Del 17 al 22 de agosto de 2018 se realizó el XV Encuentro de la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena de la Compañía de Jesús de América Latina titulado: Por la madre tierra-por la comunidad. Diálogo inter-religioso y Buen Vivir frente al “desarrollo”. El lugar de reunión fue en el Centro de Educación Integral Indígena Popol Ja, ubicado en Santa María de Chiquimula, a cuatro horas de la ciudad de Guatemala. Indígenas, afroindígenas, jesuitas, y laicos de 13 países, desde México hasta Chile, conversaron sobre cómo se manifiesta el Buen Vivir en las realidades indígenas, haciendo énfasis en las mujeres, jóvenes y migrantes. El siguiente artículo está lleno de reflexiones, cuestionamientos, propuestas, anotaciones. Es un ejercicio para contarnos, desde la diversidad y la interculturalidad, para caminar juntos hacia la vida plena
Minerva Vitti Rodríguez*
El Buen Vivir- Vivir Bien viene de las palabras indígenas Sumak Kawsay (en quechua) – Suma Qamaña (en aymara), que significan vida en plenitud, en armonía y equilibrio con la naturaleza y en comunidad, por lo que también se le llama el Buen Convivir. El pensamiento ancestral del Buen Vivir, es un viejo-nuevo paradigma, que propone una vida en equilibrio, con relaciones armoniosas entre las personas, la comunidad, la sociedad y la madre tierra a la que pertenecemos[1].
En tiempos de múltiples crisis globales, el Buen Vivir viene del pensamiento de los pueblos andinos y amazónicos, como propuesta alternativa al sistema actual basado en la explotación de la naturaleza y de los seres humanos[2]. En este sentido el Buen Vivir desnuda la crisis del sistema actual y se constituye en una crítica a la deshumanización, a la destrucción ambiental, y a lo que afecta nuestro ser. ¿Cómo nos vamos degradando como personas?
Existen dos dimensiones que caracterizan el Buen Vivir de estos pueblos originarios[3] . La primera dimensión es la comunitariedad, ya que en estas culturas indígenas existe una matriz cultural fundamental de la práctica comunitaria en donde el “nosotros” es más importante que el “yo” y desde la cual se vive la reciprocidad, corresponsabilidad, el compartir y el trabajo en equipo. Es vivir en comunión recíproca sabiendo que todos y todo es fundamental para la vida digna. Esto se manifiesta cuando se pide permiso a la Madre Tierra y a sus elementos vivos para poder acceder a ella. Otro modo es al compartir los alimentos, esto se da en la mesa familiar hasta en las celebraciones comunitarias donde nada sobra, todo se distribuye, a nadie le falta.
La segunda dimensión es la cosmocéntrica, que es la certeza de que el ser humano no es un ser que pueda subsistir separado de la naturaleza, tampoco como dueño de la misma. En este sentido la vida del ser humano está unida a los espacios y tiempos de la naturaleza que es fundamentalmente cíclica.
Para experimentar el Buen Vivir necesariamente hay que salir de lo antropocéntrico e ir a lo cosmocéntrico. “El ser humano, en vez de responder a la llamada de Dios a administrar responsablemente la creación dada, se ve a sí mismo como dueño y señor de la naturaleza y la domina tiránicamente”, reflexiona el Papa Francisco en la Laudato Si, y se hace cargo de la crítica al cristianismo de ser el fundamento de la crisis medioambiental.
Buen Vivir no es lo mismo que Vivir Mejor, que significa vivir a costa del otro, enemigo-persona que te sirve para conseguir tu objetivo. Por ejemplo, por el Vivir Mejor se saquean los bienes naturales.
A lo largo de América Latina, y más allá de nuestras fronteras, existe una crisis civilizatoria. La raíz se encuentra en que las tres relaciones vitales se han roto, no solo externamente, sino también dentro de nosotros mismos: la relación con Dios y las fuerzas espirituales (de acuerdo a cada religión), la relación con los demás, y la relación con la naturaleza (o la creación). De este modo, dice el papa Francisco: “El ser humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo su propia realidad”.
Esta ruptura se hace evidente en el modelo extractivista, que responde a una lógica global donde los países buscan obtener ingresos monetarios a corto plazo, a cambio de la destrucción socio-ambiental irreversible de una significativa proporción del territorio nacional y el etnocidio de los pueblos indígenas, comunidades campesinas, y demás habitantes de estos lugares.
Si el modelo de desarrollo actual destruye y expulsa de las comunidades; el Buen Vivir es un modelo que recoge y te devuelve al origen, a la raíz.
Pero para lograr el Buen Vivir necesariamente hay que morir. Renunciar a la situación de pecado en la que nos encontramos. ¿Podemos hablar del Buen Vivir en nuestros territorios? ¿A qué tenemos que renunciar para vivir el Buen Vivir? ¿Qué tiene que morir en nosotros para alcanzarlo? ¿Cómo nos organizamos como comunidad para denunciar aquello que nos mata y anunciar un paradigma alternativo al desarrollo, que muchas veces ya practicamos a escala local?
Sin duda, el Buen Vivir nos desafía a organizarnos y no dividirnos. Pero lo primero que hay que mirar es cómo viven nuestras mujeres, jóvenes y migrantes indígenas. Como dice, Carlos Bresciani, un jesuita que vive entre los indígenas mapuches, “siempre es bueno sacar las lágrimas del corazón, pero también la esperanza que hace que caminemos hacia el sol”.
Vamos a leer las lágrimas y al mismo tiempo limpiaremos nuestros ojos para aclarar la mirada, porque la resistencia se hace alegremente.
La mujer indígena: el Buen Vivir sacrificado
El sonido del agua cayendo en una vasija invade el salón. Eco. Voces. “Volveré y seré millones”. Termina de caer el agua. “Volveré y seré millones” . Es Berta Cáceres que viene, fuerte, como un rumor de piedras. Sangre fresca. Sangre derramada. La manta indígena es el camino tejido hacia el río, hacia la vasija, hacia el origen.
Las mujeres indígenas cuentan que ellas viven el Buen Vivir teniendo un conocimiento de sí mismas, profundizando en sus raíces, para poder salir y darse a los demás. Que resisten desde sus manos: sembrando, preparando sus alimentos, tejiendo. Que resisten desde la danza, para estar bien con Dios, con su comunidad, y con ellas mismas. En las ciudades y en sus comunidades hablan su idioma y visten sus trajes.
Los mapuches relatan que las mujeres para defender el agua se lanzaban hacia ella y morían ahogadas. No en vano, en la mayoría de los países, la mujer indígena es quien está al frente de la defensa del territorio, porque es la más golpeada por el extractivismo. Su vida está íntimamente ligada a la economía del cuidado: el alimento, sus vestidos, su casa. Están en la naturaleza. No hay otro lugar a dónde ir. Por eso cuando llegan estos megaproyectos están dispuestas a morir por sus territorios y en esas luchas son asesinadas, violadas, despojadas y traficadas sexualmente.
“Tengo fe, conozco a mi pueblo y mis raíces. Pero en las comunidades indígenas no existe un Buen Vivir. Ellos quieren Vivir Mejor. Pierden sus recursos. ¿Cómo podemos cambiarlo? Dios no nos mandó a ser miserables, él nos mandó a vivir una vida digna. ¿Cómo hacemos para mantener nuestro Buen Vivir y nuestras raíces?”, interpela Katy, perteneciente al pueblo indígena Misquito, ubicado en Honduras y Nicaragua.
Durante este proceso muchas veces la mujer sacrifica su Buen Vivir por el Buen Vivir del resto. Están sometidas a relaciones de machismo dentro de sus comunidades, donde es muy difícil que asuman roles de toma de decisiones, cuando la mujer podría aportar mucho porque se manejan dentro de otros modos de relación basados en el cuidado, la igualdad, y la solidaridad.
“Los hombres necesitamos vaciarnos porque venimos con muchos prejuicios. Dignificar a la más próxima, nuestra pareja. ¿Cuándo será que veamos a la mujer con rostro de madre y hermana?”, comparte Julián Mamani Mamani, del pueblo Aymara, de Bolivia, como una de las reflexiones que surgió en su grupo al trabajar sobre el Buen Vivir en las mujeres indígenas.
Otra de las presiones que sufre la mujer indígena viene de las religiones y sectas. Lucía, maya kiché, pueblo indígena de Guatemala, cuenta que en su comunidad no se permite que se hagan manifestaciones religiosas mayas, las obligan a usar trajes blancos, y los sacerdotes no predican en su idioma.
Inés, otra compañera maya, comparte que ella nació en la temporada en que se satanizó su cultura, esto trajo como consecuencia que muchas personas se sintieran divididos entre ir a la Iglesia y vivir su espiritualidad maya. “Yo decidí desafiar y ser maya cristiana, estudié teología cristiana y allí entendí la espiritualidad maya. Yo decidí no casarme, y los mayas me exigen estar casada para ser parte del colectivo. ¿Puedo ser parte? Si, en los libros dice que si hay espacio para hombres y mujeres mayas que deciden estar solos y servir al pueblo”.
Monserrat, garífuna, un grupo étnico descendiente de africanos y aborígenes caribes y arahuacos, ubicado en Honduras, Belice, Guatemala, Nicaragua, y Estados Unidos, dijo con gran convicción: “Si Dios me hizo garífuna, yo tengo que aceptarme garífuna. La fe es lo que tenemos dentro. Ya yo traigo mi propia religión. Pero en algunas parroquias se prohíben los tambores dentro de la Iglesia y no se aprenden una oración en nuestro idioma. Entonces, uno de mis objetivos en la evangelización inculturada es cantar en garífuna”.
María, también garífuna, mostró admiración por los sacerdotes que hablan el idioma y se han inculturado en estos pueblos. “Ellos vinieron a prestar un servicio a una comunidad que ya estaba formada. No pueden venir a cambiarla. Mi cultura, mi lengua, soy yo”. Y en este sentido Katy, indígena misquito, compartió que en muchos casos la religión no les quitaba la identidad cultural sino que los mismos pueblos, por presiones, renunciaban a esta.
Inés destacó que la inculturación no es traducir las lecturas en el idioma, es el respeto a la cultura: “El Buen Vivir es el respeto a cómo crees y cómo vives. Quiero afectarte y afectarme de ti para crecer, no para destruirnos”.
Los jóvenes indígenas: mantenerse en la cultura y defender la madre tierra
El retorno hacia nosotros mismos
Son las siete de la mañana y en Santa María de Chiquimula el sol no termina de salir. Todos se reúnen en un terreno frente a una montaña para dar inicio a la ceremonia mapuche. En el centro hay una planta nativa. Jackeline lleva el trarilonko, un cintillo para la frente, y la trapelakucha, un adorno que se coloca en el pecho. El primero está hecho de monedas y el segundo de placas metálicas. Francisco, tiene un makuñ (manta) y en la cabeza un trarilonco tejido. Eduardo viste igual que su tío Francisco, pero también tiene puesta una chiripá (pantalones) y en sus manos carga el kultrun, un instrumento musical que usan los mapuches.
Todos miran al sol, lo saludan, y comienza la danza en círculo, alrededor de la planta sagrada. El sonido del kultrun penetra hasta las entrañas. Ahora cada persona toma una hoja de la planta nativa, coloca un poco de harina, y a medida que hace una oración personal van devolviendo el polvo blanco a la tierra, en cada grano ofrendan pensamientos y espíritu.
Para Eduardo Urqueta Huenuman, alto, piel clara, bigotes, ha sido un largo camino llegar hasta ese kultrún. Un camino lleno de retos para reidentificarse con su cultura y volver al lugar de dónde es, porque actualmente los jóvenes indígenas viven una tensión fuerte entre lo que son y lo que les está ofreciendo la cultura occidental; y en este proceso muchos se aculturan.
Este joven mapuche nació en Santiago de Chile, pero a los ocho años se fue con su madre a Tirúa para cuidar a sus abuelos que estaban solos y enfermos. Vivió en Contulmo, Concepción, Temuco, para estudiar y trabajar.
Precisamente en Temuco, capital de la Araucanía, que es la región con la mayor cantidad de habitantes mapuches en el país, fue donde vió la mayor discriminación de parte de los chilenos hacia los mapuches, especialmente hacia personas que hablan el mapudungun y usan sus vestimentas tradicionales dentro de la ciudad. “Ese fue uno de los principales motivos que me empezó a hacer ruido, de ver estas situaciones y yo no tener ninguna intervención. Ya estaba cansado de estar dentro de un sistema económico donde tienes que trabajar nueve horas al día, con dos días libres a la semana, sin tener tiempo para aprovechar los recursos que tu tienes, estando endeudado toda la vida, un modelo que particularmente no me agrada”, dice Eduardo. Así que tomó la decisión de volver a trabajar a Tirúa, donde su madre había emprendido un negocio en el área turística con una empresa pequeña, y necesitaba a alguien que la apoyara en el área de recursos humanos. De eso ya hace dos años y medio.
Toda la discriminación que vio lo hizo pensar en sus raíces: “¿Cuál es el lugar que tengo, cuál es la historia territorial de donde yo vengo?”. Eduardo comenta que en su pueblo la mayoría de los jóvenes mapuches tienen un interés muy bajo por la cultura propia o se encuentran fuera de la comunidad, en los lugares donde él alguna vez estuvo trabajando.
En Tirúa comenzó a liderar a un grupo de jóvenes: “Nosotros comenzamos a buscar nuestra identidad como mapuche lafkenche, que es el que vive cerca del mar, y comenzamos a trabajar, a buscar personas que tuvieran conocimiento cultural y que estuvieran dispuestos a enseñarnos. Porque hoy en día encontramos personas que tienen el conocimiento pero no tienen esa capacidad para poder compartirlo y muchas veces te cobran para poder compartirlo. Fue una búsqueda difícil pero hoy en día ya tenemos un par de personas que nos están ayudando en eso. Y que necesitaban que también se les reconociera como kimche, que son los sabios de nuestra cultura, y que hoy en día no se les reconoce porque el interés está bastante bajo y lejano de nuestro pensar diario de la mayoría de los jóvenes de Tirúa”.
Estos jóvenes mapuches, dentro de su búsqueda identitaria, se fueron enterando de los conflictos que había entre el Estado y su pueblo. Se percataron de las amenazas culturales y de los conflictos socio-ambientales con la industria forestal: “Nosotros como jóvenes tenemos la esperanza que vamos a recuperar zonas con bosques nativos. Es un trabajo difícil pero hay que incentivar a la mayor cantidad de personas para que esto pueda resurgir. Imposible es volver a tener todo el bosque nativo que existía pero de a poco yo creo que vamos a tratar de ir reforestando y un trabajo que se está haciendo en las zonas de Tirúa”.
Otro de los grandes retos que tienen es poder recuperar su idioma. Hablar y poder comunicarse con los mayores, porque sin el idioma pierden su espiritualidad y cosmovisión. “Ahora lo más complicado es poder sincronizarnos con todos los jóvenes porque muchas veces es más fácil sumergirse en el mundo del chileno promedio y estar inserto en esto que oponerse a empresas, luchar en contra del Estado, recuperar algo que muchas veces se nos dice que no tiene valor. Tiene que ser una lucha constante de nosotros”, concluye Eduardo.
Resistir desde la espiritualidad
Félix es del pueblo maya mam. Nació en Concepción Tutuapa, departamento de San Marcos, Guatemala, y nunca ha vivido fuera de su territorio. “Estoy aquí como los pájaros nativos de mi pueblo, como los árboles, las piedras, los ríos, los manantiales, como todos los ecosistemas. Crecí en comunidad con el ejemplo de mis padres y sobre todo de mis abuelos, que se han encargado de enseñarme los principios y valores de mi cultura que son las manifestaciones del Buen Vivir”.
Cuenta que como joven indígena vive el Buen Vivir alegremente, sirviendo, cooperando y haciendo lo mejor. Que motiva a su gente, a sus amigos y a los jóvenes para que vivan una vida austera, digna, especial, desarrollando sus dones y talentos para servir mejor.
Este joven maya, pequeño de tamaño y grande en la palabra, habla del principio de la armonía, la paz y la tranquilidad de la naturaleza y con todos los ecosistemas. Dice que estos no deben verse como recursos sino como un elemento en donde todos somos parte esencial y principal de un todo. Donde cada uno por muy pequeño que sea tiene una función, cumple un rol, y si este se llegara a alterar o a faltar habría una gran ruptura y ya no se podría dar el Buen Vivir.
“Nuestro reto como jóvenes en contra de la corriente dominante actual, en este mundo del consumismo, del menor esfuerzo, es revalorar las prácticas y los principios de nuestra cultura para poder transmitirlo a los demás siempre viendo hacia adelante, siempre andando con la piel, el rostro, y el corazón indígena maya mam para poder legar a las futuras generaciones un mundo mejor, un mundo especial desde nuestro espacio, desde nuestro vivir las experiencias, el interactuar cada día, cada momento, cada instante de nuestra vida”.
Pero para Félix su mayor reto, y dice que no le queda grande, es ser coherente y hacer lo que dice. Trascender y no resignarse a una vida mediocre impuesta: “El reto es a salir, vivir, cantar, compartir con los demás, pero especialmente con los más necesitados. Tengo toda una vida por delante, me acompañan los elementos de mi cultura, las energías de mis abuelos, de mi papa, de los ecosistemas para poder ver siempre hacia adelante y seguir viviendo el Buen Vivir desde mi ser, desde mi identidad. Una vida sencilla, plena, libre, y por lo tanto feliz”.
Los migrantes indígenas: renunciar al territorio
—¿De dónde venimos?
—Del lugar donde está nuestro corazón.
Territorio
Cada año miles de indígenas se enrrumban a las principales ciudades de sus países o incluso cruzan las fronteras; y aunque buena parte lo hace por motivos económicos, “para poder ayudar a sus familias”, una de las principales razones es la presión existente en su territorio: proyectos extractivistas, pérdidas de sus tierras, contaminación de sus aguas, cambio climático que afecta sus cultivos, enfermedades, asesinatos, y persecución.
Eduardo, del pueblo mapuche, Chile, cuenta que a veces solo tienen cinco hectáreas para vivir y en estas no cabe todo el grupo familiar: “Todo tiene su raíz en la división de los territorios”. Otro compañero de Chiapas, México, comenta que el año pasado solo pudo cosechar un saco de maíz, entonces tiene que salir a trabajar fuera de su comunidad. Lo mismo dice María Luisa, del pueblo aymara, Bolivia, cuando alude que la interrelación con el territorio a veces obliga a emigrar: los fuertes inviernos, la falta de agua.
Otro de los dramas es la separación de las familias y la mala interpretación del Buen Vivir. “Las mujeres sufrimos cuando los esposos no estan con nosotras. Los migrantes van a Estados Unidos y mandan las remesas, pero muchas veces los que se quedan no saben cómo administrar, comienzan a caer en el consumismo, mientras el familiar está en Estados Unidos gastando su vida”, dice Verónica, del pueblo maya.
Discriminación
Los migrantes indígenas tienen mayor probabilidad de ser discriminados. Urbano Mueller, jesuita brasilero que vive entre los wapishana, cuenta que este es el caso de los indígenas warao, un pueblo indígena de Venezuela, que está llegando a Boavista, Brasil; donde ya existía xenofobia hacia los indígenas locales. “Un hombre con un altoparlante gritaba cosas en contra de los migrantes venezolanos. Los albergues donde están los warao están militarizados, necesitas un permiso para poder entrar y visitarlos”.
Una compañera maya comparte su testimonio: “En la ciudad a todas las mayas nos llaman María, y María es sinónimo de sirvienta. Día y noche comen frijoles. Se raciona su tortilla. Duermen donde están los perros. Le colocan el uniforme de un solo color, cuando nosotras somos multicolor. Pero las mujeres estamos luchando en la ciudad: nos ponemos todas nuestros trajes, visitamos nuestra comunidad en las fiestas y las bodas, y siempre está la esperanza de volver”.
Espiritualidad y cosmovisión
En la migración se hacen más latentes las tensiones entre la cultura indígena y la cultura occidental: “El precio es alto. Hace falta profundizar más sobre nuestra cultura para nivelar un poco las tensiones. La fiesta, la devoción a una virgen, pagar la plata de toda la fiesta, todo esto no es lo más profundo”, dice María Luisa, indígena quechua que vive en la ciudad.
Ella cuenta que antes de migrar pudo vivir su espiritualidad en el campo. Recuerda que la Navidad era subir al cerro y compartir con él, pedirle permiso al animal, escuchar el viento. Al migrar su cultura era vista como brujería, incluso dice que en Bolivia está la “Calle de las Brujas”, con todos los símbolos de su pueblo indígena: “En lo urbano todo se ha reducido a ritos, se mal entiende, no se conoce e infunde miedo, por eso la importancia de conocerse a sí misma. Empecé a profundizar en mi fe cristiana y fue difícil. Empecé a hacerlo en la cosmovisión andina y también lo fue. Cuando entendí que la base de la fe en Cristo es el amor, y que en la cosmovisión andina el bien y el mal no son terroríficos sino un desafío; entendí que tenemos el camino del Buen Vivir en diferentes fuentes, que el amor rige todo este Buen Vivir. Los ritos no son para tener más (dinero, prosperidad, amor, suerte…) sino para que reine la paz en nuestras casas y dar gracias a la naturaleza que no perdona pero que nos provee”.
Monserrat, es de la etnia garífuna, nació en Honduras, pero actualmente está estudiando Ciencias Políticas en Nicaragua. Insiste en que las personas pueden migrar sin renunciar a su origen. “Lo negativo que veo es cuando salen de las comunidades a la ciudad o a otro país y adoptan otra cultura, dejan de hablar su lengua, dejan de practicar sus danzas, ya no viven su espiritualidad. Nosotros tenemos que vivir nuestra propia realidad, tenemos que aceptarnos tal como somos donde sea que nosotros estemos, donde sea que nosotros lleguemos tenemos que mostrar realmente quienes somos y de dónde venimos. Podemos adaptarnos a la cultura pero sin olvidar la nuestra, podemos aprender el idioma del lugar donde estamos sin dejar el nuestro”.
En cuanto a la espiritualidad ancestral de los garífunas cuenta que cuando la persona migra muchas veces pierde la fe, la vivencia y la cosmovisión de su pueblo y esto no le gusta a los ancestros. De acuerdo a su creencia los ancestros viven dentro de ellos, entonces cuando la persona empieza a reprochar lo que es, comienza a enfermar.
“Se empieza a poner mal, va donde el médico, el médico no le encuentra nada, y entonces cuando la persona empieza a indagar un poco más acerca de la situación que está pasando, se da cuenta qué es lo que realmente necesita. La persona regresa a la comunidad, empieza con las medicinas naturales, con la intervención de un buyei, como decimos nosotros que ese es el profeta que tiene comunicación con los espíritus ancestrales, que ayuda a esa persona a sentirse mejor, se hace la ritualidad necesaria dentro de esa comunidad para que se sienta bien, pero para eso tiene que aceptar la situación, la realidad y reconocer a sus ancestros para que puedan devolverle la salud”.
Buscando el Buen Vivir
¿Es posible el Buen Vivir en la ciudad? ¿Cómo los migrantes indígenas viven el Buen Vivir en la ciudad?
Cuando los indígenas migran aprovechan sus propias redes de solidaridad. Generalmente lo hacen porque tienen parientes en estos lugares. Algunas compañeros y compañeras aseguran que ser migrante indígena tiene una fortaleza que es la posibilidad de volver a sus territorios por sus raíces. Además, cuando hay una presión fuerte en los territorios esto los unifica, incluso estando lejos.
Jorge Sarsaneda es un jesuita que trabaja con indígenas en la ciudad de Panamá. Comenta que la migración de los indígenas kuna comenzó desde 1920 y que actualmente hay miles en la ciudad. Además, cada año pasan más de 20 mil jóvenes a Costa Rica, donde duran temporadas de hasta cuatro meses para el trabajo en las plantaciones café.
A pesar de estar en la ciudad los indígenas kuna tratan de reunirse cada quince días y esto les ha dado fuerza. Recuerda que una vez una mujer kuna fue a hacer un trámite en el registro y le mandaron a quitar la argolla que llevaba puesta en su nariz, que en su cultura es símbolo de feminidad, no se la quitó y esto armó un gran revuelo, demostrando la fortaleza de su organización.
El jesuita dice que los hombres indígenas tienen los trabajos más precarios, pero no sienten vergüenza de su origen. Un día le preguntó a un hombre, vigilante de un banco, si era Ngäbe, uno de los pueblos indígenas de Panamá, y este le respondió: “Orgullosamente ngäbe, de Kusapín”.
Fortalecernos como red indígena
Algunas de las preguntas que como Red de Solidaridad y Apostolado Indígena de la Compañía de Jesús de América Latina nos hicimos fueron ¿qué somos?, ¿dónde estamos?, ¿qué estamos haciendo?, ¿a qué desafíos nos sentimos llamados a nivel personal, territorial y como red/presencia jesuita indígena a partir de lo vivido esos días?
En este sentido Rafael Moreno, jesuita y delegado para la Misión de la Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina y el Caribe (CPAL), durante su presentación mencionó la necesidad de que la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena se vincule con otras redes que tienen los jesuitas en América Latina, como la Red de Centros Sociales de la Compañía de Jesús, la Red Jesuita con Migrantes, el Grupo de Homólogas de DDHH y Ecología Integral, y COMPARTE, una red que busca construir alternativas de desarrollo socioeconómico de impacto territorial. Estos espacios servirán a la red indígena para fortalecer sus iniciativas, como portavoz de la situación de los pueblos originarios, y de articulación para acciones regionales de mayor impacto.
El grupo de la región amazónica (Colombia, Brasil, Guyana, Venezuela) destacó la importancia de tener una participación más activa en la Red Eclesial Panamazónica[4] (Repam), para asegurar la conexión de las bases indígenas con los líderes sociales y las redes.
También apuntaron que además de poner energías en los pre-sínodos que se harán en cada uno de los nueve países que comparten la Amazonía, deben organizarse actividades y encuentros en los territorios para escuchar a los indígenas.
“El Sínodo especial sobre la Amazonía” del próximo octubre de 2019[5] es importante, pero hay que tener una mirada postsinodal, para que esta experiencia de escucha e incidencia sea más extendida a lo largo del tiempo.
El grupo de la región Mesoamérica socializó algunos de los objetivos que surgieron del encuentro de jóvenes indígenas realizado este año en Guatemala: formación humana que los ayude a fortalecer y mantener su cultura y espiritualidad; y la defensa de la madre tierra. Esto es fundamental para que los jóvenes puedan hacer resistencia a este modelo desde su espiritualidad.
El Equipo de Reflexión de Cultura y Religiosidad Indígena de Latinoamérica (Ercrila) también animó a la red indígena para que estuvieran activos en este espacio.
Además de las alianzas con otros grupos de referencia también surgió el compromiso personal, como un desafío para seguir profundizando, escuchar siempre a las bases, hacer parte de sus asambleas, ampliar sus voces a las redes.
La exposición motivadora “La realidad inter-religiosa en la que vivimos y el Buen Vivir, desde la reflexión de la Laudato Si y cosmovisión maya”, realizada por el jesuita Victoriano Castillo, fue fundamental para adentrarnos en este pueblo. Aprendimos que su espiritualidad y cosmovisión está basada en dos aspectos del calendario maya: 1. Los 13 periodos por los que caminan los días: trece ciclos de 20 días = 260 días = un año lunar (tiempo de gestación de un niño en el vientre materno). 2. El nawal o fuerza que contiene cada uno de los 20 días según la posición de la luna.
Victoriano compartió el significado de cada uno de los 13 periodos mayas y cómo estos guardaban una profunda relación con las reflexiones abordadas en la encíclica Laudato Si[6]. Lo mismo hizo con los veinte nawales, las veinte fuerzas mayas.
Por ejemplo, el nawal Toj, que significa justicia y que está simbolizado con una semilla de cacao, indica lo siguiente: “Toda la creación siente nuestra acción hacia ella”.
En la Laudato Si ese nawal encuentra su referente cuando el Papa escribe: “La falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres (49)”.
Otros de los momentos fundamentales del encuentro fueron las ceremonias maya, mapuche, y andina (aymara y quechua), donde compartimos la cosmovisión de nuestros hermanos y hermanas indígenas.
El encuentro se nutrió de las diferentes espiritualidades presentes, donde lo simbólico cobró fuerza. Si había que exponer la situación de los jóvenes indígenas, los maya llegaban con una bastón y explicaban cómo ellos eran bastón de sus abuelos; si había que contar el Buen Vivir de las mujeres inmediatamente colocaban una vasija y agua, o las mujeres garífunas hacían una representación de la historia de Satuyé. Lo ritual nos dio fuerza, tanto, que en la ceremonia andina las cenizas del fuego se colorearon de blanco, símbolo de que como red caminaremos juntos superando los desafíos.
El jesuita Ignacio Blasco, director del Centro de Educación Integral Indígena Popol Ja, el equipo de liturgia inculturada, y el equipo de cocina, fueron fundamentales en toda la logística y hospitalidad con que fuimos recibidos. Porque la comida y el descanso son postulados esenciales del Buen Vivir.
El Buen Vivir es ahora
Mujer de renuncia constante para dar buena vida a los demás. Joven que vive su crisis de identidad. Migrante que deja a su familia para poder procurar una vida de mayor calidad. No queremos mártires que se reúnan entorno a la mesa. El Buen Vivir es ahora. No espera más.
Hoy en día las amenazas son grandes y en toda la región la ola del extractivismo arrasa con todo lo que le estorbe, en este contexto muchos pueblos indígenas son absorbidos por el modelo económico dominante. Pero también hemos visto que están los que resisten.
“Si a nosotros nos toca salir a las calles y oponernos a todos estos megaproyectos que quieren implementar en nuestros territorios nosotros tenemos que hacerlo, al menos es una obligación el que nosotros lo hagamos. No solo para los jóvenes sino de todos los niveles etarios”, dice Eduardo, indígena mapuche, con convicción.
Los pueblos indígenas nos invitan a retomar el camino del bien común, de la comunidad como una unidad, como una vía posible para la humanidad y como estrategia para la defensa de la vida en la tierra[7].
Todos deseamos una vida plena pero a veces no sabemos cómo buscarla. Sin embargo, hay algo que está dentro de nosotros que nos mueve hacia la espiritualidad indígena. ¿Cómo esas espiritualidades nos ayudan a defender esta tierra? En ellas está la clave para no solo renunciar y denunciar lo que asesina, sino para convertirnos en anuncio de un camino que garantiza la vida y la dignidad de todos los seres y elementos de la Madre Tierra.
*Periodista. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista SIC de la Fundación Centro Gumilla. Miembro de la Fundación Causa Amerindia Kiwxi.
Notas
[1] http://filosofiadelbuenvivir.com/buen-vivir/
[2] Ibidem.
[3] Buen Vivir. Reflexión desde la presencia en los pueblos indígenas aymara, wapichana, maya y mapuche. Equipo de reflexión de la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena de la Compañía de Jesús de América Latina, 2018.
[4] La Red Eclesial Panamazónica es una plataforma que se compone de múltiples referentes de la Iglesia católica (instancias locales, nacionales, regionales e internacionales, obispos, sacerdotes, religiosas-os, congregaciones, instituciones, comisiones, equipos especializados y misioneros-as) que trabajan en el acompañamiento y la defensa integral de los territorios, grupos vulnerables (con especial atención a pueblos indígenas y otras minorías), de sus derechos, en la promoción de la fe y del diálogo de saberes, y que impulsa alternativas de vida de acuerdo a las propias perspectivas de los pueblos y comunidades que habitan en el territorio Pan-amazónico.
[5] https://www.aciprensa.com/noticias/vaticano-anuncia-el-tema-del-sinodo-especial-sobre-la-amazonia-y-nombra-a-18-miembros-88033
[6] La encíclica es la segunda escrita por el Papa Francisco y fue publicada en el 2015. Se centra en el planeta Tierra como lugar en el que viven las personas, defendiendo la naturaleza, la vida animal y las reformas energéticas. El papa Francisco realiza una “crítica mordaz del consumismo y el desarrollo irresponsable con un alegato en favor de una acción mundial rápida y unificada para combatir la degradación ambiental y el cambio climático”.
[7] Ibidem.