Mercedes Pulido
Los apagones se han hecho parte de la vida diaria. La violencia casi que se acepta como fatalidad, que se recoge en números de fallecidos semanalmente. Enfermeros y enfermeras se sacan la sangre para demostrar su existencia. Estudiantes se cosen la boca. Epidemiólogos y médicos recogen cifras crecientes de carencias de vacunación ante epidemias.
Estas realidades se transmiten como porcentajes que desdibujan la existencia de las “personas”, pero más importante aún, diluyen la responsabilidad de quienes debieran anticipar las soluciones a estas tragedias. Después de estar lidiando con la energía eléctrica por varios años, hemos pasado por justificaciones continuas hasta que llegamos a la guinda de la torta: los usuarios somos los responsables de la crisis.
Primero fue el fenómeno del Niño, llovió abundantemente al punto de tener 30.000 familias damnificadas y se profundizó la crisis. Y ahora, es la demanda excesiva de los usuarios. Los últimos discursos señalan que descontando la energía que requiere Pdvsa y las Empresas básicas sólo queda un 20% de energía para la población.
¿Qué quiere decir esto? Si somos 27 millones, por más que se quiera maquillar la realidad sólo hay energía eléctrica constante para alrededor de “cinco millones de venezolanos”. Y los demás que se adapten.
Ya desde los años setenta se viene estudiando con cierta sistematización la motivación al logro en la modernización y las motivaciones para superar las carencias, David Mc Clelland elaboró el índice de consumo de electricidad como poderoso estímulo para la distribución del bienestar en las poblaciones. Con la electricidad la gente de una u otra forma planifica y dirige sus esfuerzos a diferentes actividades, sustituye el esfuerzo físico y libera tiempo y creatividad, los recursos naturales se transforman en ampliación de los servicios masivos para la población.
Pareciera entonces, ¿que los usuarios somos responsables de haber nacido, crecido y tener que vivir el día a día? El crecimiento poblacional es parte de la vida y no es ninguna sorpresa que seamos más. Lo que sí sorprende es el infantilismo para justificar el haber dejado de ejecutar la planificación existente, haber sustituido los equipos humanos conocedores de la realidad, y considerar que el mantenimiento es un lujo cuando se cree que todo se “compra y todo se vende “.
Son los rostros de los presos, de los desempleados, de los fallecidos, de los enfermos, de los profesionales y trabajadores los que requieren respuestas y a ellos hay que dirigir las esperanzas de horizontes con un cambio real. No son números: son personas. Despreciando el conocimiento y la experiencia estamos profundizando el abismo. No está de más pensar que también las candidaturas requieren rostros.