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Por qué el chavismo obligó a Venezuela a votar contra el chavismo

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Luis Carlos Díaz

La victoria de la oposición venezolana en las elecciones tiene muchos matices. No sólo ganó, sino que lo hizo por muchísima diferencia, en una elección con un nivel de participación del 75%, algo inédito en un país donde el voto no es obligatorio. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo 7.707.422 votos y el partido único chavista, el PSUV, 5.599.025. Curiosamente, Maduro perdió unos dos millones de votos chavistas, que se quedaron en casa, pues la MUD apenas conquistó 343.434 electores más respecto al 2010.

Este vigor en el voto es clave. No porque la democracia en Venezuela marche bien, como proclaman los propagandistas del chavismo. La gente ha votado masivamente (o se han quedado en casa) porque han perdido otros espacios de participación ciudadana. Así que, faltos de espacio público y de posibilidad de protesta, debido a la censura y la represión, los venezolanos optaron por la estrategia de menor riesgo para su integridad: el voto (o el salón de su casa).

La gente dejó el miedo a un lado y se atrevió a llevar la contraria a la cultura del secreto militar y a la omertà que han copado todos los espacios de la vida pública del país.

Una vida, además, cada vez más difícil y precaria. Años de hacer cola por alimentos, medicinas, repuestos y casi cualquier cosa generan la domesticación de una sociedad y sus aspiraciones, sobre todo cuando los salarios de los profesionales se derrumban y el mercado negro rige buena parte de la vida económica del país. En estas condiciones, la población se subyuga o se rebela.

Las posibilidades de protestar en Venezuela, sin embargo, no eran grandes. Se redujeron aún más después de que en el 2014 funcionarios de seguridad del Estado asesinaran en la calle a Bassil Da Costa, de 24 años, y se desataran meses de manifestaciones, detenciones arbitrarias, decenas de casos de torturas y más de tres mil procesados.

La gente votó en contra (o se quedó en casa) porque ha perdido otros espacios de participación ciudadana

El miedo y la indignación se amasaron durante meses. A pesar de que el presidente Nicolás Maduro había amenazado con ganar “como sea” y salir a las calles en acción militar armada si perdía, los venezolanos optaron por votarle en contra.

Por eso la oposición no sólo ganó unas elecciones. Al ganar de manera abrumadora, además, ha logrado que Maduro rebaje la virulencia de sus amenazas. Al menos mientras la prensa internacional, los invitados extranjeros y los ojos del mundo están fijos en el país.

Para obtenerla, la MUD necesitó, sin duda, votos del chavismo descontento con Maduro y que se movilizaron para dejar constancia de su rechazo. Esta votación ha roto la polarización –que domina la política venezolana desde el 1998– desde las mismas bases: la gente votó por rechazo al modelo político y económico actual y porque entendió que cambiar de signo el poder legislativo era un freno a la desmesura de Maduro.

La Asamblea Nacional consta de 167 diputados electos en una misma votación con tres métodos distintos: votos nominales (113 diputados), votos por listas cerradas (51 diputados) y diputados que representan regiones indígenas (3 diputados).

La Mesa de la Unidad Democrática obtuvo 112 diputados (81 nominales, 28 por listas y los 3 representantes indígenas), mientras que el Gran Polo Patriótico logró 55 diputados (32 nominales y 23 por listas). Ni una encuesta previó esa victoria en sus escenarios: la unidad opositora logró las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. Eso significa, por ejemplo, que los ocho millones de patrulleros inscritos en el PSUV eran una mentira gubernamental, votaron en contra del oficialismo o se quedaron en casa.

VENEZUELA 3 MaduroPresidente en riesgo. Maduro aceptó la derrota / Efe

Con ese resultado, la MUD puede no solamente proponer, revisar y modificar leyes orgánicas, destituir magistrados del Tribunal Supremo, al Defensor del Pueblo y nombrar al próximo Consejo Nacional Electoral, sino que además puede conformar y modificar las comisiones de trabajo de la Asamblea, toda vez que hay áreas, como seguridad ciudadana y economía, que fueron completamente vetadas a la oposición durante los años de control parlamentario del chavismo.

En un país que lleva tres años seguidos con la inflación más alta del mundo o la segunda tasa de homicidios más alta del planeta, eso es un absurdo.

Actualmente, todos los poderes públicos responden al chavismo de forma militante. Los jueces y magistrados no han tomado en más de una década una sola decisión que afecte al poder ejecutivo. Por el contrario, han avalado sus excesos para que tengan sello oficial de “hecho dentro del marco de la ley”.

Los ciudadanos tampoco disponen de una Fiscalía General, una Contraloría o una Defensoría del Pueblo independientes, que defiendan sus derechos.

Venezuela tiene más de un año sin conocer las cifras oficiales de inflación o recesión económicas que debería publicar el Banco Central, mucho menos los boletines epidemiológicos desde que en el 2014 se revelara que el país había retrocedido más de 60 años en su lucha contra la malaria y además tenía el mayor brote de dengue de su historia o un aumento en la mortalidad materna e infantil.

Con la ‘supermayoría’ obtenida, la oposición puede proponer, revisar y modificar casi todo

A eso se le suma, entre otras arbitrariedades, la aprobación de leyes como la de control de precios o la de trabajadores que, lejos de presentarse al debate popular o a la Asamblea, fueron redactadas por los equipos de trabajo de Nicolás Maduro y avaladas como “leyes orgánicas” por el Tribunal Supremo.

La causa de esta situación hay que buscarla en la propia Asamblea, mayoritariamente chavista, que está por concluir sus funciones. En su día decidió delegar en el presidente una figura “habilitante”, que le permite legislar por decreto y sin consulta popular. Es algo bastante alejado de la revolución vendida al mundo por el aparato de propaganda gubernamental.

¿Cómo es posible que la oposición, con el 56% de los votos, obtuviera el 67% de los diputados? Pues justamente porque el sistema que trucó el chavismo en años anteriores le permitía sobrerrepresentarse como mayoría en la Asamblea. Tenía más escaños con menos votos. Al dejar de ser mayoría, ese mismo sistema le ha jugado en contra.

Al dejar de ser mayoría, el mismo sistema trucado por el chavismo le ha jugado en contra

El chavismo no sólo perdió la mayoría de los estados del país, sino que también sufrió reveses importantes en sus bastiones históricos. El más doloroso, además del estado natal de Chávez (Barinas), fue salir derrotado en todos los circuitos de Caracas. Todos. Incluso la Parroquia 23 de enero, donde una parte de la población vive controlada por grupos armados progubernamentales. No bastaron los regalos hechos con dinero público durante la campaña: tabletas, comida, viviendas y taxis. El pueblo –porque no hay 7,7 millones de “burgueses de ultraderecha” en Venezuela, como repite la neolengua chavista– les votó en contra.

Exactamente lo mismo ocurrió con el sistema electoral. Es, en efecto, uno de los más avanzados del mundo y se procuró que fuese así porque las elecciones eran la fuente de legitimidad de los excesos de Hugo Chávez. Cualquier cosa que hiciera estaba sustentada en que el pueblo había votado por él en elecciones libres, directas y secretas.

Sin embargo ese sistema se robusteció tanto, debido a las críticas y la desconfianza de la oposición, que en la elección anterior hubo funcionarios del chavismo que acompañaron a muchas personas a votar para vigilar la opción que elegían, porque ya era el único método desesperado que quedaba de violar el secreto del voto, y esta vez, ante la prohibición de ese voto asistido por militantes, intentaron obligar a los empleados públicos a fotografiar la papeleta de votación e inscribirse en listas del PSUV, el partido chavista. No funcionó.

La próxima Asamblea tiene muchas tareas pendientes, aun cuando Maduro ya inició su campaña para defender sus leyes inconsultas que han acelerado el desabastecimiento. La más importante es seguir el mandato popular: no tener miedo y llevar la contraria. El conflicto tomará nuevos cauces.

Luis Carlos Díaz es periodista político de la radio Circuito Éxitos de Caracas y ciberactivista.

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