Francisco Piedrahíta Echeverri
jesuitas.- Hacer la paz no es firmar un papel. Para nuestros mayores lo que era importante y tenía valor era la palabra, no los documentos ni las firmas. En nuestros días, desafortunadamente, la palabra ya no es compromiso sino verborrea inútil. Lo que necesitamos es una palabra que implique compromisos reales.
La paz es un mundo de realidades y no de sueños. Paz es poder vivir y trabajar con esa tranquilidad y mínima zozobra con que viven la mayoría de los países normales del mundo. Paz es poder ir a la escuela y al trabajo diario sin el temor de caer en un campo minado o ser secuestrado, violentado o amenazado. Paz no es ausencia de conflictos o de disensos, pero sí de todas aquellas manifestaciones de violencia que impiden el normal desarrollo de la vida ciudadana. La paz, finalmente, es tener la mente totalmente desminada y limpia.
Uno de los peores elementos de lucha o confrontación que ha venido utilizando la guerrilla es la mina antipersonal. Como su nombre lo dice, se atenta directamente contra la persona. No se pretende darle muerte, sino incapacitarla total o parcialmente, en su capacidad de movimiento físico o en sus órganos de reproducción sexual, es decir, que su utilización conlleva toda una concepción perversa y malintencionada. Por eso está prohibida hoy internacionalmente y Colombia se acogió a la norma internacional. Esta prohibición les importa un comino a los insurgentes que las utilizan, como tampoco les importa la constitución que tenemos, los proyectos o planes. Simplemente porque no coinciden con su supuesto proyecto de estado y de sociedad.
Estas minas, tecnológicamente muy simples, tienen unos efectos terribles. En primer lugar, hacerlas y colocarlas cuesta apenas unos pocos pesos, pero retirarlas cuesta miles y hasta millones. En segundo lugar, no está dirigida contra un enemigo determinado sino que el afectado o mejor, la víctima, puede ser cualquier persona: un niño, un anciano, un trabajador, un militar y también el mismo victimario. De hecho, en el país hay miles de víctimas de todo tipo y gravedad sin que se pueda identificar un victimario concreto, porque es impensable que un guerrillero colocador de minas tenga un GPS y una bitácora donde consigne la posición exacta de cada mina, de tal manera que pueda saber e identificar las víctimas concretas que resulten de su acción.
En un proceso de reconciliación que busca, entre otras cosas, la limpieza de los campos y veredas, lo primero que se exige es que haya una confesión de lo hecho. ¿Podrá decir la guerrilla cuántas minas colocó, dónde exactamente y con qué finalidad? La lista de víctimas es muy grande y es conocida. ¿Podrá la guerrilla identificar a los actores directos, es decir, a los colocadores de tales artefactos? Confesar esto es el primer paso para ser perdonado, pero no se ha escuchado ni una palabra de la guerrilla pidiendo perdón a todos los afectados y menos aún, ha hecho ofrecimientos de una condigna reparación. Es necesario que este actor armado exprese arrepentimiento sincero por semejantes acciones y de garantías de que no se volverán a repetir. Estos son los hechos concretos de paz, así no estén contenidos en papeles o documentos. Uno de los gestos más importantes en estas circunstancias es colaborar para que en el menor tiempo posible no quede ni una mina en el territorio nacional. Sólo así se podrán levantar las minas que las FARC han colocado en las conciencias de todos los colombianos.