Alfredo Infante sj
Los panameños convocaron para el pasado 20 de noviembre, una marcha contra la invasión de inmigrantes venezolanos. Triste noticia.
Este hecho tiene una doble cara. Por un lado, desde nuestro país, pone al descubierto un hecho constatado por todos a diario y negado sistemáticamente por las instituciones del Estado: “el país se nos está despoblando”, “se nos está descapitalizando”, “hay fuga de cerebros y corazones”, “de talento”, pero también fuga de delincuencia y de todo aquello que ha minado nuestra convivencia.
Somos exportadores de las bondades de nuestra cultura, pero también del deterioro antropológico que estamos viviendo. Sí, si nos rechazan, tenemos que caer en la cuenta que no somos tan chéveres como pensamos. Que los venezolanos no somos lo mejor del mundo, sino una cultura más de este mundo, con sus luces y sombras.
Pero más allá de las percepciones de este rechazo es importante caer en la cuenta qué hay detrás de este fenómeno migratorio. La razón más básica es que muchos venezolanos consideran que el país y su sistema político-económico no es amable para vivir, es inhóspito y como respuesta deciden desalojar la casa.
La huida es siempre una opción humana ante las dificultades. Muchos venezolanos ven más adecuado para sus intereses irse del país que quedarse y arreglar la casa. Respetable decisión, pero como vemos, la emigración no es un camino color de rosas. No es lo mismo ser turista raspa cupo en Panamá, que ser inmigrante. Como dice el dicho “a los tres días el muerto hiede”.
Desde Panamá, este acto xenofóbico, pone al descubierto la cara más fea del alma panameña, el miedo por el otro, sus resentimientos y heridas. El pueblo panameño es un pueblo que ha sufrido mucho en sus relaciones con otros pueblos. Primero la “separación” o “independencia” de Colombia. Pongo ambos términos “separación” o “independencia” porque esta es una discusión aún viva que exalta mucha pasión entre los panameños. Después la “invasión- ocupación” o “protectorado” de USA, otra herida histórica no resuelta sobre la que el pueblo panameño se encuentra aún hoy polarizado y con muchos resentimientos.
Para comprender esta reacción de marchar contra la invasión venezolana, conviene saber que recientemente el flujo migratorio sur-sur y sur-norte ha aumentado exponencialmente y ha tenido a Panamá como puente y destino. El mismo hecho de que Panamá viva de cara al canal marítimo ya la abre al comercio mundial y, también, la convierte en lugar privilegiado para el tránsito migratorio.
La percepción del panameño de a pie es que está siendo invadido. Además, es bueno recordar que la sociedad panameña ha sido impactada fuertemente durante los últimos años por la crisis humanitaria generada por el conflicto colombiano.
Estos hechos han despertado en grupos radicales panameños un rechazo hacia los inmigrantes, y ahora, por la llegada masiva de nuestros connacionales, un rechazo hacia los venezolanos.
Además, las políticas de Estado y los medios de comunicación han enviado el mensaje de que la raíz de todos los males son los inmigrantes y, especialmente, los inmigrantes latinoamericanos.
De esto, nosotros los venezolanos, tenemos mucha experiencia, porque, aunque hemos sido tierra de acogida, en los tiempos de crisis se señalaba por activa y pasiva a los “colombianos” “peruanos” “ecuatorianos” y “haitianos” como los causantes de nuestro deterioro social. La reacción panameña es triste, sí, pero forma parte del libreto de las sociedades ante el fenómeno de la inmigración.