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Pasión de Jesús, pasión de Venezuela

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Foto archivo Web

Por Alfredo Infante sj.

¿Qué luz arroja la pasión y muerte de Jesús a la situación que vivimos los venezolanos? Para aproximarnos a la crucifixión de Jesús, el teólogo y mártir salvadoreno Ignacio Ellacuría (+1989) nos recomienda hacernos dos preguntas claves: ¿por qué matan a Jesús y por qué muere Jesús? La primera es una pregunta histórica y la segunda una pregunta cristológica. Ambas respuestas son complementarias porque si se descuida una de ellas simplificamos el misterio de la muerte de Jesús y corremos el riesgo de opacar su luz para comprender nuestra realidad.

En el libro de los hechos de los apóstoles se recuerda a Jesús como aquel que pasó por la vida haciendo el bien (Hch 10,38); en el evangelio de Juan, Jesús resume su misión anunciando: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10) y, en los sinópticos, Jesús predica el reino de Dios, es decir, la fraternidad de los hijos e hijas de Dios, acontecimiento que en el aquí y ahora se revela en signos de vida expresados en el anuncio de su misión (Lc4,18): “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; y proclamar el año de gracia de nuestro Dios”.

Entonces, si Jesús de Nazaret es buena noticia ¿por qué lo persiguen, calumnian, apresan arbitrariamente, lo torturan, y le propinan una muerte reservada para los blasfemos? ¿por qué los poderes económicos, políticos y religiosos confabulan para sacar del escenario a Jesús y su proyecto del reino? Los evangelios sinópticos muestran a un Jesús perseguido desde los inicios de su misión pública y a los representantes del poder montando un juicio amañado y buscando, con lupa, en la praxis de Jesús, algún desliz que justifique su condena. La condena está preestablecida y persiguen a Jesús para buscar indicios que la validen.

A Jesús le montan, en lenguaje de hoy, un “falso positivo”, un juicio a discreción de los poderes que irrespeta la dignidad humana del enjuiciado. La consecuencia histórica del proyecto y praxis de Jesús es la crucifixión. Es decir, el justo inocente Nazareno es víctima de los intereses de los poderosos que ven en la propuesta de la fraternidad universal de los hijos e hijas de Dios (reino de Dios) una amenaza para al estatus quo, es decir, para sus intereses de poder. Dicho de otro modo, Jesús es una víctima histórica de la violencia institucional. La violencia institucional es expresión de lo que los obispos reunidos en Medellín (1969) y Puebla (1979) definieron como “Pecado estructural”, que son,  en definitiva, estructuras de poder que no garantizan la vida y la dignidad humana, y persiguen y matan al que exige respeto y justicia, mientras sacrifican a la mayoría a costa de sus privilegios.

Ahora bien, ¿por qué muere Jesús? es la pregunta existencial y cristológica que solo puede ser respondida desde la libertad de conciencia de Jesús y su hondo arraigo en el amor a la humanidad y su relación y fe a su padre Dios.

En el huerto de Los Olivos, Jesús está en una encrucijada, se debate entre el miedo ante el desenlace de la cruz, y su amor y fidelidad a Dios y la humanidad. Cierra su oración con un acto de fe: “Padre no se haga mi voluntad sino la tuya”, y camina con la libertad del hijo de Dios y hermano de la humanidad a la pasión y muerte en cruz. Desde el punto de vista existencial y cristológico, Jesús no es una víctima, es un sujeto libre, que cargando con la humanidad en su corazón, no claudica ante los poderes del mundo, sino que se entrega, venciendo con su muerte la propia muerte, y revelando que la dignidad humana y la libertad de los hijos e hijas de Dios es más trascendente que los poderes de facto.

Hoy, en nuestro país se siguen sacrificando justos inocentes a consecuencia del pecado estructural; y, en medio de esta tragedia, muchos hombres y mujeres, libres de conciencia, en las prisiones, en las salas de tortura, en el paredón del sistema, saben que la muerte no es el final del camino, que la verdadera muerte es claudicar y desistir en nuestra apuesta por la vida.

Con su muerte Jesús nos revela que estamos llamados a no victimizarnos, sino a ser sujetos libres y liberadores que por la fe en Dios y el amor a sus hermanos trascienden sus miedos y no son presa de los chantajes del poder. Por eso decimos que en la cruz el amor vence al pecado; eso fue lo que contempló el centurión romano cuando al pie de la cruz dijo: “Verdaderamente éste es hijo de Dios” (Mc 15, 39). Contempló tal peso de dignidad y libertad en el crucificado que descubrió en aquella humanidad la divinidad.

Sagrado corazón de Jesús en vos confío

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