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Padre Alfredo Infante, s.j.: “Hay una fuerza social contenida que va a emerger”

1. Fabian-Giampaoletti (1)

Por Grace Lafontant

Promotor de los derechos humanos y la organización comunitaria, el sacerdote y filósofo se enfrenta a una nueva etapa como provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela y vicecanciller de la UCAB. “La solidaridad de clases, y no la lucha de clases, es nuestro modo de afrontar la situación”, dijo sobre la visión que guía su trabajo

“Debemos emprender el camino del reencuentro” afirmó el padre Alfredo Infante, el pasado 14 de enero, cuando tomó posesión como provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela. El sacerdote fue designado por el superior general de la congregación, Arturo Sosa, s.j., para sustituir a Rafael Garrido s.j., quien ocupó el cargo desde el año 2016.

Padre Alfredo Infante, s.j.: “Hay una fuerza social contenida que va a emerger”
Crédito: Fabián Giampaoletti

Teólogo, filósofo, exdirector de la Revista SIC, docente, experto y activista en temas migratorios, de paz y derechos humanos, Infante nació en el año 1963. Desde 1985 forma parte de la Compañía de Jesús y en 1996 se ordenó como sacerdote. Durante 3 años (entre 1996 y 1999) fue misionero en Angola con el Servicio Jesuita a Refugiados; cofundó el Servicio Jesuita a Refugiados Venezuela y en 2005 fue nombrado director para Latinoamérica y el Caribe de esta misma organización. En 2021 creó, junto a la organización no gubernamental Provea, la iniciativa “Lupa por la vida”. Asimismo, ha cumplido el rol de asesor de la Comisión Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana.

El actual párroco de San Alberto Hurtado, dependencia eclesiástica que atiende a los habitantes de la parte alta del sector popular La Vega, en Caracas, tiene más de tres décadas dedicado a servir a los demás, sobre todo a quienes más los necesitan. Ahora, como provincial jesuita, se enfrenta a un nuevo reto: sobre sus hombros está una de las órdenes católicas más activas en Venezuela, con obras de profundo arraigo e impacto social en el ámbito educativo y comunitario, entre ellas la Universidad Católica Andrés Bello (de la cual ahora también es vicecanciller), Fe y Alegría, el Centro Gumilla y el Servicio Jesuita a Refugiados.

A propósito de sus nuevas responsabilidades, Infante respondió a El Ucabista algunas interrogantes sobre la situación del país, la misión de las instituciones jesuitas, la justicia social y la espiritualidad.

“En la Venezuela actual se han cerrado desde el poder las posibilidades para salir de la pobreza”, es una de las cuestiones ante la cual manifestó preocupación. Dijo que, debido a la emergencia humanitaria compleja, la situación país es similar a la de una guerra, sin estar viviendo una. Además, subrayó que el modelo económico bajo el cual está regido el país genera una «desigualdad abismal” que, a su vez, ha causado estragos al sistema de salud, la educación, el acceso a la alimentación, derivando en “uno de los flujos migratorios más grandes de Occidente, impactando gravemente el tejido social, depredando la ecología y dejando hondas heridas y fragmentación en todos los ámbitos”.

Crédito: Manuel Sarda

Sin embargo, recalcó el compromiso de la Compañía de Jesús con la construcción de una “esperanza activa”: “Desde nuestro apostolado social apostamos por el trabajo en las comunidades, fortaleciendo el tejido comunitario y a la sociedad civil, y desde nuestras parroquias, desde la fe, buscamos construir organizaciones de base que defiendan sus derechos y construyan ciudadanía”, dijo.

Apuntó que es fundamental recuperar el aparato productivo, con el fin de generar empleo, detener la inflación, y restablecer el Estado de derecho. Sobre este último puntualizó: “Es importante que la sociedad civil, a través de sus organizaciones, se fortalezca y haga contraloría social, exija sus derechos y ponga límite al Estado”.

Más allá de la polarización y la crisis, Infante insistió en la necesidad de que la sociedad venezolana construya puentes, por lo que recordó que el diálogo y la negociación son “las vías más inteligentes de transformar los conflictos”.

También llamó a los políticos a que dejen de lado los intereses particulares y que procuren acuerdos a favor del bien común, y pidió a los ciudadanos convertirse en protagonistas del ejercicio de sus derechos. “Sin ciudadanía y cultura democrática, cualquier cambio será muy vulnerable”, comentó.

A pesar del complejo escenario en el que le tocó asumir la dirección jesuita en Venezuela, el nuevo provincial se manifestó optimista. “Estamos en una situación difícil, sí, pero creo que como nunca se están construyendo y activando iniciativas alternativas, algo nuevo está naciendo. Creo que hay una fuerza social contenida que va a emerger”.

–¿Qué significa para usted –personal y profesionalmente– esta nueva etapa?

–Es una novedad que asumo como hombre de fe, confiado en la oración de mis hermanos y hermanas en la fe. Esta obra es de Dios, yo soy su servidor, junto a toda la Compañía de Jesús. Espero poner lo mejor de mí y le pido a Dios sabiduría para gobernar y tomar decisiones acertadas, paciencia para discernir el momento oportuno y fortaleza ante la adversidad y los conflictos que son parte del camino. Tengo limitaciones personales y espero que estas, más que entorpecer, me ayuden a trabajar en equipo y buscar las ayudas que más convienen para llevar adelante la misión. Es un desafío, en esta hora que vive el país, y espero dar lo mejor de mí, aprender de los demás y, en este camino, aportar como Iglesia lo que nos corresponde para echar adelante nuestro país”.

–¿Cuál será el énfasis que pondrá para las obras de la Compañía de Jesús? ¿Qué desafíos tiene por delante?

–Nuestra misión en Venezuela se desarrolla en un contexto de emergencia humanitaria compleja. Esto significa que los venezolanos vivimos en condiciones análogas a un país que ha atravesado una guerra o una catástrofe natural; solo que aquí no han ocurrido tales fenómenos. La raíz de nuestro drama humanitario y la crisis de derechos humanos es política.

El modelo económico que se está imponiendo está generando una desigualdad abismal. Y lo más grave es que es una desigualdad sociocultural porque se ha llevado por delante al sistema de salud, a la educación y el acceso a la alimentación de la mayoría, produciendo uno de los flujos migratorios más grandes de Occidente, impactando gravemente el tejido social, depredando la ecología y dejando hondas heridas y fragmentación en todos los ámbitos: familia, sociedad, política, cultura. Hemos venido insistiendo que todo esto ha hecho un daño antropológico grave que se expresa en una crisis espiritual: la desconfianza, la fragmentación, un sentido de orfandad hondo y una cultura del miedo.

La Compañía de Jesús es educadora, y la entiende de manera integral, formal e informalmente. En este contexto, creemos que la educación es la vía para superar la pobreza, la desigualdad y sacar adelante el país, construyendo ciudadanía, personas que asuman sus deberes responsablemente y defiendan los derechos humanos.

Estamos convencidos de que, en medio de tanta adversidad, nuestro país es viable y por eso, en medio del deslave educativo, seguimos apostando desde Fe y Alegría por la educación popular y, desde nuestros colegios, por los sectores medios y altos con sentido de país. La solidaridad de clases, y no la lucha de clases, es nuestro modo de afrontar la situación. La universidad, por supuesto, es una prioridad en un país, que ha sufrido un desmoronamiento de la educación superior y que necesita producir conocimiento en el horizonte del restablecimiento de la democracia, la superación de la pobreza y el restablecimiento del Estado de derecho. Desde nuestro apostolado social apostamos por el trabajo en las comunidades, fortaleciendo el tejido comunitario y a la sociedad civil, y desde nuestras parroquias, desde la fe, buscamos construir organizaciones de base que defiendan sus derechos y construyan ciudadanía. La infancia y la juventud son una de nuestras prioridades. Todo este empeño lleva la impronta de los ejercicios espirituales, que es nuestra experiencia fundamental, desde donde brota nuestra respuesta a la realidad. Ante tanta tormenta necesitamos raíces profundas y ante tanta herida necesitamos hacer un camino espiritual de sanación personal y social para restablecer la confianza.

Crédito: Fabian Giampaoletti

–En un contexto complejo como el actual, ¿cómo sobreponerse a las dificultades?

–Las dificultades son parte del camino de la vida y de cualquier misión que se nos encomiende. Y, además, la misión de la Compañía de Jesús es en las entrañas del mundo y el mundo está traspasado por dinámicas e intereses conflictivos que también atraviesan nuestro corazón. El discernimiento personal y comunitario, el trabajo en equipo, el trabajar en redes junto a otros, no encerrados en nosotros mismos, es nuestra manera de afrontar las dificultades.

–¿Cómo trabajar en función de la esperanza activa?

–Es importante no endiosar la mala situación que vivimos, porque nos abruma y terminamos resignándonos o acomodándonos a la mala situación. La resignación no es cristiana. Tampoco desesperar y ser inmediatistas, los inmediatismos son caminos ciegos, atajos que debemos evitar. La paciencia, que no es pasividad, sino saber buscar y hallar el momento oportuno, nos coloca en el horizonte de la esperanza activa. Es activa porque moviliza, jalona, nos pone a vivir el presente construyendo lo que esperamos, abriendo posibilidades.

Estamos en una situación difícil, sí, pero creo que como nunca se están construyendo y activando iniciativas alternativas, algo nuevo está naciendo, la gente está emprendiendo. Creo que hay una fuerza social contenida que va a emerger. Esto es esperanza activa.

–De acuerdo con Unicef, la justicia social “se basa en la igualdad de oportunidades y en los derechos humanos (…). Está basada en la equidad y es imprescindible para que cada persona pueda desarrollar su máximo potencial y para una sociedad en paz”. ¿Existen tales condiciones en Venezuela?

–No. En la Venezuela actual se han cerrado desde el poder las posibilidades para salir de la pobreza; el deslave educativo es clara señal de ello. Antes, la movilidad académica implicaba una movilidad socioeconómica, es decir, que quien estudiaba y echaba adelante con esfuerzo, salía de la pobreza tanto mental como socioeconómica. Hoy no es así, tú puedes estudiar mucho, pero socioeconómicamente sigues empobrecido, aunque los estudios te liberen de la pobreza mental. Y, por el contrario, está surgiendo un estrato socioeconómicamente bien instalado con escaso nivel intelectual. La ingente corrupción y la economía oscura han devaluado el valor de educar.

–Siendo usted un activo defensor de los derechos humanos, ¿existen algunas medidas que se puedan hacer para promover la justicia social en el país?

–Creo que es fundamental recuperar el aparato productivo para generar empleo y producción, detener la inflación -que nuevamente se está encaminando a hiperinflación y pulveriza el salario-, restablecer el Estado de derecho y, por supuesto, garantizar el derecho a organización, hoy amenazado por la Ley de Fiscalización, Regularización, Actuación y Financiamiento de las Organizaciones No Gubernamentales y Afines.

–¿Es el diálogo el mejor camino para alcanzar la paz en Venezuela?

–El diálogo y la negociación son las vías más inteligentes de transformar los conflictos. La guerra destruye, es insensatez. Los países que han asumido la guerra como camino, después de mucha destrucción y muerte, terminan dialogando en una mesa de negociación.

–A su juicio, ¿por qué es importante la organización social? Y, a propósito de ello, ¿cuál es el rol de la UCAB, específicamente a través de Extensión Social, en cuanto al trabajo con comunidades?

–Para que exista Estado de derecho es importante que la sociedad civil, a través de sus organizaciones, se fortalezca y haga contraloría social, exija sus derechos y ponga límite al Estado. Lo más normal es que la sociedad produzca al Estado, porque el fundamento del Estado es el acuerdo social, la Constitución. Pero en Venezuela es el Estado, por el poder que le dio la renta petrolera, quien hizo la sociedad a su imagen y semejanza. Una sociedad sumisa al Estado, no contralora el Estado. En cuanto a la presencia de la UCAB en los barrios, creo que, para las organizaciones comunitarias y para los maestros de las escuelas, está alianza es enriquecedora, se sienten reconocidos y fortalecidos por la universidad; y para los jóvenes (ucabistas), el contacto con las comunidades les ayuda a conocer la realidad, superar prejuicios y crecer en la solidaridad. Y algo muy importante, que es bueno saber, la UCAB es precursora en Latinoamérica, y cuidado si no en el mundo, en tener un parque social.

–Finalmente, padre: ¿Qué recomendaciones daría a los jesuitas del país? ¿Y a los políticos y ciudadanos?

–A mis compañeros jesuitas, que tomemos con pasión y responsabilidad nuestra misión. El jesuita es un hombre apasionado por Cristo y apasionado por hacer del mundo un lugar más humano. La pasión por Cristo nos lanza al mundo y la pasión por el mundo nos lleva a Jesús. Como decía el padre Virtuoso, “vivir enraizados en Venezuela, de cara a Venezuela”.

A los políticos, que asuman la política con P mayúscula, que trasciendan sus intereses particulares y procuren acuerdos a favor del bien común. Los individualismos, los protagonismos, la búsqueda de cuotas de poder, están desdibujando la verdadera política. Es importante recorrer con paciencia y perseverancia la ruta para recuperar la confianza.

Y a los ciudadanos les digo que no basta con exigir derechos, hay que ejercerlos. Sin ciudadanía y cultura democrática, cualquier cambio será muy vulnerable. La construcción de ciudadanía es un camino que nunca se acaba, debe ser nuestra manera de estar en el mundo. La ciudadanía no se transfiere ni se delega, se ejerce. En el momento que cedemos en este empeño retrocedemos en desarrollo humano.


Nota: Esta entrevista fue publicada originalmente en elucabista.com, el 9 de febrero de 2023.

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