Ninfa Watt
Se cuenta que, tras visitar los barracones en los que la madre Teresa recogía a los moribundos para que viviesen sus últimos momentos con dignidad y sintiéndose queridos, alguien le aseguró: “Esto que usted hace, yo no sería capaz de hacerlo ni por todo el oro del mundo”. Ella respondió: “Por todo el oro del mundo, yo tampoco”.
Hoy Teresa de Calcuta vuelve a ser noticia. Casi veinte años después de su muerte, y con una obra viva en cinco continentes, ha sido canonizada por la Iglesia católica con el papa Francisco a la cabeza. No es santa porque lo diga la Iglesia; más bien a la inversa: porque vivió y murió como santa, la Iglesia la ha reconocido como tal oficialmente el pasado 4 de septiembre. En el corazón de muchos ya lo era sin necesidad de trámites.
Jamás hubiese acaparado portadas de revista o espacios televisivos por su belleza, por sus medidas, por títulos nobiliarios o por las listas de Forbes. Lo suyo iba por otro lado. Sin embargo, si se hace una lista de las personas más influyentes en el siglo XX, de los iconos más representativos en distintas facetas, sin duda ocuparía uno de los puestos destacados y mundialmente reconocidos. ¿Sus señas de identidad?: amor incondicional, bondad, misericordia, ayuda a los desfavorecidos, ternura, fuerza en la debilidad, empatía entrañable, resistencia tenaz en la búsqueda del bien, compasión…
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