Apreciado amigo no-venezolano que aún no entiende lo que pasa hoy en día en Venezuela, aclaremos una cosa: no le estoy pidiendo que conozca a profundidad nuestra historia, desde aquella época precolombina tan poco estudiada por nosotros mismos, pasando luego por la conquista y la colonia, por Bolívar, la guerra de independencia, la federal, las historias crueles de las dictaduras de Gómez y de Pérez Jiménez (sí, hubo otras dictaduras antes de esta), hasta la esperanza que nos dio la llegada de la democracia, la novedad y luego realidad compleja de la revolución bolivariana, hasta terminar en esto que hoy nos desvela.
Son demasiados años y demasiados textos, y yo me imagino que ya tiene usted bastante con estudiar su propia historia. Tampoco le estoy pidiendo que lleve el pulso de las noticias actuales. A nosotros nos cuesta mucho mantenernos bien informados con este nivel de velocidad con el que ocurren los hechos. Hace algún tiempo nos levantamos con dos asambleas o congresos (una la elegimos en el 2015 y la otra nos la impusieron en 2017), luego aparecieron dos tribunales de justicia, posteriormente nos despertamos con dos fiscales generales y cuando aún no termina el primer mes del año acá estamos, con la absoluta anormalidad de tener dos presidentes.
En el medio de las protestas masivas que comenzaron este 23 de enero, nos acostamos todas las noches actualizando cifras de gente asesinada y detenidas por el simple hecho de haber salido a la calle a mostrar su cansancio y su descontento, como probablemente lo hace usted en el país donde vive. Espero, de todo corazón, que eso nunca le cueste ni la vida ni la libertad.
Habiendo aclarado que no quiero que sea usted un conocedor del desarrollo histórico de la patria venezolana ni que cada 15 minutos revise Twitter para ver cuántos presidentes tenemos y cuantas protestas hay convocadas, sí hay algo que me gustaría que entendiera y que, de ser posible, aceptara como una realidad irreversible: a estas alturas de la historia ningún venezolano tolera la defensa de lo indefendible.
Le ruego que no nos crea intolerantes. Todo lo contrario, hemos sido un pueblo amable que ha aguantado golpes de estado, errores políticos de diversa índole, periodos de penurias, de desastres naturales, diversidad de opiniones sobre partidos, equipos deportivos, ideas de cómo se gobierno un país, etc., etc. Hemos tolerado tanto que tal vez no pudimos prever la calamidad que se nos venía encima.
A pesar de la esperanza que teníamos de que escucharan nuestros mensajes y nuestros gritos de cambio, la indolencia del poder frente a nuestras necesidades ha llegado a tal extremo que hemos tenido que salir masivamente a la calle a decir basta de una manera inequívoca. Es por ello por lo que mi solicitud es bastante simple: evítenos el desagrado de tener que escucharlo o leerlo defender a Nicolás, a sus ministros, a sus fuerzas de seguridad o a todos aquellos que bajo su tutela nos han reprimido hasta sofocarnos y empobrecido hasta convertirnos en los nuevos refugiados del mundo.
No vaya a creer usted que yo estoy en contra de la libertad de expresión. Todo lo contrario, defiendo la suya, la mía, y la de todos los que pueda. Lo que ya se me hace difícil comprender es la indiferencia ante el dolor ajeno a la que somos capaces de llegar por el solo hecho de proteger una ideología o posición política que impone que su solidaridad se la debe a un régimen y no a otro ser humano. Claro que tiene usted la libertad de considerarse persona de izquierda, revolucionario, anti-capitalista, anti-imperialista, y toda otra categoría que se ajuste a lo que su pensamiento político le convoca. Lo que en este momento nos cuesta creer es que aun pueda considerar a un gobierno que ha sumido su pueblo en la pobreza más inimaginable y se niegue a aceptar ayuda externa para al menos aliviarla, como un gobierno de “ideas progresistas”.
Yo defiendo su libertad de creer en la ideología política que le parezca, pero ojalá pudiese usted al menos respetar el sufrimiento que sentimos ante nuestra tragedia. La tragedia es de tal magnitud que a pesar de los años de aguante que cargamos sobre los hombros, la idea de que usted defienda a quienes hoy disparan a nuestros jóvenes en la calle “para defender la revolución” no sólo nos causa indignación, sino que también nos causa tristeza.
Yo no sé si lo que le digo le suena hueco, pero sepa usted que hemos aprendido que en momentos como los que vivimos las y los venezolanos no hay mayor desconsuelo que sentirnos solos, sobre todo cuando ahora comprendemos por experiencia que las “buenas” intenciones y las ideas de igualdad y progreso en un macro proyecto político no valen mucho cuando quienes detentan el poder no son capaces de gobernar para todos sino sólo para ellos mismos mientras al mundo le repiten que están construyendo una revolución para el pueblo. Nos sentimos solos cuando usted se vuelve un eco del opresor y un sordo para el oprimido.
Imagino que mientras me lee (si es que me lee) estará esgrimiendo mentalmente el argumento de la “geopolítica mundial” y repite en voz baja: “EEUU le quiere robar el petróleo a Venezuela”; “los gringos quieren controlar a América Latina”, y otras perlas que ya hemos escuchado hasta el aburrimiento. Aparte de que convenientemente usted olvida que los rusos y los chinos probablemente quieran lo mismo, le informo algo muy básico: a la hora de buscar el alimento de sus hijos, la medicinas para sus enfermos, los cuadernos y lápices para los que estudian, la seguridad donde ya no la hay, todo venezolano y toda venezolana sufren.
La hiperinflación, que se supone llegó a 1.300.000 % en el 2018 (un millón trescientos mil por ciento…así, en letras, por si los números son difíciles de digerir), la escasez, y la violencia, nos han quitado la paz. Cuando un guardia nacional ejecuta a un joven por protestar, cuando un comando de las fuerzas especiales de la policía entra en su casa sin orden judicial y con agresión le roba su dinero, su dignidad y la posibilidad de dormir, ningún venezolano víctima de esa realidad piensa en que la orden vino del “imperio”.
Esas situaciones, que desgraciadamente suceden con más frecuencia de la que quisiéramos, se repiten por la impunidad con la que ocurren, no por el designio de “quien nos quiere robar el petróleo”. Lanzar la piedra y explicar que todo lo que ocurre en el país es culpa de la geopolítica es hoy por hoy una forma bastante pobre de encubrir a un perpetrador.
Por último, amigo no-venezolano, si aún defiende usted lo indefendible, le comento – en caso de que me haya malinterpretado- que siempre estamos abiertos al debate. No crea usted que no queremos responder preguntas, pensar críticamente sobre los orígenes de nuestras desventuras y las posibles soluciones a la crisis, y debatir con respeto nuestras diferentes posturas. Todavía tenemos mucho que analizar y mucho que aprender.
Lo que sí quiero reiterarle es que ha sido tanto el daño y tan dolorosas las consecuencias que ya no podemos separar nuestra desgracia de quienes la han causado y agudizado. Por eso, antes de escribir y vociferar que apoya a la dictadura que ha ocasionado este dolor colectivo, le recomiendo que le invite un café a algún refugiado venezolano (encontrará uno en cualquier país donde se encuentre, ahora somos millones desperdigados por el mundo), cierre los labios por donde grita ideología y active el sentido de la escucha para oír la historia de quien tiene en frente.
Pregúntele como se siente, porque se fue, en qué consisten sus nostalgias, y asegúrese de permitir que sea él o ella quien le explique porque el país se convirtió en ese lugar desamparado de donde miles quieren huir para sentirse protegidos en otras tierras. Usted sacará sus conclusiones. Por mi parte, puedo asegurarle que con esa actitud nos sentiremos un poco menos solos, y usted -espero- un poco más coherente.
Fuente: Veneca en el Exterior