Revista SIC 797
Agosto 2017
El país está en coma. Nuestra cotidianidad es cada día más cuesta arriba, casi insostenible. Sobrevivir se ha convertido en un desafío. No hay nada dado, supuesto; cada día hay que inventarlo.
Qué hacer para no pasar hambre y por lo menos tener una comida diaria; cómo llegar al trabajo y regresar a casa sin ser asaltados; cómo armarse de paciencia para aguantar entre cuatro y seis horas diarias en la cola del transporte público y, al final, tener que pagar un sobreprecio para poder llegar a casa, descuadrando el salario de hambre que se recibe; qué hacer para no enfermarse porque los hospitales están deteriorados y colapsados y no hay medicinas; no contamos con agua potable, ni cómo hervirla, porque el gas escasea y cuando llega es caro y las colas son inmensas para poder adquirirlo; la electricidad es irregular, fluctúa constantemente dañando los aparatos domésticos que, dados los niveles de inflación, las familias no tienen como reponer.
Las fiestas y los convites de patio, tan propios de nuestra cultura, han quedado estacionados en la memoria como recuerdos felices, hoy es un lujo que solo se pueden dar los que orgánicamente están enchufados en las redes del poder; pululan, como en Haití, en los frentes de muchas casas, mesitas donde se venden pequeñas cosas usadas o productos detallados en porciones mínimas, señal de una economía del día a día; las ratas y los perros compiten con la gente que busca entre los desechos un pedazo de arepa para saciar el hambre; los colectivos armados, paramilitarismo bolivariano del socialismo del siglo xxi, junto a la red de patriotas cooperantes o sapos de la dictadura, amenazan y persiguen cualquier disidencia y descontento ante la situación; la cotidianidad está militarizada, los carros y tanquetas de guerra recorren la ciudad con hombres armados, vestidos de verde oliva, algunos con armaduras cual “robocot”, y otros vestidos de negro, con pasamontañas, jugando a la guerra, apresando, torturando y matando en nombre de la paz y la revolución a quien protesta y manifiesta su malestar ante el statu quo.
Mientras tanto, los medios de comunicación y las cadenas propagandísticas del Gobierno hablan de patria y soberanía pretendiendo imponer infructuosamente la narrativa del poder. Pecado estructural, sistema de muerte. Así las cosas. Esto no es cuestión de izquierdas vs. derechas; ni de ricos vs. pobres; es, sí, un asunto de sociedad soberana vs. Gobierno tiránico; de vida digna vs. esclavitud; democracia vs. dictadura.
En medio de esta situación, la ciudadanía no solo ha resistido, sino que se ha ido constituyendo en medio de la adversidad en un auténtico sujeto social, con una voluntad política de transformación democrática. Por eso creemos que la consulta popular, celebrada el pasado 16 de julio, fue un auténtico acontecimiento histórico con una densidad democrática inédita en la historia de nuestro país y de América Latina. No fue un suceso, porque lo propio de un suceso es que es algo que ocurre en continuidad con lo que venía pasando y, por tanto, no entraña novedad, ni trascendencia alguna. En cambio, un acontecimiento es un hecho denso, inédito, que revela una novedad y se transforma en hito histórico. Veamos algunos rasgos de esta novedad.
En primer lugar, quien asistió a la consulta participó por cuenta propia, porque para cada quien fue un acto autónomo y libre, una decisión absolutamente personal, sin chantajes, ni presión de ningún tipo por parte de quienes lanzaron y operativizaron la iniciativa.
En segundo lugar, la gente se asumió como un cuerpo social cohesionado ya que, en los centros electorales, aunque no todos nos conocíamos, nos experimentamos hermanos, unidos, compartiendo un mismo horizonte de país. Fue un espacio de encuentro y de reconocimiento social; por ejemplo, en un mismo centro, convergían personas de distintas clases sociales, soñando juntos por un mismo país, se saludaban, se encontraban y verbalizaban sus sueños e imaginación.
En tercer lugar, la consulta fue de suyo una concertación política, porque muchos chavistas (no maduristas) concurrieron a las mesas para expresarse, así como también la gama de tendencias políticas opositoras representada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), y más allá de cualquier tendencia política, acudieron, de igual modo, los llamados “ni, ni”, quienes en las tertulias espontáneas en las cercanías de los centros electorales dejaban claro que no eran ni chavistas, ni de la MUD, pero que estaban claros que esto tenía que cambiar y que la asamblea nacional constituyente (ANC) de Maduro era una imposición inconstitucional intragable.
En cuarto lugar, fue un acto de trascendencia cultural donde la viveza criolla fue superada por un impecable espíritu ciudadano que generó un ambiente de confianza y responsabilidad íntegro.
En quinto lugar, fue un acontecimiento civil que demostró que no se requiere de Plan República para garantizar el orden y la seguridad de un evento electoral cuando la ciudadanía asume el protagonismo del proceso.
En sexto lugar, fue un acto de fe en “los poderes creadores del pueblo” porque nos mostramos a nosotros mismos y al mundo los dones y el ingenio que poseemos y que somos capaces de desplegar exitosamente en tan poco tiempo y con tan pocos recursos a favor del bien común, en una atmósfera festiva, lúdica.
En séptimo lugar, desde el punto de vista gerencial, pese a la maldición histórica del rentismo, se reveló un espíritu emprendedor de alto nivel, pues se hizo uso eficiente de tiempo y de los pocos recursos disponibles y se llegó, de manera altamente eficaz, al logro de los objetivos. Tal como lo señaló el ex rector del CNE, Vicente Díaz, después de conocer los primeros resultados (7.186.170) y las proyecciones a 7.6 millones como total de la jornada: “Esos números de ayer se lograron con 14 mil mesas insta- ladas cuando lo máximo obtenido previamente se hizo con 45.000”. Ha sido, pues, el proceso electoral más eficiente, ordenado y confiable de nuestra historia política, además de inédito por su característica: propuesto por organizaciones de la sociedad civil, coordinado por la Mesa de la Unidad Democrática y operativizado por los partidos políticos junto a las universidades y organizaciones de la sociedad civil, sin participación del gubernamental Consejo Nacional Electoral (CNE).
En octavo lugar, desde el punto de vista ético, fue una decisión que desató un modo de relación tan auténtico que afloró la solidaridad, la honestidad, la responsabilidad, la participación, la ayuda mutua, la confianza, el respeto, afirmando que es mentira que los valores se han perdido, y que cuando nos relacionamos desde lo mejor de nosotros mismos, estos fluyen con naturalidad.
En noveno lugar, desde el punto de vista comunicacional pese a que Conatel amenazó y censuró a los medios para que no cubrieran el evento, la información fluyó por las redes y boca a boca, generando una gran movilización en todos los rincones del país.
En décimo lugar, fue un acto de incidencia internacional por la cualificada presencia de los observadores internacionales y el impacto positivo que tuvo a nivel de las redes y medios internacionales; tanto, que a escasos dos días ya se contaban alrededor de dieciocho pronunciamientos de jefes de Estado con tendencia a más.
El país está en coma, sí, por las arbitrariedades de quienes se han adueñado ilegítimamente del Estado, pero la sociedad venezolana tiene un espíritu enorme de resiliencia capaz de reponerse a cualquier adversidad y rehabilitarse democráticamente, con el convencimiento de que los conflictos se resuelven pacíficamente en las urnas, no con la guerra.
Para que haya República, los actores políticos (Gobierno y MUD) deben leer bien este acontecimiento inédito de nuestra historia y evitar azuzar los lobos de la violencia. El pueblo habló contundentemente: no a la guerra, no a la dictadura, sí a la paz y a la democracia.