Luisa Pernalete
“Aquí tenemos miedo todos, nos asaltan al salir de la escuela, no podemos caminar por ahí, hay que andar acompañados todo el tiempo”, comentó un adolescente de una comunidad de San Félix, y la expresión del resto de los 16 participantes era de confirmación de la inseguridad reinante: ¡todos tienen miedo y mucho miedo!
Los anterior forma parte de la investigación “Ciudades seguras e inclusivas”, impulsada por el Laboratorio de Ciencias sociales –LACSO– coordinado por Roberto Briceño–León, experto en violencia. Caracas, San Cristóbal y Ciudad Guayana están incluidas en la investigación. Lo que se va recogiendo sorprende aún a los que llevamos un tiempo trabajando el fenómeno.
En nuestro caso de estudio –madres y adolescentes de comunidades violentas– llama la atención lo indefensos que se sienten. En esa consulta, mencionada en el primer párrafo, los adolescentes manifestaron que no sabían a quién acudir, “frente a ese miedo –dijo uno– sólo nos queda Dios, pues si a uno lo atracan y no lo matan, uno dice ¡gloria a Dios!” Y no lo decía como chiste. Cada uno fue contando cómo le afecta la violencia delincuencial. Las amenazas de muerte que ya a su edad han recibido, los atracos, los tiroteos frecuentes. ¡Gloria a Dios que aún siguen vivos y hasta inocentes!
En esa misma comunidad se consultó a madres, y las respuestas fueron similares: “Me da miedo todo, ir al centro (de San Félix), abrir la puerta a alguien que me venga a comprar heladitos…” Póngase en el lugar de esa señora: vende helados en su casa, y a veces prefiere no vender si el comprador es un desconocido y pues no se atreve a abrir la puerta. Otra señora, joven con una sola hija, añadió que no quería tener más hijos, porque es un riesgo vivir aquí. ¡A eso hemos llegado!
Como adelanto de esa investigación, podemos decir que los adolescentes consultados, cuando preguntamos qué harían si tuvieran poder, ven con claridad que hay que invertir en prevención –bachillerato completo en la comunidad, espacios de recreación con entrenadores– y claro, también sanciones a los que violan las leyes. Uno se pregunta por qué no son contratados por las alcaldías, pues parecen tener compresión global del problema.
Nosotros creemos que frente a ese miedo, creciente, hay que moverse a varios niveles: con los niños y adolescentes, tanto en el hogar como en la escuela, hablar del asunto, para que se puedan compartir los miedos; en segundo lugar, enseñarles a protegerse entre ellos y a proteger a los compañeros; crear grupos de lo que sea, culturales, deportivos, que permita que se tenga gente de confianza. Pero lo mismo recomendamos para las madres y para los educadores, pues es el miedo es gratis y es lo único que se está regalando a todo el mundo en este país, también las madres necesitan comprensión y atención, e igual los educadores.
A lo anterior, es importante añadir que todos tenemos derecho a movernos con libertad, y la violencia delincuencial nos está restringiendo ese derecho y, además, el Estado debe garantizar la seguridad de los ciudadanos, así que junto con las acciones que la familia y las comunidades organizadas puedan promover, mucho tenemos que exigir a las autoridades que hagan lo suyo. Ni la familia ni la escuela pueden sustituir al Estado.
¡Cómo nos gustaría que los adolescentes pudieran emplear su creatividad en otro tema que no sea ver cómo no se mueren en un asalto! ¡Ojalá toda señora que venda heladitos pueda abrir su puerta a todos los clientes! Significaría que se ha recuperado parte del tejido social roto. Se necesitan muchas manos, mucho hilo y mucha perseverancia para que veamos tapetes de fraternidad en este país.