Javier Contreras
Desde hace un tiempo algunos sectores de la vida pública nacional han deslizado la idea, soterrada o abiertamente, de la pertinencia de hacer confluir voluntades en torno a una figura que no pertenezca al ámbito político, alguien menos contaminado y más exitoso en su desenvolvimiento profesional. Una figura con estas características sería, para los defensores de la iniciativa, una jugada apropiada ante la realidad política y social que enfrenta hoy Venezuela.
Un planteamiento como el descrito se choca contra muchos señalamientos, buena parte de ellos válidos y sólidos. En este breve artículo tomaré dos de los señalamientos, los que desde mi punto de vista no pueden pasar desapercibidos, ya que representarían un costoso error, no exclusivamente pensando en el futuro, representaría un error aquí y ahora.
En primer lugar, encomendarse de forma casi desesperada a un nuevo actor, no es otra cosa que la reactualización del pernicioso mesianismo político y los efectos que dicha visión trae. Mientras se suman frustraciones electorales, parte de la oposición alimenta las expectativas de la gente de cara a depositar su confianza en alguien que, definitivamente, pueda poner en su sitio al gobierno. Para esa misión, con ribetes históricos que algunos están añadiendo al relato, contará este personaje, con su dilatada experiencia y currículo triunfador en la arena empresarial.
Pensar una sociedad adulta, en la que los partidos políticos, las organizaciones de base, los movimientos vecinales y los sujetos sean cada vez más fuertes, conscientes de sus deberes y conocedores de sus derechos, no se logrará por la irrupción de un nombre distinto; se logrará con la interacción orgánica de cada sector, reconociendo la importancia de la especificidad de labores y la necesidad de retroalimentación. Para esto hay que proyectar y construir, no sólo reaccionar.
En segundo lugar, invocar a alguien de afuera parece la actitud de Poncio Pilato, una suerte de lavada de manos de ciertos dirigentes que, ante la rudeza de la situación y sus propios límites, no encuentran otra forma de salvaguardarse que entregando su rol a este personaje que habrá no sólo de sustituirlos, habrá de superarlos. No queda muy claro que se den cuenta de la magnitud del asunto.
Ante las evidentes fracturas entre los representantes opositores, la figura del outsaider podría resultar, también, pacificadora. De concretarse la idea, les ahorraría la tarea de consensuar, negociar y determinar los mecanismos más adecuados para la escogencia de un candidato único de cara a las elecciones presidenciales del año 2018. Hay que destacar que con todo y posible outsaider, hay sectores dentro de la oposición que no están decididos a renunciar a su legítimo derecho de ser candidato.
Reconociendo que es un tema que va a ganar espacio en la opinión pública, no existe pretensión de desprestigiar ninguna iniciativa que pueda convertirse en opción para superar la crisis multifactorial que ha permeado la cotidianidad. El objetivo de estas líneas es llamar la atención sobre la nociva cultura del salvador que llegará de otra esfera distinta a la política. ¿No suena parecido al fenómeno de Hugo Chávez? ¿No tiene alguna semejanza con el fenómeno Donald Trump?
Militares golpistas, empresarios devenidos en políticos, personalidades de medios de comunicación, entre otros, han representado el gremio de los outsaiders en distintos países del mundo, indistintamente de inclinación ideológica o preferencia partidista. Los resultados, sin querer hacer comparaciones infundadas o ligeras, y dando siempre margen a la excepción, han sido opuestos a los esperados, con lo que se ha contribuido a profundizar el triste círculo de la antipolitica.