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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Postales de una guerra

1. Crédito_ AP

La guerra es siempre una derrota para la humanidad

–San Juan Pablo II

Por Germán Briceño C.*

Parece una obviedad hasta que nos golpea en el estómago como un mazazo. Lo que acabamos de constatar en Ucrania es que la consecuencia más devastadora de la guerra es que acaba de un zarpazo con la paz. Un buen corresponsal de la CNN se encontraba transmitiendo en vivo desde la azotea de un edificio en Kiev. Conversaba con sus colegas en el estudio sobre los últimos acontecimientos de la escalada, cuando en el horizonte nocturno se escucha una explosión. El pánico se apodera en un instante del rostro de aquel buen hombre: es la cara de la guerra. Cuando logra recomponerse y colocarse el casco y el chaleco antibalas, explica que, a pesar de la tensión, el rasgo dominante de las noches kievitas había sido la calma y el silencio. Esas dos cosas, entre muchas otras, acaban de llegar a su fin para millones de personas en un instante, Dios sabe hasta cuándo…

Una de las primeras fotos que circula sobre la pérfida invasión de Ucrania por parte de Putin, es una imagen que hemos visto muchas veces, quizás demasiadas. Al lado de los restos humeantes de un tanque yace un soldado ucraniano muerto (¿o será ruso?), en una de esas extrañas y antinaturales posiciones que adoptan los cuerpos cuando el hilo de la vida se rompe violentamente. Es posible que hubiera despertado por la mañana confiando todavía en la posibilidad de volver a casa, en que los más sombríos presagios no se hicieran realidad.

Refugio
Crédito / AP

Cuarenta y cuatro millones de inocentes han visto sus vidas sacudidas desde la raíz por culpa de los delirios de un sátrapa desalmado. Se cree que minutos después del primer bombazo, un grupo de mujeres se puso de rodillas en medio de un parque desolado y elevó una oración al Cielo. No lejos de allí un grupo de niños rezan el Rosario. El aterrador sonido de las sirenas que anuncian un ataque aéreo se apodera de las noches mientras miles de personas se agolpan para compartir su insomnio en los túneles del metro, que como recordaba la refugiada ucraniana Margaryta Yakovenko fue construido en profundidad para resistir los presuntos bombardeos estadounidenses durante la Guerra Fría. Ahora son los bombardeos muy reales de sus constructores rusos los que estremecen sus cimientos.

Captura de transmisión en vivo
Crédito: Captura de transmisión en vivo (CNN)

Entre esos millares de inocentes que ahora comparten su desvelo en las catacumbas, una periodista entrevista a una mujer, Oksana, acompañada de su hijo de nueve años. Le pregunta si pudo imaginar que las cosas llegarían hasta aquí. Dice que no, que jamás se le pasó por la cabeza que esta insensatez pudiera ocurrir, que todavía no lo puede creer. Le pregunta luego al niño, Yaroslav, si tiene miedo. El pequeño Yaroslav, con esa invencible inocencia de los niños, dice que más o menos, a lo que la periodista le responde que es muy valiente. Su madre interviene para confesar que los padres tienen que hacer un esfuerzo por parecer valientes, para que sus hijos no se den cuenta de que en realidad tienen miedo. Y yo, a miles de kilómetros de distancia, que no me siento tan valiente, no puedo resistir las ganas de querer abrazarlos a ambos para ver si logro vencer yo también el miedo.

Despedida
Crédito AP

La cabeza me da vueltas con las imágenes de cientos de padres despidiendo a mujeres e hijos, mientras ellos se quedan a defender su patria. ¿Cuántos no volverán a verse jamás? Edificios de viviendas destruidos por las bombas, heridos que contemplan lo que fue su casa con el rostro ensangrentado y la mirada perdida, gente deambulando por las calles con una maleta a rastras en la que llevan lo poco que pudieron salvar, autopistas colapsadas por la huida masiva, plazas sin un alma. Las enfermeras del servicio de atención neonatal improvisando una sala de cuidados intensivos en el sótano de un hospital de Kiev: una decena de recién nacidos luchando por sus vidas contra la enfermedad sin saber que un demente herodiano intenta acabar con ellos.

Presidente de Ucrania
Crédito: AFP

La guerra suele ser siempre un absurdo construido sobre una mentira. En este caso, esa premisa alcanza proporciones escandalosas. Putin, uno de los tiranos más despiadados e inmisericordes del planeta, decide invadir Ucrania para “desnazificarla”. La cuestión es tan grotesca que Volodymyr Zelenskyy, el valiente y resoluto presidente ucraniano, que no les teme a los rusos ni a la muerte –y que se declara abandonado por el mundo en un estremecedor mensaje–, es el único judío jefe de Estado en el mundo fuera de Israel.

Ucrania
Crédito: AP

Como las llamas de una hoguera en medio de la noche, todos nos hemos quedado impresionados con las muestras de coraje y humanidad que afloran por todas partes, aun en la oscuridad de la guerra. Me refiero al coraje auténtico, que nunca ha sido para hacer la guerra sino para enfrentarla y oponerle resistencia. Ucranianos dispuestos a luchar por su patria. Líderes que no abandonan a su pueblo. Rusos de a pie también dispuestos a arriesgarse para manifestar su repudio a un conflicto demencial. No sabemos cómo acabará todo esto, tampoco sabemos si los ucranianos ganarán la guerra, pero lo que sí sabemos es que nos han dado ya una lección de coraje y sacrificio a todos nosotros. Sabemos que aun perdiendo ya han vencido al mal.

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