Pedro Rosas Bravo
Madrid, Ediciones La Isla, 2015, 586 p.
Oliver Cromwell (1599-1658) fue el fundador del republicanismo inglés, el que acabó con la monarquía absolutista de tipo medieval. “Su mayor logro político fue conseguir que el modelo republicano de gobierno fuese aceptado en una nación que, desde muy atrás en su historia, no había conocido y vivido otro régimen que no fuese el monárquico” (p. 574). Fue un personaje controvertido, que tuvo su leyenda negra y su leyenda dorada. Rosas Bravo trata de presentarlo lo más objetivamente posible, tomando lo mejor de ambos enfoques y situándolo en la Inglaterra de su tiempo. Por eso dedica buena parte de su extensa obra a describir las condiciones sociales y políticas de esa época en Inglaterra y así hacer comprensible la guerra civil que tuvo lugar entre 1642 y 1649, la última guerra religiosa que ha habido en Europa, aunque no fue sólo la fe la causa de la discordia, sino las tensiones sociales y políticas entre una Irlanda católica, una Escocia puritana calvinista y una Inglaterra anglicana, todas bajo la pésima conducción del monarca Carlos Estuardo. También fue importante en el estallido de la guerra el enfrentamiento entre el Parlamento y la monarquía para dilucidar el grado de soberanía que le correspondía a la instancia legislativa dentro del régimen monárquico. Según varios autores, “La Revolución inglesa de la década de 1640 se puede señalar como el primer antecedente vigoroso de la gran transformación del orden burgués que se produciría 150 años después en la Francia revolucionaria”.
Una vez derrotadas por el general Fairfax y Cromwell las fuerzas que apoyaban al rey, Cromwell fue comisionado por el ejército para que en la paz que comenzaba comandaran las justas reclamaciones laborales de los soldados, la tolerancia religiosa y los derechos políticos. No dejaba ocasión de manifestar su adhesión a la libertad religiosa en la conciencia individual y en su manifestación pública, lo cual no era aceptable para los rígidos credos religiosos de entonces, especialmente los calvinistas y los cuáqueros.
Al finalizar la segunda parte de la guerra civil Cromwell fue elegido como el hombre providencial que había sabido manejar la complicada situación política y religiosa, y fue proclamado Lord Protector, una especie de rey sin corona. Supo sin embargo manejar la situación política buscando el equilibrio entre tantos factores contrapuestos. Cromwell promovió la libertad religiosa, pero no para los católicos, por motivos sobre todo políticos, porque la Iglesia católica sólo reconocía como autoridad terrenal al obispo de Roma. Él mismo se consideraba guiado por la mano de Dios, como lo manifiesta en una carta: “El razonamiento carnal nos enreda, veamos cuál es el propósito de Dios cuando se manifiesta a través de acontecimientos. Porque nada sucede sino porque Dios quiere que suceda, y por ello lo que los hombres denominan eventos, fueron para los cristianos dispensaciones, manifestaciones, providencias, apariciones de Dios. No hay tal cosa como el destino, esa es una palabra demasiado pagana”. (p. 378)
Una vez concluida la guerra civil, la constitución redactada por Lambert resolvió acertadamente el difícil acople entre un gobernante demasiado poderoso (Cromwell) y un Parlamento con excesiva autonomía. Después de ser proclamado Lord Protector por el Parlamento, influido en esto fuertemente por el ejército, se resistió fuertemente a ser proclamado rey, como querían sus numerosos partidarios. Colocó a gobernadores militares en las distintas zonas del país, pero estos no lo hicieron bien por exceso de autoritarismo y choque con los líderes naturales de la nobleza y los terratenientes. Esto debilitó su poder y le granjeó enemigos. De salud débil, Cromwell muere el 3 de septiembre de 1658 de fiebres malignas y es enterrado en Westminster con pompas fúnebres de monarca. Pero al año siguiente triunfa la monarquía y establecen en el trono a Carlos II, hijo del ajusticiado Carlos I Estuardo.
Oliver Cromwell, junto a dos parlamentarios que condenaron a muerte al rey Carlos, son sacados de sus tumbas, colgados de un árbol, decapitados, descuartizados y luego enterrados en una fosa común. Las cabezas empaladas fueron exhibidas por cerca de treinta años en lo alto de la abadía. Siglo y medio después se reivindicó su memoria y hoy se le rinde homenaje como antecesor y visionario del régimen político actual de Gran Bretaña.
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El resumen de su vida en Wikipedia:
“Oliver Cromwell (Huntingdon, Inglaterra, 25 de abril de 1599 – Londres, 3 de septiembre de 1658) fue un líder político y militar inglés. Convirtió a Inglaterra en una república denominada Mancomunidad de Inglaterra (en inglés, Commonwealth of England). Durante los cuarenta primeros años de su vida no fue más que un terrateniente de clase media, pero ascendió de forma meteórica hasta comandar el Nuevo Ejército Modelo y, a la larga, imponer su liderazgo sobre Inglaterra, Escocia e Irlanda como Lord Protector, desde el 16 de diciembre de 1653, hasta el día de su muerte. Desde entonces se ha convertido en una figura muy controvertida en la historia inglesa: para algunos historiadores como David Hume y Christopher Hill, no fue más que un dictador regicida; para otros, como Thomas Carlyle y Samuel Rawson Gardiner, es un héroe de la lucha por la libertad.
Su carrera está llena de contradicciones. Fue un regicida que se cuestionó si debía o no aceptar la corona para sí mismo y finalmente decidió no hacerlo, pero acumuló más poder que el propio Carlos I de Inglaterra. Fue un parlamentario que ordenó a sus soldados disolver parlamentos. Fanático religioso seguidor del cristianismo protestante, sus campañas de conquista de Irlanda y de Escocia fueron brutales incluso para los cánones de la época, ya que consideraba que combatía contra herejes. Bajo su mando, el Protectorado defendió la libertad de culto y conciencia, pero permitió que los blasfemos fueran torturados, además de perseguir cruelmente a los católicos. Se mostró a favor del criterio de equidad en la justicia, pero encerró a aquellos que criticaron su política de incrementar los impuestos sin el permiso del Parlamento de Inglaterra.
Sus admiradores lo citan como un líder fuerte, estabilizador y con sentido de Estado, que se ganó el respeto internacional, derrocó la tiranía y promovió la república y la libertad. Sus críticos le consideran un hipócrita abiertamente ambicioso que traicionó la causa de la libertad, impuso un sistema de valores puritano, y mostró un escaso respeto hacia las tradiciones del país. Cuando los monárquicos volvieron al poder, su cadáver fue desenterrado, colgado de cadenas y decapitado, y su cabeza expuesta durante años para escarnio público. En una encuesta de 2002 de la BBC (Los 100 británicos más importantes), ocupa la posición número 10.”