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Partidos políticos: de las grandes ideas al pensamiento hueco

3.2.1_Carlos Manzo

Por Mercedes Malavé*

La participación ciudadana, las agrupaciones humanas que persiguen objetivos comunes, promover la representatividad política, ejercer el poder o –al menos– participar de él, son algunas de las características primigenias de los partidos políticos que, bien entendidas, garantizan su permanencia en el tiempo. No obstante, ¿a qué responde la actual crisis de los partidos políticos en Venezuela? La respuesta hoy trasciende las diferencias históricas que existen entre liberales y conservadores; entre “izquierda” y “derecha”

Los partidos son tan antiguos como el ejercicio mismo de la política. En plena decadencia romana, aun en medio de un sistema eminentemente aristocrático, la élite gobernante reunía a sus partidarios en grupos o facciones (protopartidos) que defendían o se oponían a determinados temas de interés público, tales como la supremacía del Senado frente a las asambleas populares –lo que hoy podríamos considerar como los conservadores del statu quo–, la necesidad de sustentar el poder en el apoyo popular impulsando reformas sociales, la participación política de grupos emergentes, mejorar las condiciones de vida de la plebe, etcétera. En ocasiones se incurrió en acciones violentas para apoyar o rechazar determinadas leyes, que justificaban, por su parte, el uso de la represión, multiplicando así el poder de la violencia al servicio de un fin político. Tampoco faltaron los intentos de usar los tribunales como medio para arruinar políticamente al contrincante.

Existe, por tanto, una naturaleza o principio de operaciones común a todos los partidos, pese a su evolución en el tiempo. Entre esos rasgos esenciales están la participación de los ciudadanos alrededor de una determinada visión del Estado, del gobierno o de la sociedad, que suelen ser contrastantes entre sí; la conformación de grupos que comparten objetivos a alcanzar en asuntos de interés público; la promoción de la representatividad política, ya sea mediante el ejercicio del sufragio o de cualquier otro mecanismo de escogencia. En las democracias occidentales, la máxima pretensión de los distintos partidos es ejercer el poder, o al menos participar en él, mediante la presentación de candidatos en procesos electorales. Una vez en el poder, estos intervienen en el devenir socioeconómico de las naciones, en la promoción de determinados valores nacionales, en el poder legislativo, entre otros muchos temas.

Por eso, pese a la situación de auge y declive que han presentado en los últimos años, me atrevo a asegurar que los partidos políticos siempre existirán, y que no hay ejercicio real de la política sin partidos. Con esta visión amplia, si se quiere abstracta, de la noción de partidos políticos, analicemos el mayor desafío que enfrenta hoy la noción y naturaleza de estas organizaciones, a partir del repaso de los grandes temas ideológicos que han suscitado la vida de estas, hasta llegar a las causas de su declive en nuestros días.

Liberales y conservadores

Una de las grandes causas de la partidización política moderna, ha quedado evidenciada o significada en los términos liberal y conservador. Se consideran liberales las posiciones políticas que sostienen que el principio modelador y transformador de las instituciones, por lo tanto, del Estado, son las libertades individuales; conforme las libertades humanas se vayan orientando hacia una u otra tendencia, las instituciones, las leyes y los gobiernos deben adaptarse y ajustarse a esos nuevos planteamientos. Esta postura no solo conlleva a una visión de Estado que está controlada o delimitada por el ejercicio de las libertades individuales, sino también a la consideración de que las mayorías no pueden imponerse sobre las minorías. Como afirma Michael Walzer:

[…] a los liberales se nos describe mejor en términos morales que en términos políticos: de mentalidad abierta, generosos, tolerantes, capaces de convivir con la ambigüedad, dispuestos a entablar discusiones en las que no nos creemos obligados a ganar. Cualesquiera que sean nuestra ideología y religión, no somos dogmáticos; no somos fanáticos1.

Como su contraparte, el término conservador surge casi de manera despectiva frente a las reivindicaciones del liberalismo. Si bien la libertad individual constituye el rasgo esencial y definitorio de la dignidad o superioridad del ser humano, ni su poder es absoluto ni su orientación está determinada por los valores superiores del bien y la verdad. Los conservadores sostienen que las instituciones y las leyes orientan y guían el ejercicio de las libertades individuales, preservan valores y principios nacionales y velan por la progresiva incorporación de las demandas sociales sin alterar el orden del Estado y de la sociedad. En su célebre discurso sobre la actitud conservadora (On being conservative), el filósofo inglés Michael Joseph Oakeshott hace una exposición muy elocuente de lo que significa ser conservador:

Ser conservador consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica. Las relaciones y las lealtades familiares serán preferidas a la fascinación de vínculos potencialmente más provechosos. El adquirir y el aumentar será menos importante que el mantener, cuidar y disfrutar. El pesar que provoca la pérdida será más agudo que la excitación que suscita la novedad o la promesa. Se trata de estar a la altura de la propia suerte, de vivir conforme a los propios medios, contentarse con perfeccionarse en función de las circunstancias que nos rodean.

[…] Los cambios pequeños lentos les resultarán, en consecuencia, más tolerables que los grandes y repentinos, y valorará sobremanera toda apariencia de continuidad. Algunos cambios, sin duda, no presentarán ninguna dificultad, pero, nuevamente, no porque traigan progresos evidentes sino, simplemente, porque serán fácilmente asimilados: el paso de las estaciones se mitiga porque recurre, y el crecimiento de los niños porque es continuo. Y, por lo general, el temperamento conservador se adaptará más fácilmente a los cambios que no desdicen expectativas, que a la destrucción de lo que no parece llevar en sí el motivo de su disolución. Es más, ser conservador no consiste en rehuir el cambio (que puede ser una idiosincrasia); es también una forma de adaptarse a los cambios, una actividad, ésta, ineludible para el ser humano2.

En el terreno político, veremos pues reflejadas estas primeras orientaciones al cambio y a la preservación, clásicamente vinculadas a las tradiciones liberales y conservadoras. Sus extremos se manifiestan tanto en un libertinaje radical como en el tradicionalismo que pretende revivir o imitar tiempos remotos. Cualquier aprendiz encontrará en ambas posturas criterios válidos, posturas moderadas, y podrá considerarse a sí mismo liberal en algunas cosas y conservador en otras. La partidización de las posturas liberales y conservadoras conlleva la tendencia a extremar y absolutizar planteamientos que de por sí son coyunturales y relativos. De ahí la necesidad de que ambos presenten ofertas programáticas factibles, ajustadas al marco normativo que no solo prevé la existencia de instituciones de carácter estable y fundacional, sino también la progresiva incorporación de las demandas sociales en el sistema de garantías y reconocimiento a las libertades individuales.

Izquierda y derecha

Para muchos políticos y analistas contemporáneos, las definiciones de izquierda y de derecha han quedado obsoletas y desvirtuadas. Sin embargo, su aplicación sigue siendo útil. El contraste entre el individuo y el colectivo se presenta en términos de jerarquía, esto es, de superioridad. El individualismo se asocia a las posturas de derecha, mientras que las demandas del colectivo, de las mayorías desprovistas de beneficios y reconocimiento, son tomadas como bandera de la izquierda.

Más allá del origen de estas denominaciones, interesa centrarse en el debate actual sobre los alcances reales de las categorías de izquierda y de derecha: ¿hasta qué punto se diferencian unas de otras en el ejercicio del poder?, ¿cuáles han sido hasta ahora las reivindicaciones sociales que los grupos de izquierda han promovido y ejecutado con éxito?, ¿realmente hablar de derecha hace referencia a un grupo de individuos orientados únicamente por sus intereses personales, al margen de los intereses del colectivo?

La izquierda asocia el Estado a la defensa del pobre, de las masas depauperadas; es decir, el Estado es responsable de eliminar la pobreza, generar equidad e igualdad entre los ciudadanos. Mientras que en el conservadurismo el Estado y las instituciones se asocian al statu quo de la élite gobernante, la izquierda apuesta al relevo de la clase gobernante para reivindicar a los pobres. El asunto es que, una vez llegados al poder, lo que ellos encarnan es el estatus de élite gobernante, no las demandas del colectivo; de ahí que los grupos de izquierda se comporten de manera muy similar a los de cualquier élite social y política.

Por su parte, la derecha se asocia al liberalismo en su empeño por reivindicar las libertades individuales como la única fuente de superación tanto de los individuos como de las sociedades. Ser de derecha supone la defensa de un Estado delimitado en su poder por otras fuerzas sociales, como pueden ser las reglas de la economía y del mercado, que parecen traer en su misma lógica intrínseca el germen de la desigualdad. Al ser los grandes defensores de las libertades humanas, su posición reivindica la noción de persona sobre la masa, asumiendo el desafío de buscar soluciones y mecanismos de igualdad de oportunidades, mediante incentivos y propuestas no estatistas, para personas que nacen en condiciones desiguales, orientando los procesos económicos hacia la búsqueda del bien común. En el número 36 de la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI, se plantea con nitidez este razonamiento:

Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en este sentido. […] Se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o “después” de ella.

[…] El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar […] que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma3.

Las posturas políticas de la izquierda y de la derecha son compatibles con la promoción del sistema democrático. De hecho, tras un pasado oscuro, gran parte de la evolución de ambas ideologías ha sido guiada por la aceptación de las reglas de juego y los valores democráticos. Para Sartori:

[…] necesitamos un criterio como el de izquierda-derecha para ordenar el espacio político. Porque el continuo ‘izquierda/derecha’, es el continuo a través del cual, tanto las elites como el público de masa perciben la política. No dice mucho, pero es útil […] todo arreglo ‘izquierda/derecha’ es un imaginario espacial.

Pensamiento hueco

El gran desafío de los partidos políticos hoy obedece a las grandes carencias en materia ideológica y doctrinaria. A riesgo de quedar muy cortos en la exposición, nos hemos paseado por los grandes ejes temáticos que proponen y defienden las diversas corrientes políticas a fin de que, por contraste, notemos el enorme hueco, vacío e inconsistencia que impera en el discurso y en las conductas políticas de hoy.

Quizás la mayor evidencia del pensamiento hueco incrustado en la política sea el populismo; esa orientación hacia la transformación del marco legal-institucional, a fin de garantizar la permanencia en el poder de una determinada élite política:

Atacan a los tribunales y a la prensa; menoscaban las garantías constitucionales; se apoderan del control de los medios de comunicación; reorganizan el electorado excluyendo a las minorías; acosan o reprimen de manera activa a los líderes de la oposición, todo ello en nombre del gobierno de la mayoría. Son, como ha dicho Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, ‘demócratas iliberales’4.

El avance del populismo constituye una verdadera amenaza para el sistema de partidos, pues supone el debilitamiento de la democracia y con ella de la política misma. El populismo avanza por contagio y debilitamiento, por ejercicio mimético de formas aparentemente exitosas de ejercer el poder logrando suspender las dinámicas propias del sistema democrático: participación, alternabilidad, balance y equilibrio en el ejercicio del poder. Solo pueden empeñarse en su consolidación personas ajenas a todo planteamiento ideológico y sin valores que defender; sin una noción comprometida de libertad individual ni tampoco de bienestar colectivo. El populismo socava la acción interna de los partidos para beneficiar a una pequeña cúpula política.

Siguiendo los planteamientos de Carlos Raúl Hernández, el populismo se asienta en sociedades que han entrado en dinámicas autodestructivas, tanto de las libertades individuales (han dejado de creer en sus propias potencialidades), como de las instituciones públicas (quieren reinventar el sistema democrático), siendo el sistema de partidos políticos uno de los principales afectados. Al populista no le interesan las grandes cuestiones ideológicas que pueden plantearse en toda sociedad, sino la preservación del poder y el control de la sociedad a toda costa. Ni las garantías a las libertades humanas, ni la preservación de la tradición institucional; ni la promoción de los individuos como protagonistas del cambio socioeconómico, ni las reivindicaciones sociales del colectivo. El esquema de actuación del populismo carece de planteamientos sólidos que exijan tomar posturas coherentes frente a los temas que se plantean. Van mutando; se impone el engaño y el mensaje electoral para captar amplios sectores de la población, unido a la figura del líder carismático que establece una relación sentimental, no racional, con los ciudadanos.

Renovar los partidos políticos en la actualidad supone volver al debate de los grandes temas de interés público; a las grandes posiciones políticas enfocadas hacia los diversos temas de la coyuntura actual. Presentar propuestas a los ciudadanos con identidad clara y argumentos sólidos, sabiendo fijar, con las otras fuerzas políticas existentes, mecanismos que permitan salvaguardar la convivencia democrática con sus variables propias. En definitiva, actualizar las grandes causas que dieron origen al debate público, a la aparición de partidos políticos, no para volver a tiempos pasados ni para retroceder en materia de libertades y derechos políticos, sino para orientar la participación ciudadana hacia esas dinámicas plurales que dieron origen a la existencia de los partidos.

Notas:

  1. WALZER, M. (30 agosto, 2020): “A lo mejor eres liberal y ni siquiera lo sabes”. En: El País.
  2. OAKESHOTT, M. (1981): “¿Qué es ser conservador?” Traducido del libro Rationalism in politics and other essays. London. Disponible en línea.
  3. Benedicto XVI (29 junio, 2009): Caritas in Veritate. Ciudad del Vaticano. Disponible en línea.
  4. WALZER, M. (30 agosto, 2020): (op. cit).

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