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Perú, ¿una vez más al borde del abismo?

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Ingrid Jiménez Monsalve

Como bien lo ha dicho el periodista Gustavo Gorriti, “no hay país fácil, pero el Perú es menos fácil que los demás”, y una muestra de esto son los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado 10 de abril en las que la hija del dictador Alberto Fujimori ganó la primera vuelta y se enfrentará a Pedro Pablo Kuczynski. La gran sorpresa sin duda ha sido la candidata de izquierda Verónica Mendoza que se ubicó en el tercer lugar, muy cerca de Kuczynski.

El resultado electoral de la elección presidencial debe ser leído con sumo cuidado, en el entendido que los factores socioculturales, geográficos y étnicos, constituyen clivajes determinantes a la hora de explicar el comportamiento electoral del peruano que condiciona diferencias sustanciales entre el voto de Lima, la sierra y la selva.

Fujimori ganó en 15 departamentos de 24 incluyendo Lima Metropolitana, Loreto, Tumbes, San Martín, Pasco y otros. Kuczynski se impuso solo en Arequipa, departamento moderno e industrial, al tiempo que la candidata Mendoza obtuvo una victoria  holgada en regiones altoandinas como Cusco, Ayacucho, Huánuco y Puno. Es justamente en estas zonas donde los niveles de pobreza continúan siendo escandalosamente elevados a pesar de los avances de los últimos diez años.

En lo que a los partidos tradicionales se refiere, las cosas no pudieron ir peor. La coalición de Alianza Popular (APRA y el Partido Popular Cristiano), con su candidato el expresidente Alan García, no alcanzó ni al 6% de los votos. Esto constituye más que una derrota electoral,  la expresión del malestar creciente de la población hacia los partidos y su falta de relevo generacional. En el Perú, los expresidentes García y Alejandro Toledo insisten en presentar sus candidaturas, obstaculizando la necesaria renovación de liderazgo dentro de sus organizaciones. Además, la alianza electoral contra natura de dos rivales políticos como Alán García y Lourdes Flores le restó credibilidad a dicha alianza.

Por otro lado y como ya es tradición en la novel democracia peruana, el gobernante partido Nacionalista de Ollanta Humala no presentó candidato y el Presidente, a pesar de los logros obtenidos en el ámbito económico, dejará el poder vapuleado por un inmenso repudio nacional.

Estos comicios estuvieron signados por las controversiales decisiones del Jurado Nacional de Elecciones, que, pocas semanas antes de las elecciones anuló las candidaturas de César Acuña y Julio Guzmán, este último un outsider, de tendencia tecnocrática, que en febrero se encontraba en segundo lugar en las encuestas. La controversia se avivó cuando Cesar Acuña y Keiko Fujimori fueron acusados de  violar la normativa electoral al repartir dinero en actos de campaña, y sólo se excluyó de la contienda a Acuña.

Es muy probable que la salida de Guzmán de la carrera presidencial jugó a favor de la izquierdista Verónica Mendoza, quien pasó de tener 6% en febrero a casi 19% el 10 de abril. Mendoza se impuso a Fujimori en el sur del país gracias a un discurso antiminero, ambientalista y favorable a los derechos de los pueblos indígenas. Su principal oferta electoral fue, predeciblemente, el cambio profundo en el modelo económico y esto caló en la población.

Por otro lado, la composición del Congreso también es un factor de peso a considerar en un análisis electoral.  De cara a la segunda vuelta, el fujimorismo, por primera vez desde 1995, logró una mayoría simple en el parlamento unicameral, que de concretarse la victoria de Fujimori le otorgaría un inmenso poder a Fuerza Popular. Esta situación, lejos de favorecer a Keiko Fujimori, puede lograr que muchos ciudadanos se decanten por Kuczynski  ante la amenaza del control del poder ejecutivo y legislativo por el fujimorismo.

Keiko Fujimori ha aprendido de los errores del pasado y esta vez no se apresuró a aseverar que de ser elegida Presidenta liberaría a su padre. Sin embargo, no se ha deslindado por completo de las figuras radicales del fujimorismo, ni mucho menos de la corrupción y las violaciones a los derechos humanos que se produjeron durante el gobierno de Alberto Fujimori, del cual ella como primera dama, fue una figura principal.

Keiko Fujimori parte como favorita a la Presidencia, no obstante la sombra del autoritarismo se cierne sobre su candidatura, y como en el 2011 ya han surgido algunas voces altisonantes dentro de Fuerza Popular que ponen de bulto que el fujimorismo no ha cambiado su raigambre autoritaria.

Por su parte, Kuczynski, a pesar de venir de abajo en la intención de voto, no las tiene todas consigo. Sobre el candidato de la centroderecha pesa el recuerdo de que en 2011 apoyó a Keiko Fujimori para la segunda vuelta frente al Presidente Humala. Por otro lado, si examinamos la votación del candidato en los departamentos del sur obtuvo una votación que no superó al 10%. Remontar esta diferencia de cara a la segunda vuelta requiere de un tiempo con el que el candidato no cuenta.

Kuczynski podría hacerse con la presidencia si lograr aglutinar en pocas semanas una alianza antifujimorista, contando con los votos de la izquierda moderada, y de los ciudadanos que votaron por Mendoza más por simpatía personal que por identificación ideológica. Mendoza no lo apoyará abiertamente, pero ya ha afirmado que “el fujimorismo es el mayor riesgo para el Perú.”

En este caso lo que puede jugar a favor de Kucynski es la polarización política en torno a Alberto Fujimori, cuya omnipresencia en la campaña puede pesar en la decisión final del voto.

El resultado de la primera vuelta arroja dudas sobre la estabilidad democrática en el país andino, y despiertan más interrogantes que certidumbres. De ganar Fujimori nos preguntamos: ¿El fujimorismo verdaderamente cambió o veremos una nueva arremetida autoritaria? Y si gana Kuczynski ¿tendrá la capacidad de conciliar con las diferentes fuerzas para llevar a cabo sus políticas con el fujimorismo y la izquierda empoderados en el Congreso?

Lo cierto es que, con lo visto en esta primera vuelta, la democracia ha mostrado sus costuras. En primer lugar, la debilidad de los partidos políticos y el inquebrantable desprestigio de la clase dirigente siguen ganando terreno en la población y, en segundo lugar, a pesar de tener un modelo económico exitoso que ha producido importantes avances sociales, éste no ha logrado que sus beneficios lleguen a la mayoría de los peruanos. Al norte y al sur de la moderna Lima, la exclusión social y la discriminación racial siguen cerrando las oportunidades a millones.  Estos ciudadanos perciben que hasta ahora sus demandas han sido ignoradas por los líderes políticos.

En los próximos años el país deberá afrontar con madurez el desafío de inclusión social y emprender reformas políticas que fortalezcan la institucionalidad democrática. Esto pasa también por establecer acuerdos para integrar al país bajo un modelo de desarrollo sustentable, que hasta el momento se va evitado discutir para no afectar el crecimiento económico. Sin duda, Perú evidencia como la estabilidad macroeconómica no es una condición suficiente para la consolidación democrática.

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