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¿Potencias dialogantes?

AFP_Lintao Zhang

Por Félix Arellano

El mundo está enfrentando varios focos de tensión militar, cuya escalada puede alcanzar niveles impredecibles con graves consecuencias para la humanidad en su conjunto y las posibilidades de control parecieran limitadas. Básicamente depende de la voluntad de las partes, pues el orden internacional es descentralizado, no existe una autoridad central y la estabilidad que en el pasado pudo generar la bipolaridad en tiempos de la Guerra Fría no se corresponde con la dinámica actual; empero, una relación más fluida y coordinada entre Estados Unidos y China, las grandes potencias del presente, podría marcar la diferencia en la construcción de gobernabilidad y convivencia.

La lista de áreas de tensión es larga y no podemos desconocer que, adicionalmente, puede surgir un “cisne negro” y agravar las desalentadoras perspectivas. Entre los casos más sensibles podríamos destacar el expansionismo terrófago del presidente Vladimir Putin de Rusia, no obstante que en su reciente entrevista con el periodista Tucker Carlson (expresentador de Fox News) reiteró su discurso de la actuación defensiva, que no se corresponde con los hechos, en particular las invasiones en Georgia (2008), Crimea (2014), Ucrania (2022). Por eso sus vecinos consideran a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) una potencial defensa.

El Medio Oriente lleva décadas como epicentro de tensiones, entre otros, por los enfrentamientos entre chiitas (Irán) y sunitas (la mayoría de las monarquías árabes), la histórica lucha entre el pueblo judío y el pueblo palestino y, cuando se avanzaba en la construcción espacios de paz y negociación con los Acuerdos de Abraham (reconocimiento del Estado de Israel), las fuerzas desestabilizadoras han alterado la situación y la opción militar de nuevo se ha impuesto.

Gran parte de la inestabilidad que se proyecta desde el Medio Oriente tiene su epicentro en el gobierno islámico chiita de Irán y su apoyo a movimientos radicales tales como Hezbolá en el Líbano, los Hutíes en Yemen, las milicias chiitas en Irak y Siria y su contundente respaldo al movimiento Hamás de origen sunita, conformando lo que se ha definido como el “Eje de Resistencia”, orientado al enfrentamiento de Israel y los Estados Unidos.

También China constituye un epicentro de tensiones con sus pretensiones expansionistas en el Mar de la China Meridional, en la frontera con la India y, como punto más álgido, sus aspiraciones de ocupación a Taiwán. Vinculado a China, no podemos dejar de mencionar la amenaza que representa el plan nuclear de Corea del Norte y en especial la impredecible conducta de su dictador Kim Jong-un.

Por otra parte, África exhibe una larga lista de conflictos, algunos de ellos con varias décadas de existencia y todos con graves consecuencias para la población civil, exacerbando los problemas de pobreza que enfrenta el continente; al respecto cabe mencionar los casos del Congo, Chad, Burkina Faso, Etiopia, Mali, Mozambique, Níger, Nigeria, Somalia, Sudan.

Adicionalmente, la pobreza extrema en el África subsahariana y el enorme contingente de refugiados. Al respecto, la Organización Internacional de Migraciones (OIM) alerta que el continente africano alberga 7 de los 10 mayores campos de refugiados del mundo.

Frente a ese complejo y peligroso panorama, la capacidad de acción de las Naciones Unidas, en especial del Consejo de Seguridad –el órgano encargado de mantener la paz y la seguridad internacional– resulta prácticamente inoperante, básicamente por la existencia del veto en manos de los cinco miembros permanentes, que ha generado la parálisis de la organización.

Por otra parte, tampoco opera el marco de la estabilidad de la vieja Guerra Fría, donde cada potencia cuidaba de sus miembros satélites y las guerras delegadas, fundamentalmente en las áreas más pobres, se mantenían controladas. Finalmente, los acuerdos entre las potencias abrían caminos para la negociación.

Pudiéramos considerar que nos encontramos en una nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China; sin embargo, la situación es más compleja. Las diferencias entre ambos países son múltiples y crecientes, pero también existen amplias y profundas relaciones en diversas áreas, particularmente en el comercio de bienes y servicios y en el sector financiero; en consecuencia, no se presenta un conflicto existencial como ocurría en la vieja Guerra Fría.

Las actuales potencias se desafían en el plano geopolítico, situación que podría desembocar en un enfrentamiento inexorable, como lo plantea la llamada “Trampa de Tucídides”; pero no podemos menospreciar que también mantienen estrechas vinculaciones, en particular en el ámbito de la llamada “globalización blanda”, que abarca, entre otros, la ciencia, las artes, el deporte y, más recientemente el terreno ecológico.

La situación actual difiere de la estructura de la vieja Guerra Fría y, por otra parte, la capacidad de control actual de las potencias resulta limitada. Al respecto, en estos momentos el gobierno de Estados Unidos no logra detener la ofensiva militar que Israel, su principal aliado, está desarrollando frente al pueblo palestino que, con el rechazo de la Casa Blanca, se está extendiendo a la zona de Rafah, en el extremo meridional de la Franja de Gaza.

Tampoco pareciera que el gobierno comunista chino controla plenamente a sus aliados fundamentales, en especial al dictador norcoreano o al expansionismo de Putin, que desarrollan acciones que entran en contradicción con sus intereses y proyectos.

En el contexto de alta peligrosidad bélica que enfrentamos, si bien es cierto que las potencias no pueden resolver unilateralmente los problemas, una coordinación más efectiva podría marcar la diferencia en la construcción de gobernabilidad y convivencia internacional. En ese contexto, cabe resaltar la importancia de mantener y profundizar el esquema de diálogo que han iniciado los dos gobiernos desde el año 2022.

Durante el pasado año 2023 se efectuaron reuniones al más alto nivel entre ambos gobiernos, entre las que cabe mencionar la visita oficial a China que realizó el secretario de Estado, Anthony Blinken, en el mes de junio y el viaje del ministro de Relaciones Exteriores chino, Qin Gang, a Washington durante el mes de octubre. En el mes de julio la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, realizó una visita oficial de cuatro días a China, que incluyó un encuentro con el presidente Xi Jinping. En el mes de agosto correspondió la secretaria de Comercio, Gina Raimondo. En el mes de octubre una delegación de los Estados Unidos participó en el Foro Xiangshan de autoridades militares efectuado en Beijín.

En noviembre del pasado año los presidentes Joe Biden y Xi Jinping se reunieron en el marco de la cumbre de la APEC (Cooperación Económica Asia-Pacífico) efectuada en California y, en lo que va del presente año 2024, se registró la reunión del asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, el Sr. Jake Sullivan, con el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, en Bangkok el pasado 27 de enero.

Un diálogo fluido y la cooperación en temas fundamentales de la agenda internacional por parte de las dos potencias resulta conveniente y necesario, pero enfrenta múltiples obstáculos como el clima de animadversión que se promueve en las redes sociales como parte de la guerra hibrida, pero también la incertidumbre que genera un posible cambio de gobierno en los Estados Unidos.

El discurso que se posiciona es de rechazo y enfrentamiento, lo que limita las oportunidades para ambos países, pero también para el mundo, dada la interdependencia compleja que caracteriza las relaciones internacionales a escala mundial. Crear confianza y sostenerla en el tiempo constituye un gran desafío que exige de la participación de todos los sectores, a los fines de avanzar en la construcción de gobernabilidad y convivencia.

Fuente:

TalCual Digital.

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