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Poscovid y el devenir de lo desconocido

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Lo que el año pasado constituía una novedad, con la improvisación del caso, en el curso de nuestros días ya tiene protocolos y maneras de proceder. Pensar en la sociedad “poscovid” no solo anuncia que transitamos transformaciones importantes y se abren ante nosotros caminos distintos, también nos confronta y nos pide reflexión ante nuestra insistencia por un regreso a la “normalidad” que, sin poder evitarlo, ha desaparecido

Lorena Rojas Parma*

El prefijo “pos” ha venido por nosotros con mucho énfasis en los últimos tiempos, y se ha apoderado de buena parte de nuestras vidas. Hoy hablamos, en efecto, de poshumanismo, pospresente, pospostmodernidad, entre otros términos importantes que también se acompañan de este revelador después de. Trae consigo, además, un tono inquietante porque nos sugiere que las cosas ya no son las mismas, que algo significativo ha cambiado. En medio de esa inquietud que nos asoma, de ese aire de inestabilidad, no se habla stricto sensu, de futuro, o de alguna consumación de futuro, sino de una suerte de coexistencia con eso que aún se nombra y aún ocurre. Por tanto, tampoco se nos propone una “superación” de lo sucedido, como si el pasado ya fuese un “otro” abandonado de nuestra vida. En realidad, nos topamos con una transformación del estado de cosas que solía constituir un cierto modo de vivir. El “pos”, lejos de demarcar etapas vencidas o de suponer la llegada del futuro, alude a procesos complejos en los que –sin darnos cuenta, sin que podamos detenerlos– nos transformamos, devenimos, nos hacemos distintos. Donde los tiempos confluyen, no son fácilmente distinguibles ni permiten trazos definitivos entre lo que ha sido o lo que será. Se trata, por tanto, de un replanteamiento, de un volver a decirse de la vida, cuyas fuerzas, bien sabemos, superan las nuestras.

En esta atmósfera de transformaciones, en la que se están removiendo cimientos profundos de la cultura, hemos sido lastimados por un virus de propagación veloz y de cambios constantes, que nos ha recordado, una vez más, nuestra condición frágil y vulnerable. Como ha ocurrido durante las pestes de otros tiempos, hemos tenido que protegernos de esas fuerzas invisibles de la naturaleza –cualquiera sea su origen–, y resguardarnos pacientemente, en la medida de lo posible, para cuidar la vida. Así vivimos prácticamente todo el año 2020. Pero como el devenir es inherente a la sensibilidad de la existencia, la realidad que se modificó con la aparición del virus tenía que seguir su curso, continuar sus desvíos, de manera que ha venido por nosotros, también, una “sociedad poscovid”.

Pensar el presente nunca es fácil; la tendencia secreta a no detenernos reflexivamente aquí y ahora, siempre está al acecho. Con todo, pensarnos poscovid no significa anunciarnos de futuro o hacer vaticinios, es pensarnos desde el acontecer que transcurrimos, es decir, en tránsitos de transformación. Pensando lo que nos ocurre, atentos a los cambios que ya estamos experimentando.

Las proximidades que plantea el “pos” son especialmente complejas: lo que viene después de aún se teje de lo que no se ha ido, por ello no se hace futuro ni abandona el presente cambiante donde ocurre la transformación para hacerse pasado. De allí que tengamos que referirnos a nuestra situación, dispersa y difícil, donde la vida transcurre en medio de un entramado de cuarentenas, trabajo a distancia, personas vacunadas y sin vacunar, relaciones virtuales, presenciales, mascarillas, reencuentros, descreídos y temor.

Anna Avilova

Lo que el año pasado constituía una novedad, con la improvisación del caso, en el curso de nuestros días ya tiene protocolos y maneras de proceder. Ya hemos sido afectados en nuestra manera de vivir, como ha ocurrido y seguirá ocurriendo con muchas otras cosas. Lo inédito del virus de nuestra época ha sido, sin duda, la escala mundial y simultánea de los contagios. De los cambios muy apresurados que ha traído consigo para todos. Es en este sentido que el “pos” no hace augurios, si bien nos anuncia que transitamos transformaciones importantes y se abren ante nosotros caminos distintos. Por tanto, denota más una condición que alguna certeza sobre esos caminos que tendremos que recorrer. En cierta forma, no es lo que ha de llegar; es lo que está sucediendo. Tal vez nuestro temor o nuestro poco cultivo de la paciencia, hayan apresurado juicios como los que leímos al inicio de la pandemia que, como suele ocurrir con lo apresurado, no han sido del todo acertados. Acaso se nos ha olvidado la perspectiva, la distancia que caracteriza juicios más serenos sobre las cosas. Y es que hemos hablado más sobre lo que ocurrirá una vez superada la pandemia, que desde la situación que vivimos en su compleja transformación.

El año pasado nos sorprendió de calles vacías, de desorientación, de un tono de extravío que atravesaba todas las ciudades del mundo. Y a pesar de lo dicho y predicho, por entonces, no sabíamos qué podía ocurrir. A mediados de este año, sin embargo, y según el lugar donde estemos, hemos visto cómo la vida ha ido encontrando su acomodo –lo que no le es extraño, por supuesto–, su manera de filtrase de formas diversas, costosas, creativas, dolorosas. Al ritmo vertiginoso de la Ciencia, cuando ha podido ofrecernos vacunas contra el virus –leímos predicciones de hasta diez años para conseguirlo–, algunos países han logrado relajar un poco los cuidados y la precaución. Pues el tránsito de las cosas, el devenir indetenible e imprevisible de lo desconocido, va revelando los caminos.

Finalmente, la sociedad poscovid nos confronta y nos pide reflexión ante nuestra insistencia por un regreso a la “normalidad”. Es decir, a la vida que llevábamos antes del virus. Nos confronta, pues el anhelo nostálgico por repetir lo sucedido, por regresar a lo que suponemos que no ha cambiado, ignora las transformaciones naturales de la vida y, en este caso, las profundas transformaciones que estamos atravesando. Acaso nos volvamos aún más “presenciales” que nunca, aún más solidarios del abrazo frecuente, cuando se haya erradicado definitivamente el virus y sus nuevas versiones; acaso sigamos el cultivo de la expansión digital, y redimensionemos nuestros espacios físicos. O quizá las transformaciones colmen nuestro mundo interior. No podemos omitir lo vivido, lo que nos ha costado este resguardo, lo que nos ha transformado. Eso se hace alma, cambio, fuerza, quizá detonante de algo de nosotros mismos que no conocíamos. Ya nos hemos hecho distintos, entrelazados de matices de lo nuevo y lo que hemos sido.

El virus ha sido un doloroso acelerador de cambios, sin duda. Y la tecnología nos ha permitido vivir la pena de las muertes transoceánicas con una cercanía inédita, recordándonos que no son distintas de las que nos han ido cercando nuestro propio grupo familiar y de amigos. En todo caso, a los que aún estamos nos toca vivir el despliegue de lo sucedido que sigue sucediendo; ser parte de ese devenir que ha acentuado su marcha en estos tiempos sombríos de peste. Preguntándonos, sin embargo, con Marco Aurelio, “¿qué se puede producir sin cambios?” Los cambios de la sociedad poscovid no deben atemorizarnos ni hacernos fatalistas. Como lo sabemos desde la antigüedad, todo dependerá de los cambios que estén ocurriendo en nosotros mismos.

*Filósofo. Profesora universitaria (UCAB) | [email protected]

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