Por José Guerra
Una moneda detenta el estatus de tal, cuando el público voluntariamente la acepta para realizar transacciones y como medio para mantener su riqueza. Cuando se pierden estos atributos, tener una moneda carece de cualquier sentido y esto es lo que ha venido pasando con el bolívar recientemente. Éste ha sido objeto de dos reconversiones monetarias mediante las cuales se le quitaron ocho ceros con el objeto de facilitar la lectura de los números y con ello mejorar las transacciones, pero ese esfuerzo se ha perdido ante la fuerza destructora de la inflación y la devaluación.
Actualmente la preferencia de los venezolanos por bolívares está en el momento más bajo desde que se miden los agregados monetarios y se estima la demanda de dinero. Ello sugiere que, mientras más bolívares emita el banco central, mayor será la depreciación de la moneda, en un círculo vicioso donde cada vez el signo monetario tiene menos valor. Esto ha sido evidente en esta semana que hoy concluye, donde el bolívar ha reflejado una depreciación acelerada, impulsada por un volumen de gasto significativo ejecutado por Pdvsa, que rápidamente se volcó contra el bolívar en las mesas de cambio, causando un alza descomunal de la cotización del bolívar respecto al dólar, todo ello en un contexto de un encaje bancario de 100% que ha acabado con el crédito bancario y secado la economía.
El bolívar no tiene sentido como moneda y debe ser sustituido. Pero ello debe realizarse en el contexto de un nuevo modelo y una nueva política económica que se proponga reordenar la economía, lo cual implica resolver el pecado original: la crónica situación deficitaria del fisco y su instrumento predilecto de financiamiento mediante la emisión de dinero por parte del banco central. Si ese problema no se resuelve, lo demás carece de sentido. El asunto está en que el régimen de Maduro no está en condiciones de hacerlo y solamente un nuevo gobierno puede encarar las grandes reformas que el país requiere en este momento crítico. Venezuela corre el riesgo de disolución sino enfrenta con determinación esta catástrofe que hoy vive.
Saneadas las finanzas públicas, refinanciada la deuda externa hoy impagable, concentrado el BCV en su objetivo de preservar el valor de la moneda y abierta la economía al comercio mundial, debe procederse a reemplazar al actual bolívar soberano por una nueva moneda y que ésta ancle su valor con respecto al dólar en una proporción fija de uno a uno durante un tiempo razonable, para de esta manera liquidar las expectativas de devaluación y con ella, la inflación. Hay que convencerse que el bolívar ya cumplió su ciclo como moneda una vez instituido por Guzmán Blanco en 1879. Hay que cerrar el capítulo del bolívar.