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Pedro Palma: “El líder surge en el momento en el que tiene que surgir”

Foto 1_Cortesía Efecto Cocuyo

Economista graduado de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas. Profesor emérito del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA). Individuo de Número Fundador de la Academia Nacional de Ciencias Económicas (1984-presente). Actualmente dirige, junto a un grupo de jóvenes, la consultora Ecoanalítica

Por Juan Salvador Pérez

Venezuela es un país rico, un “país potencia”. ¿Qué significa eso? ¿Fuimos, somos o seremos? ¿Es adecuado y correcto hacer ese planteamiento?

—La riqueza material y natural de Venezuela es incuestionable. Sin embargo, de ahí a decir que este es un “país rico” como ha sido interpretado por el estamento político venezolano tradicional –no solamente el actual–, es un mensaje equívoco y distorsionado.

Es bien conocido que las economías rentistas difícilmente logran experimentar un proceso de desarrollo sostenible a largo plazo. Es hoy el caso venezolano.

Aquella narrativa ha sido utilizada con fines políticos durante años para desprestigiar al gobierno de turno y figurar frente al electorado como “el candidato ideal” para solventar los problemas. En ese sentido, se ha ido distorsionando el concepto de “país rico”, porque si bien el Estado disponía de una renta importantísima que le daba oportunidades extraordinarias para desarrollar y mantener una infraestructura potencial en la región, lamentablemente toda aquella riqueza no ha sido administrada eficientemente.

Hubo muchas fallas, particularmente entre finales de los 70 y finales de los 90. Fueron años de profundo deterioro.

Curiosamente, cuando uno analiza la evolución cronológica de esa renta petrolera, los “bajones” coinciden con los últimos años de gobierno de los periodos constitucionales; esto le pasó a Carlos Andrés Pérez I (CAP I), a Luis Herrera Campins y a Lusinchi; y le pasó nuevamente a CAP II, a Caldera…, convirtiéndose en una cuestión prácticamente cíclica, donde el gobierno entrante heredaba toda una serie de problemas dejados atrás por la administración previa: endeudamiento, corrupción, déficit, gasto público, ajustes y otros. Esa dinámica se repitió una y otra vez hasta que llegó un momento donde, aunado a las presiones sociales producidas por el bipartidismo exacerbado entre los herederos de la Venezuela democrática, la población clamaba a gritos por un cambio. Finalmente, para bien o para mal, a finales del siglo XX llegaría el tan anhelado “cambio”, de la mano de Hugo Chávez.

Con Chávez se exacerbó el rentismo petrolero que, entre otras cosas, nos hacía creer que éramos un país exageradamente rico, lo cual coincidió con épocas imprevisibles de altos precios del petróleo (2004, 2008, 2010, 2012), con unos ingresos petroleros que respaldaron la retórica populista del Estado benefactor. Lógicamente, aquella era una situación insostenible puesto que, con dádivas e inversiones millonarias en programas sociales, el Estado no resolvía los problemas de fondo. Se me viene a la mente aquel viejo proverbio que reza: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día; enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”.

Efectivamente somos un país afortunado por las riquezas naturales que contiene el territorio nacional, pero ni remotamente fuimos el “país rico” que, según los políticos, resolvería los problemas de todos.

Ahora, ¿somos un país potencia? Yo creo que tenemos un gran potencial –que es distinto– a desarrollar en el futuro en áreas que no se han desarrollado para nada; este es un país riquísimo, por ejemplo, en infraestructura natural para el turismo… Y, aunque hoy somos una fracción del país y de la economía que fuimos hasta hace ocho años atrás, todo eso tiene que cambiar a futuro. ¿Cómo es posible que hoy estemos produciendo apenas el 20 % de lo que producimos en el año 2013?

Es necesario orientar al país hacia un proceso de reconstrucción, con una visión no solamente de inmediato, sino de mediano y largo plazo; encaminado hacia un proceso de desarrollo sustentable que le permita posicionarse una vez más como un país de primer orden en el ámbito regional. Yo creo que sí tenemos ese potencial, pero no somos un país potencia per sé.

—También somos un país pobre, de esto no hay duda. Todo el mensaje del Evangelio, toda la Doctrina Social de la Iglesia, se centra en ello. La parábola del rico epulón lo deja claro. Al rico no se le acusa de ningún crimen, no se dice que haya conseguido las riquezas injustamente, allí no estriba el problema. El problema es no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. ¿Cómo debemos entender el problema de la pobreza en Venezuela? ¿Cuál es el llamado que nos hacen los Lázaros hoy, aquí?

—Lo primero que habría que preguntarse es quién es ese Lázaro. Y ese Lázaro es el Estado venezolano. Pero también fue ese “hombre rico”, en la parábola, que no se dio cuenta de la pobreza que tenía en puerta. Un Estado rico, poseedor de unas riquezas naturales en el subsuelo enormes, cuya explotación le generaba un ingreso extraordinario y pensó que simplemente con regalías, con darle moneditas a la gente, ya estaba solventando el problema.

El tema de la pobreza lo solventas de otra forma, lo solventas creándole las condiciones al pobre para superarse. Primero, dándole una educación integral y de calidad, no solamente para culturizar a la persona, sino para que se convenza de que la superación del ser humano depende en gran medida del ser humano mismo, de la autoestima, del deseo de superación y, por tanto, de la convicción y la voluntad de hacer las cosas; ahí el Estado rico falló. Y no el actual, en esto hemos venido fallando desde hace varias décadas y varios gobiernos.

Ciertamente, durante los primeros veinte años de la Venezuela democrática hubo aquí un avance significativo en materia social. Se creó una clase media importante e incuestionable; muchos muchachos que nacieron en los barrios, en los cerros de las ciudades y en localidades del interior de Venezuela, tuvieron oportunidad de educarse e ir a universidades o escuelas técnicas para superarse y alcanzar mejores condiciones de vida, pero con el pasar de los años aquella movilidad, sin respaldo e inversión, naturalmente, terminaría siendo insuficiente e insostenible…

Pedro Palma: “El líder surge en el momento en el que tiene que surgir”A comienzos de los años 80, con el inicio del gobierno de Luis Herrera Campins, Venezuela entró en una situación de estancamiento económico. Por esos días me visitaron, en dos oportunidades distintas, tres sociólogos y me hicieron la misma pregunta: “¿Por qué cuando uno viene aquí a Venezuela después de tres años de recesión económica, de aumento del desempleo, […] aquí no hay movimientos que luchen por sus reivindicaciones sociales? ¿Por qué la gente no está protestando por lo que está perdiendo?”

En lo personal, a mí aquella pregunta me interpeló, pero llegué a la conclusión de que la razón por la cual no había tales manifestaciones era porque esa movilidad social que mencioné les permitió a muchos jóvenes, en una sola generación, alcanzar la clase media. Un niño que nació en la pobreza extrema, en el barrio, en el rancho depauperado, en el piso de tierra, fue el mismo muchacho que, más adelante, constituyó la clase media de este país. Es decir, estamos hablando de que pasó de “0 a 200” en la escala social y, frente a la contracción económica, cuando bajó apenas a “150”, la verdad es que en su imaginario todavía le quedaba mucho por bajar… Por eso, yo les decía a aquellos sociólogos –con total certeza–: “Todo tiene un límite. Si esa caída continúa, va a llegar un momento en el que será insostenible y el malestar social explotará”. Así fue. Recordemos, por ejemplo, los sucesos de El Caracazo en el 89; pero, en Venezuela había una elasticidad muy amplia para descender.

Y definitivamente ahí llegamos, tocamos fondo cuando elegimos a Chávez con la esperanza de superar la situación y lo que hizo fue profundizarla, destruyendo todo a su paso, producto de un fenómeno perverso –diría yo– muy característico de las revoluciones comunistas. Yo llegué al convencimiento de que estas revoluciones fomentan la miseria, porque la miseria crea dependencia del Estado y, en consecuencia, sumisión al gobernante. Es la estrategia de esta nueva oligarquía socialista. Es una relación de dominación, donde obtienes poder y te olvidas de las necesidades reales del pobre al punto de negarlo. En medio de esta perversión, no solo te olvidas de Lázaro, sino que te conviertes en una fábrica creadora de Lázaros y, lamentablemente, eso es lo que tenemos en este país hoy. Con una pobreza que, de acuerdo a las estadísticas más recientes de la Encovi, ronda el 94 % y otro 70 y tanto por ciento de pobreza extrema.

—Existe el convencimiento de que el país cuenta con un relevo generacional que nos podría sacar de este atolladero. Sin embargo, le pregunto ¿Cree que las generaciones mayores deben asumir activamente la reconstrucción de Venezuela?

—Eso es hoy más actual que nunca. La reconstrucción de Venezuela no es ni remotamente una recuperación económica y punto. Este país hay que reinstitucionalizarlo creando políticas y ajustes de fondo con un enfoque amplio que responda a los aspectos políticos, sociales y económicos, pero también a lo cultural, lo ambiental… Tenemos que rehacer a Venezuela para sacarla de este marasmo tremendo en el que estos irresponsables (el Gobierno actual) hundieron al país.

El proceso de reconstrucción es algo no solo complejo, sino también tremendamente doloroso –en principio–, porque implica el sacrificio de muchos, pero sobre todo el de los más pobres y vulnerables, que es donde mayor impacto tendrán sus efectos.

Es fundamental contar con una ingente cantidad de recursos humanos y materiales, así como un financiamiento externo descomunalmente alto que permita rehacer la infraestructura, los servicios públicos… y, sobre todo, que garantice la viabilidad del proyecto en el tiempo.

Esta desgracia de vivir en emergencia nos invita a reconocer la necesidad de reconstrucción como un proceso tremendamente exigente, que “quema” –para ponerle un término bien exigente– a cualquier político que se atreva a asumir las riendas.

Yo me pregunto ¿Quién va a hacerlo? ¿Dónde están los líderes que van a dirigir ese proceso multifacético? En el estricto sentido de la palabra, pedirle a los más jóvenes que sean ellos los que asuman y “se quemen”, tendría un costo exorbitantemente alto. Es allí donde los “expertos” con sus años encima, los que ya están de salida, a los que no les importa quemarse en lo inmediato y echarse en los hombros la reconstrucción del país, tienen que jugar un papel importante; ellos entienden la complejidad del asunto y poseen, además, las herramientas y el conocimiento necesario en diversas áreas… Ya después vendrán los más jóvenes, a ellos les tocará poner a andar al país posible y sacarlo adelante, ellos serán quienes se harán cargo de ese proceso de desarrollo sustentable; fundamentado, por supuesto, sobre una base muy sólida de un acuerdo político amplio y respetado. Serán los jóvenes quienes tendrán que buscar ese acuerdo para implementarlo y sostenerlo, quienes marcarán el camino a seguir en los próximos años.

Hay una cosa que yo siempre digo y reitero: el líder siempre surge en el momento en el que tiene que surgir.

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