Dios habla en la historia. Por eso el creyente debe discernir en ella su voz. Desde la venida de Jesús sabemos que Dios pasa salvando, y que no salva desde afuera y desde arriba, sino desde dentro y desde abajo, y que, por tanto, la salvación no se obra como por arte de magia, sino por la transformación de lo dado, y que no se transforma a la fuerza, sino desde la libertad liberada de los que la obran. Con frecuencia los acontecimientos son ambiguos. Un sujeto histórico puede expresar un designio de Dios y a la vez otros designios que no son de Dios. Por eso, se impone el discernimiento.
Aquí nos vamos a referir únicamente cómo discernir el paso de Dios en el aspecto político. El papa Francisco ha hecho énfasis en la necesidad de rehabilitar la política para ordenarla al servicio del bien común y de la persona humana, y esta misión es urgente en nuestro país.
¿Por dónde pasa Dios?
Dios pasa por los que denuncian esta situación como de pecado y proponen alternativas superadoras. Los que meramente condenan la situación condenan también a sus autores y causahabientes, y el Dios de Jesús condena el pecado, pero no al pecador. Dios pasa por los que nos hacen ver que perdemos la condición de sujeto cuando hacemos del Estado –y, en definitiva, del gobierno– el único sujeto, y reducimos a los demás a simples colaboradores o a enemigos. Eso fomenta la irresponsabilidad ciudadana y propicia la guerra, es decir, la victoria de unos sobre otros y no un juego en el que todos salgamos ganando y haga posible la paz.
Dios pasa por los que hacen ver que esto nos daña a todos y, en primer lugar, a los responsables políticos. Por eso, su denuncia es con dolor, desde dentro, buscando la conversión de los causantes de que se mantenga la situación de pecado. No pasa, pues, por los que denuncian solo con rabia, porque la venganza y el desquite no construyen nada nuevo. En la denuncia solo cabe la indignación cuando viene modulada por el dolor de sabernos heridos injustamente en nuestros vínculos fraternos, desde dentro.
Hay que tener en cuenta que irnos al otro polo –el menor Estado posible y la mayor libertad posible para el capital– sería inclinarnos ante los ídolos de este mundo y no ante la sacralidad de la persona humana, y, por tanto, no constituye una alternativa superadora. Por ahí, tampoco pasa Dios.
La alternativa superadora
La alternativa solo será superadora si, además de contener aquellos elementos positivos de los que carece nuestra situación actual (respeto por la vida, productividad, autonomía solidaria, tensión de poderes, transparencia, etcétera), retiene lo positivo que intentó sin éxito este Gobierno (justicia e inclusión social, reconocimiento del sujeto popular etcétera). Es decir, que lo propone de otro modo de manera que ahora sí pueda realizarse.
Tiene que ser un gobierno –y un Estado– que garantice una seguridad básica en todos los aspectos; que respete la vida y haga que todos los ciudadanos la respeten; que respete la propiedad privada y haga que todos la respeten; que respete a todos los ciudadanos, entendiéndose únicamente como mandatario de ellos y no como un poder en sí frente a ellos y, por tanto, que les dé cuentas de su gestión de modo trasparente, y que sea responsable, incluso administrativa y penalmente ante ellos; que, para que eso sea posible, instaure la división efectiva de poderes y se atenga a ella; que instaure la carrera administrativa y, consiguientemente, la meritocracia, desterrando la partidocracia, el clientelismo y la inercia; que maneje con la mayor eficiencia posible la industria petrolera y que propicie, de acuerdo con la industria nacional, la mayor creación posible de derivados en vez de exportar el crudo; que garantice la seguridad jurídica de la empresa privada, a la vez que exija el cumplimiento de su responsabilidad social; que, aliado con ella, garantice la capacitación técnica laboral a la altura del tiempo; y que, simultáneamente, coloque al pueblo, especialmente a los pobres de él, en el centro de su interés como sujetos y no solo como destinatarios de la asistencia y la promoción, propiciando una educación, salud y seguridad social a la altura del tiempo, estimulando sus organizaciones de base y la alianza de gente profesional y gente popular en el seno del pueblo para entablar sinergias que beneficien a ambos; y que además propicie la creación de asociaciones intermedias para cumplir con el principio de subsidiariedad y, en particular, las asociaciones del tercer sector que persiguen los máximos posibles de solidaridad y especialmente las asociaciones de derechos humanos. Insistimos que Dios pasa por los que proponen concretamente alternativas superadoras y se organizan para concientizar de ellas a toda la población y encaminarse en esa dirección.
La concertación una señal de Dios
Desde lo antedicho, tenemos que concluir que Dios no pasa en Venezuela por su actual Gobierno, pero tampoco pasa por los que planean un golpe de Estado, si es que eso se le pasa por la cabeza a algún grupo. Tampoco pasaría por una invasión militar para salvar al país de lo que calificarían como la barbarie, la corrupción y el empantanamiento chavista. No pasa tampoco por los que actualmente promueven esas intervenciones, de militares venezolanos o extranjeros, aliados a civiles venezolanos, en las que Venezuela no sería el sujeto mancomunado de su propia transformación superadora.
Tampoco pasa por los que toman como fin absoluto que caiga el Gobierno o, más precisamente, derribarlo con acciones violentas de calle. Primero, porque los medios desautorizan el fin y, sobre todo, porque ese fin es solo destructivo, no contiene ninguna alternativa superadora, es un salto al vacío. Pero, además, porque, por sus aliados en el exterior, la propuesta implícita es sumar a nuestro país a los regímenes neoliberales, que constituyen una negación del plan de Dios tan grande o mayor que el Gobierno actual. Y que de paso hace ver que los aliados, solo son demócratas de fachada; lo que quieren absolutamente es el imperio sin cortapisas del capital.
Por tanto, si en vez de procurar el triunfo de la otra mitad del país, que en realidad es mucho menos de la mitad, hubiera un gobierno de concertación nacional en el que estuvieran representados los principales actores y se hiciera justicia a todos los intereses legítimos, teniendo en cuenta los haberes y las propuestas más dinamizadoras; un gobierno, en concreto, que se apoyara en la empresa privada no de cualquier manera, sino una empresa capaz de aumentar la producción y la productividad y con conciencia de su responsabilidad social y comprometida con esos dos cometidos; un gobierno que tuviera en el centro de su atención a los sectores populares no solo como necesitados, sino como verdaderos sujetos responsables y en proceso de capacitación, tanto como personas como en organizaciones de base, consorciados con profesionales altamente cualificados y con los organismos correspondientes del Estado; un gobierno que promoviera un Estado eficiente con una burocracia lo más independiente posible de él, altamente cualificada y responsable ante los ciudadanos; si se diera un gobierno así, con estos tres componentes, Dios pasaría por él, mientras durara en esa tesitura.
Gobierno de concertación
Este gobierno no podría ser, obviamente, el actual Gobierno ni tampoco un gobierno de la oposición y ni siquiera un gobierno concertado de unos y otros. Tendría que incluir también elementos independientes, que estén reconocidamente resteados con lo que dijimos y con capacidad para llevarlo a cabo.
Dios pasa, pues, por los que actualmente piensan en una solución así, por los que tratan de exponerla con la mayor precisión y plausibilidad posibles ante la opinión pública, por los que se abren a ella, por los que trabajan con denuedo y perspicacia porque la puedan hacer suya los diversos contendientes y por los que cabildean sagazmente para hacerla realidad sin hipotecarla ni desvirtuarla.