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Pacto y después candidato

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Antonio Ecarri Bolívar

Hay que insistir hasta el cansancio, con fe de carbonero, en la necesidad de reconstituir la unidad de la alternativa democrática venezolana, ya que es una obligación patriótica reconstruir la mayoría electoral que se expresó en las elecciones parlamentarias del 2015 y que, por variadas razones que se han explicado prolijamente, perdimos la consulta regional de este año para escoger a los gobernadores de estado. Sería, entonces, criminal permitir que la minoría siga gobernando, por la insensatez de una mayoría que no se cansa de verse el ombligo y no pensar con grandeza para ponerse de acuerdo.

Ahora bien, también sostenemos que la recomposición de esa mayoría no se puede lograr solo con buenas intenciones o con la única decisión de elegir un candidato unitario, así sea – como debe ser- a través del democrático mecanismo de elecciones primarias. Me explico: escoger un candidato sin un acuerdo previo de gobernabilidad, sería una insensatez y se estaría enviando un mensaje poco creíble a una población ya confundida con posiciones contradictorias y, a veces, incoherentes y sin articulación entre las diversas organizaciones de oposición al régimen. Escoger un candidato, sin un pacto previo de gobernabilidad es dejar al albur, a la suerte, al garete y sin rumbo al nuevo gobierno que vayamos a elegir. Eso no lo asimilaría nadie y no daría la necesaria sensación de unidad imprescindible para orientar a la nación y así poder salir de esta catástrofe.

Esta propuesta en la que insistimos, la vieron con claridad meridiana los líderes políticos democráticos, después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, cuando el 31 de octubre de 1958, pocos días antes de las elecciones celebraron el Pacto de Punto fijo. La finalidad de aquel acuerdo, luego imitado por muchos gobiernos de transición en América y Europa, fue la siguiente: 1. Defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral. 2. Gobierno de Unidad Nacional. Esto es, considerar equitativamente a todos los partidos firmantes y otros elementos de la sociedad en la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador y 3. Programa de gobierno mínimo común.

Hoy las circunstancias son similares, mutatis mutandis, porque vamos a salir de esta tiranía, pero van a quedar sus amenazas: unas instituciones desacreditadas, pero existentes, como el TSJ, el CNE, una Fuerza Armada en buena parte politizada por el régimen y unos colectivos armados que podrían atentar contra la democracia recién instalada. Así que la unidad debe comenzar por un acuerdo, un pacto de gobernabilidad, que garantice a todos sus suscriptores participar con voz y voto en las decisiones de Estado. Además, se hace imperativa su continuidad, después del triunfo electoral, hasta lograr la estabilidad de la nueva situación democrática.

La democracia es paz, libertad y tolerancia, pero también tiene el sagrado deber de hacer respetar la soberanía popular expresada en libérrimos comicios. Ya lo decía un humanista demócrata-cristiano como Konrad Adenauer: “debemos golpear duro y en la nuca a todo aquel que sea sorprendido pintando esvásticas de Hitler en las calles de Alemania”. Y ese próximo gobierno se podrá hacer respetar, siempre que mantenga una amplia base de sustentación de mucha firmeza y coherencia en su accionar.

En el Pacto de Punto fijo, al que propongo reeditar actualizado y de más amplio espectro, se establecía algo que debemos ratificar aquí y ahora: un gobierno de Unidad Nacional y un Programa Mínimo Común.

La propuesta que impulsamos, antes de seleccionar el candidato presidencial, se sostiene en la necesidad perentoria de celebrar conversaciones para alcanzar un gran acuerdo de gobernabilidad donde participen, no solo los partidos políticos democráticos, sino también los factores de la producción, como los empresarios y trabajadores de la ciudad y del campo, gremios académicos y profesionales, organizaciones no gubernamentales y relevantes personalidades y líderes independientes representativos de las diversas regiones de Venezuela. En fin, que el proyecto lo redacten, por razones prácticas, representantes de los partidos políticos más importantes, pero incluyendo planteamientos y orientaciones de todos los sectores de la vida nacional.

Debemos comprender, con humildad y sindéresis, que la crisis es de tal magnitud que nadie puede superarla por su cuenta, en consecuencia, es requerido un gran consenso nacional y, así, el próximo gobierno podrá tomar decisiones drásticas que cuenten con la comprensión patriótica de todos los involucrados. Es necesario reconstruir a Venezuela y esa inmensa tarea requiere del esfuerzo de todos. En ese Pacto debemos establecer el programa mínimo que se convierta en la hoja de ruta de todos y, luego, elijamos al candidato que estará comprometido, una vez electo Presidente, a dirigir la nave del Estado acompañado de una tripulación que sepa a donde se dirige. Empecemos pues, manos a la obra.       

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