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Participar en las elecciones

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Por Pedro Trigo, SJ*

Comenzamos asentando que participaremos en las elecciones. Y que consideraríamos una falta muy grave de responsabilidad no participar. Como no es una decisión arbitraria ni un mero acto de voluntarismo, vamos a exponer las razones que nos llevan a votar.

El punto de partida es que participamos desde la realidad tal como es, con la esperanza de que un día llegue a ser como debe ser. No es posible una verdadera transformación que no parta de lo dado. Si se desconoce lo que existe, no se dará una verdadera transformación, sino una superposición de ambas realidades y nosotros buscamos una transformación superadora.

Hay que hacer todo lo posible porque las elecciones sean lo menos opacas e injustas posibles; pero sabiendo que no estamos en una democracia, sino en una dictadura con métodos totalitarios. Sabiendo, pues, que las elecciones no son limpias ni lo van a ser. Participamos, pues, en estas elecciones y no en unas que no existen ni van a existir en el corto plazo.

Vamos a estas elecciones porque queremos participar, porque la participación forma parte de nuestra responsabilidad ciudadana. Porque no queremos ni resignarnos a lo dado ni vivir maldiciendo todo el rato del Gobierno. De las dos maneras estamos en poder de él. Queremos hacer todo lo posible para que el Gobierno sepa que existimos y que somos independientes de él. Y, porque somos independientes, iremos a votar para actuar nuestra responsabilidad ciudadana.

El Gobierno tiene que comprobar una vez más lo que ya sabe: que es minoría absoluta. Y tiene que comprobar lo que acabamos de decir, que la mayoría no es pasiva, sino activa. Por eso no sólo queremos votar, sino convencer a la mayor cantidad posible de ciudadanos de que, si se respetan a sí mismos, tienen que votar.

A la desmovilización, que es la estrategia del Gobierno para que le dejen todo el campo a él, tenemos que oponer nuestra participación consciente.

A la democracia la caracteriza la deliberación, que según el diccionario es “considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión, antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emitirlos”. Siempre, pero más intensamente todavía durante la campaña electoral, tenemos que ejercitar la deliberación en la mayor medida que nos sea posible y tenemos que involucrar a la mayor cantidad de gente posible. Tenemos que aprovechar este tiempo para estimular el que la gente le eche cabeza a la situación, se exprese, escuche, dialogue y llegue a algunos acuerdos. Es el modo de ayudar a que se constituya de una manera progresivamente densa el cuerpo social personalizado.

El segundo motivo para ir a las elecciones es tener la mayor cantidad posible de representantes que nos representen realmente. Esto no depende sólo de nosotros. Depende, ante todo, de los partidos. Y los partidos, tanto el del Gobierno como los de la oposición, no tienen contacto orgánico con el pueblo. El del gobierno está en el pueblo para controlarlo, para que no se exprese desde sí mismo y para controlar el terreno, de manera que no tenga acceso la oposición. O sea que está en el pueblo en contra del pueblo soberano. La oposición, salvo alguna excepción, va al pueblo a ganar votos, como lo han hecho la mayoría de los partidos y todos desde las dos últimas décadas del siglo pasado. Y últimamente casi no va, sino se contenta con el contacto digital.

Participar en las elecciones
Crédito: cortesía Tal Cual Digital

Por eso votar por los candidatos de los partidos de la oposición, que es lo que vamos a hacer, no es convalidarla. En casi todos los casos (Dios quiera que sea sólo en la mayoría) es votar por el mal menor. Como en el caso del Gobierno, nos atenemos a la realidad, que tampoco en la oposición es democrática. En ningún partido existe la deliberación consecuente entre sus afiliados. Esta situación la calificamos de muy deplorable, incluso de gravísima. Pero nos parece que sería una irresponsabilidad de nuestra parte asentar que no votamos por la oposición hasta que no se democratice. Votamos desde la realidad, que a nivel político es pésima. Si no votamos, no tenemos ningún derecho a exigir a la oposición que se democratice, que mire más allá de sus cuadros y del corto plazo.

Tenemos que estar claros que, si llegara a darse un acuerdo por el que los capos del Gobierno salieran del país, con la condición de que no los van a apresar en el lugar donde vayan y van a contar con lo que han robado, y se formara un gobierno de coalición y luego se hicieran unas elecciones, no habría una alternativa superadora y al pueblo le seguiría yendo muy mal.

Esto significa que, para que se dé una alternativa superadora (y no podemos conformarnos con menos), se requiere una transformación radical de los partidos, entre los que también incluimos al Psuv, que también tiene derecho a existir. No nos llamamos, pues, a ilusiones. Es indispensable una transformación radical, que ojalá, al menos algunos, se empeñen en llevarla a cabo desde ya mismo.

Pero mientras tanto los ciudadanos no podemos resignarnos y ausentarnos de la realidad. Tenemos que enfrentarla como es y ejercer en ella nuestra responsabilidad ciudadana en la mayor medida posible. Por eso vamos a votar en las próximas elecciones y votaremos por la oposición. Y llamamos a nuestros conciudadanos a que no olviden su responsabilidad ciudadana y vayan también a votar.

Insistimos en que votaremos, no porque estemos de acuerdo, sino porque votar es el mal menor. Hoy no existe posibilidad entre votar por algo bueno y votar por algo malo, sino la de votar por el mal menor. Porque no votar, en eso hemos insistido, es lo peor que podemos hacer. Puesto que el Gobierno ha convocado las elecciones, las dos posibilidades son votar o no votar. Para nosotros no votar es una grave irresponsabilidad. Luego tenemos que votar. Como tenemos que votar por lo que hay y sólo en algunas circunscripciones hay un candidato con el que estemos de acuerdo porque es genuinamente democrático y busca el bien del pueblo, en los demás casos no nos queda más opción que votar por el mal menor. Somos conscientes de que votamos por un mal; pero no votar es un mal más grave: una grave irresponsabilidad. Luego tenemos que votar por lo menos malo, con la esperanza de que, si todos asumimos nuestra responsabilidad, en otra elección podremos contar con un candidato que tenga la preparación adecuada, solvencia moral y busque el bien del pueblo. En cada ocasión hay que elegir entre lo posible.

Pero además de elegir para ejercer nuestra responsabilidad, en este caso concreto hay otra razón específica para votar: tratar de que no se haga efectivo el Estado comunal. Este Estado nada tiene que ver con lo que sugiere su nombre: un Estado cuya democracia comience a ejercerse al nivel más elemental: el de cada ciudad o municipio porque los ciudadanos han elegido decidir en común ejercitando la deliberación y mantenerla en el ejercicio del Gobierno. En el Estado comunal se trata, por el contrario, de que no haya deliberación en la base, sino que las autoridades sean meras correas de trasmisión de lo decidido en lo más alto y que sirvan también para controlar a sus vecinos de manera que se impida la deliberación. Es la institucionalización de la dictadura desde la base. Es el mecanismo para que no se ejerza la ciudadanía, que incluye la deliberación. En esta coyuntura no votar es dejar que el Gobierno cumpla su objetivo. Es resignarse a él por omisión. Irresponsabilidad pura y dura.


* Doctor en Teología. Profesor universitario. Investigador de la Fundación Centro Gumilla. Miembro del Consejo de Redacción de la revista SIC.

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