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Perfectos desconocidos

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El error de la transparencia

José Luis Sánchez Noriega

Álex de la Iglesia recibe el encargo de filmar una versión de Perfetti sconosciuti (Paolo Genovese, 2016) y no sólo sale bien parado, sino que logra darle un toque personal a un trabajo que prácticamente es copia directa del original y alcanza mayor brillantez al subrayar el talante de comedia, optar por un diseño de producción más vistoso y mantener el ritmo en todo momento; puede resultar discutible el giro final, pero en el original italiano el desenlace no parecía muy coherente ni se explicaba el cambio de actitud de los personajes. Casi una obra de teatro, la estructura de varios personajes encerrados en un espacio único que entran en conflicto o en situación desesperada a lo largo de un tiempo continuo, le viene como anillo al dedo al cineasta bilbaíno, pues viene a ser la misma de su anterior película, El bar, y de otras como La chispa de la vida, La comunidad y, en gran medida, Mi gran noche y Muertos de risa.

Tres matrimonios y un amigo se reúnen a cenar la noche en que la ciudad está expectante ante un eclipse de luna. La hija adolescente de los anfitriones, Sofía, deja la casa y a su madre (Eva) inquieta, pues ésta ha encontrado preservativos en su bolso; su marido (Alfonso) le pide mayor comunicación y comprensión hacia la chica. En los prolegómenos de la cena los amigos charlan brevemente sobre la existencia o no de secretos y la mayoría niega ocultar nada sobre su vida más privada. A Blanca, la más joven del grupo, recién casada con el taxista Eduardo, se le ocurre amenizar la velada con un juego para dilucidar la existencia o no de secretos. Propone dejar sobre la mesa los teléfonos móviles y atender delante de todos las llamadas o mensajes que entren. Ya desde el primer momento, Alfonso le pide a Pepe (el único que ha venido sin pareja) intercambiar sus teléfonos similares, pues Alfonso recibe cada noche una foto comprometida de su amante. A lo largo de la velada se irán descubriendo varias infidelidades y la situación se hace cada vez más tensa.

El primer tramo es de comedia muy bien servida con diálogos ágiles a cargo de un eficiente diseño de personajes y trabajo de interpretación (aunque desigual, me temo que cada espectador valorará según su gusto); la interacción en el grupo, la capacidad para ir de un tema a otro, el clima distentido, las bromas y la voluntad de pasarlo bien, las suspicacias, etc. logran que el público se ría al tiempo que se traza un boceto sobre el grupo social y sus inconsistencias en torno a las relaciones de pareja. El progreso narrativo nos lleva paulatinamente hacia una situación más dramática, en algún momento próxima al absurdo y al esperpento (supuesta homosexualidad de Antonio), en otro decantada hacia el melodrama más convincente, como en la llamada por teléfono de Sofía preguntando a su padre si debería quedarse a dormir o no en casa del chico.

La tesis de que todos tenemos nuestros secretos y de que la tecnología de comunicaciones instantáneas y accesibles del móvil inteligente no hace sino facilitar las relaciones prohibidas es muy plausible. Y presumir de sinceridad o autenticidad no deja de ser un acto voluntarista que se desmonta pronto, a poco que se escarbe. La estructura de esta comedia dramática no es nueva ni mucho menos, ahí estaban otras cenas o reuniones donde se dirimen conflictos o terminan como el rosario de la aurora: a vuelapluma hay que recordar La cena de los idiotas (Francis Veber, 1998), Cena de amigos (Danièle Thompson, 2011), Un dios salvaje (Roman Polanski, 2011) o The Dinner (Oren Moverman, 2017), que coincide en la cartelera con la pieza de Álex de la Iglesia. La idea del eclipse como elemento astrológico que trastoca las vidas de los humanos parece ya un lugar común que ni en el original italiano ni en la versión hispana –a pesar de su plasmación más vistosa, casi fantástica- aporta mucho.

El director realiza el encargo de Telecinco con profesionalidad y oficio reconocidos, y se muestra más contenido de lo habitual, aunque está al borde de sus desmedidos finales en la secuencia conclusiva de Eva (Belén Rueda) en la terraza, evitando los énfasis y la deriva esperpéntica. Cuando no están entrelazados los dos tratamientos, en los relatos adscribibles al género comedia dramática siempre resulta más gratificante ir del drama a la comedia que el camino inverso, como sucede en este caso. Pero no es una dificultad insalvable para una pieza bien resuelta que el público disfrutará y a la que no hay que pedir novedad ni ambición.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2188-perfectos-desconocidos

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