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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.
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En diciembre de 2017, el Programa de Alimentación de la parroquia San Alberto Hurtado, La Vega, Caracas, proporcionó almuerzos en los colegios Fe y Alegría “Andy Aparicio”, en Las Casitas, y “Luis María Olaso”, en La Pradera. Una labor indispensable que fue posible gracias a la mano solidaria de quienes prepararon los alimentos y quienes realizaron las donaciones para que esto ocurriera. Para muchos de los niños este almuerzo fue su única comida al día. Aquí la crónica de aquel día

Minerva Vitti*

Varios niños hacen fila en las escaleras. Todos van con su uniforme de educación física y en sus manos tienen una bolsita con un plato, vaso y cubiertos. Esperan su turno mientras otros ya terminan de comer en las mesas que conforman el comedor de la U.E Luis María Olaso, ubicada en el sector La Pradera, en la parte alta de La Vega. Maribel Das Neves, la encargada de preparar los alimentos, está sentada en la escalera y verifica cada uno de los nombres. “¡Eliecer sin pararse y sin pelear!”, le dice Jesús, encargado de logística, a uno de los niños. “El otro que sigue es hermano de ellos”, le indica Antonio, otro ayudante, a Jesús, para que ubique a los niños en la misma mesa. Mientras tanto algunas mamás también ayudan en el orden. “Faltan todavía, al que llegue antes de la 1:30pm se le dará su alimento”, dice Maribel y se levanta para ayudar a Norbelys, que permanece en la cocina ajustando más detalles. Es 21 de diciembre y aquí las vacaciones navideñas transcurren trabajando.

Durante el año escolar 345 estudiantes de la U.E Luis María Olaso reciben desayunos y meriendas diarias. Este año cuando se acercaban las vacaciones decembrinas todos se preocuparon porque para muchos estudiantes estos son los únicos alimentos que consumen diariamente. “Hay niños que llegaban llorando a la cantina, preguntaban por el comedor en las vacaciones”, comenta Alfredo Infante, jesuita y párroco de San Alberto Hurtado. Entonces se organizaron y recibieron apoyo de personas particulares que viven en España. Estas pequeñas contribuciones han permitido que se continúen brindando alimentos, está vez almuerzos, de lunes viernes a partir del 18 de diciembre. 

El programa de alimentación de la parroquia, ya tiene un año y medio funcionando, y surgió como una iniciativa del padre Infante, cuando en mayo de 2016, los muchachos comenzaron a desmayarse en los colegios porque no estaban comiendo en sus casas. En aquel momento la primera acción fue reunir a los miembros de la Red Educativa San Alberto Hurtado, en la parte alta de La Vega, para pensar cómo solventar la situación. Luego enviar correos a El Grupo “Que Hacer”, una red de reflexión económica, que a su vez abrió un espacio llamado “resuelve” para apoyar la alimentación en las escuelas de la parte alta de La Vega. A través de este espacio recibieron algunas donaciones, con las que pudieron dar un apoyo complementario durante los meses de junio y julio de 2016 a los comedores de las escuelas Canaima (AVEC), Luis María Olaso de Fe y Alegría, y Andy Aparicio de Fe y Alegría, en sus dos núcleos. Las donaciones de personas en España también permitieron mantener los comedores en los meses de octubre, noviembre y diciembre de 2016.

 La fuerza del querer

Maribel Das Neves lleva puesta la Navidad en su cabeza y en sus manos. Sirve los almuerzos en la cocina, se pasea entre las mesas y conversa con algunas madres. Ella es la encargada de la cantina y trabaja en la escuela desde hace 11 años. Con los almuerzos comenzó apenas el 18 de diciembre de 2017: “La situación de los niños es difícil. Hay muchos niños que no comen. Para estar en mi casa sin hacer nada, prefiero venirme a cocinar”, dice sin ningún reparo porque ella prefiere vivir el descanso decembrino ayudando.

Norbelys Calpabire la ayuda en la cocina. Ambas llegan a las 8am para preparar los alimentos. Cuentan que a veces se cansan más cuando les toca preparar plátanos con queso, porque es un plato rápido y luego no tienen mucho por hacer. En cambio cuando están más activas es cuando más energía les queda. El primer día Maribel pensó que los niños no vendrían y luego tuvo que cocinar un kilo de pasta adicional. “Mientras sea para los chamos, lo que sea”.

Ese 21 de diciembre los chamos comieron arroz, caraotas rojas, plátano sancochado, un pedazo de pan, un cambur, y un vaso de avena. En total se proporcionaron 165 almuerzos diarios para los niños, entre primer nivel y sexto grado, que estudian en La Pradera y en el núcleo de La Estrella, que se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad. El colegio identifica a estos estudiantes, a través de visitas a las casas y la información proporcionada por la familia en el momento de la inscripción.

La labor de Maribel no solo se limita a cocinar, ella siempre está pendiente de los muchachos lo que le ayuda a identificar el comportamiento de algunos. Por ejemplo,  cuenta que hay un niño que siempre le quiere quitar la comida a los otros, que está pendiente de lo que sobra en los platos, que siempre está como desesperado porque no come nada en su casa. Ella lo sabe, porque también ha pasado por situaciones complejas y con este trabajo al menos le puede llevar una arepa a sus hijos.

Muchas mamás, algunas con sus hijos pequeños en brazos, también ayudaron en el comedor durante diciembre. Colocaron a sus hijos sentaditos a un lado y manos a la obra comenzaban a servir. Todas estaban muy agradecidas. Al final a ellas también se les da un plato de comida. Ana Godoy, se encarga de poner los platos, y comentó que esto era “una ayuda grandísima”. Ella tiene tres niños y solo recibe 20 mil bolívares semanales del padre del menor de sus hijos. “Nosotros nos la hemos visto duras, pero Dios es Grande, y pa´ lante”, dice y se le aguan los ojos. En su casa a veces solo desayunan una arepa, y otras nada. En ocasiones su familia la ayuda pero “la situación está difícil para todos”.

“Aquí nadie se va sin comer”

Antonio Soto, es vigilante diurno y ayuda organizando a los niños en la fila (“y en todo lo que salga”). Pero su labor es más compleja, y es que Antonio está lleno de anécdotas y no se le escapa ningún detalle. Comparte que se siente muy bien trabajando en el comedor y que a los representantes se les nota el agradecimiento. Luego de que los niños comen, él siempre les pregunta si quedaron bien. “Esto es un milagro para los muchachos. Hay niños que dicen ‘yo comí varias veces’, porque no están acostumbrados a ver varias cosas. Otros dicen que ‘no pueden más’ y preguntan si pueden llevarse la comida que les sobra”.

Cuenta que el 20 de diciembre de 2017 llegó un niño vestido con una camisa verde (los niños deben asistir al almuerzo con su uniforme de educación física) y dijo que venía en sustitución de su hermana que no asistiría. Le dieron el almuerzo. “Hoy [21 de diciembre de 2017] vino con su camisita con la insignia del colegio. No sé dónde la consiguió porque no estudia en la escuela”. Pero ahí estaba aquel niño de aproximadamente cinco años, arregladito, comiendo, feliz, ocupando el puesto de su hermana.

Otro caso es el de una niña que vino a acompañar a su hermana al comedor. El señor Antonio se dio cuenta que estaba esperando, sentada en las escaleras, mientras su hermana terminaba de comer, y la incluyeron en la lista para que también almorzara. O el de Diego, un niño de 9 años, que con picardía le dijo a Antonio: “Señor Antonio yo no estoy en la lista pero yo mañana quiero buenas noticias suyas”. Y Antonio le tuvo buenas noticias: “Le mandé como cinco mensajes para que viniera. Lo estamos esperando”.

Los hijos de las madres que ayudan tampoco están inscritos en el colegio, pero también comían al final si faltaba alguien. “Aquí nadie se va sin comer”, dice satisfecho el señor Antonio. (Y es verdad)

El comedor también desarrolla un sentido de responsabilidad en los niños. Ellos llevaban sus utensilios y se les decía a las madres que los propios muchachos, con supervisión de ellas, debían lavarlos cuando llegaran a su casa. No obstante, Maribel estuvo siempre atenta porque algunos padres no verificaban que estos lo hicieran bien: “Un niño no puede comer en un plato así”, e iba Maribel y le daba una segunda lavada.

La labor continúa

—¿Qué le pedirías a Dios para las personas que nos están ayudando?— pregunta el padre Alfredo.

—Que gracias por la comida que nos están dando. Que cocinan rico. Que ningún niño se quede sin comer. Que los frutos crezcan rápido y que ninguna persona se quede sin comer—dice uno de los niños.

Termina el almuerzo y luego de recoger se sientan Maribel, Norbelys, Jesús, Antonio, dos mamás, el padre Alfredo, y dos que fuimos invitados a almorzar. Todavía hay espacio para la sonrisa y la pausa, en este comedor enclavado en la montaña de la parte alta de La Vega, donde cada día ocurre el milagro de la multiplicación de los panes.  

Luego de comer. Antonio agarra su bolso y sale de la escuela. Tiene que ir hasta la carretera Panamericana y tomar un bus hasta Montaña Alta para buscar la carne que cocinarán mañana. “El transporte nos quería cobrar 200 mil por traerla, con eso podemos comprar más carne”, dice mientras caminamos por la parroquia que lleva el nombre de un santo que se dedicó a los más pobres, a dar de comer al hambriento y techo al sin techo.  “Esto es un milagro para estos muchachos”, recuerdo las palabras de Antonio. Ahora lo veo claro, el milagro son todos lo que hacen posible estos almuerzos.

Ya pasaron algunas semanas desde aquel día en que todos compartimos el pan, pero en el aire sigue flotando con más fuerza el deseo del niño con el que conversamos: “Que ningún niño se quede sin comer”.

*Jefe de redacción de SIC.

 

 

 

 

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