde el poder del pueblo se ejerce sobre el pueblo, convirtiéndose este en sujeto y objeto. En: SARTORI, G. (2009): La democracia en 30 lecciones. Taurus.

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